Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







domingo, 22 de noviembre de 2015

ISLAM EN LLAMAS: OTRA VEZ EL TERRORISMO

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Lo que no pudieron hacer las falanges de Arafat, quieren llevarlo a cabo las del terrorismo islámico en su actual ofensiva contra Europa y Occidente. En su fallida estrategia, la OLP  estuvo lejos de  cumplir la consigna de echar al mar  a Israel. Su funesto sueño terminó, no obstante, con la presencia de su máximo líder en el seno de  la Organización de las  Naciones Unidas en un supremo gesto de  complaciente inautenticidad.
El sedicente Estado Islámico en su versión terrorista, oculto en una religiosidad que a pocos sorprende y menos persuade, hace evocar los escenarios relatados por Heródoto en sus “Historias” donde los persas comandados por su rey, el monarca Jerjes, habrían de sufrir la más estrepitosa derrota a manos de la democrática Atenas apoyada, en esa ocasión, por Esparta y las ciudades libres del Peloponeso.
Actualmente los eternamente soñadores con la derrota de Occidente a menos de un ala del fanatismo religioso imbricado en el totalitarismo de nuevo cuño, vuelven a la carga.  Su lema de combate, la incendiaria proclama “Sólo Alá es poderoso”, alude a una cara de su indescifrable rostro. La otra, es aquella en donde la guerra no es la continuación de la política en sentido democrático. Es el combate por el combate mismo: la contienda con fines destructivos para tratar de imponer el ideal de la sumisión y el vasallaje por medio del temor, el miedo y el implacable dogmatismo.
No es tan sólo el estallar de las bombas, ni tampoco el retumbar de los misiles los que estremecen en esta guerra no declarada, por la sencilla razón de que no hay una entidad estatal a la que se haga frente. Son las acometidas anónimas por grupos de forajidos dispuestos a todo, al margen de principios, sin justificación previa como no sea la venganza mezclada con el odio ancestral de siglos y siglos. Inmemorial, por lo tanto.
Sirios e iraqueses enarbolan desde sus madrigueras la unidad nacional como enseña y bandera que a nadie convence.  
¿Unidad nacional, cuando no existe en rigor un Estado que los identifique, una entidad en la cual anclen sus dogmas, propósitos y finalidades?
Más todavía, ¿cómo hacer alarde así, en nombre del terror destructivo, carentes de un orden legal que les otorgue identidad y los haga sujeto de derechos y obligaciones?
Mientras tanto se esclarecen algunos de los enigmas que se plantean alrededor de esta ola terrorista, los brotes de violencia se suscitan precisamente en escenarios en los que el odio, la venganza y el afán de revancha dan la impresión de estar en espera de ocasiones propicias para continuar su felonía.
Nos referimos a los recientes crímenes ocurridos en Tel Aviv y Cisjordania y al reinicio de una rivalidad adormecida, pero no cancelada entre israelíes y árabes. Las falanges de Arafat regresan y deambulan por el territorio de Gaza y la OLP vuelve con la consigna, esta vez, de poner en estado de emergencia a Europa primero y después al Occidente entero.
La masacre de Mali es otro subcapítulo en la reaparición del monstruo terrorista, manipulado  por cerebros distorsionados por el veneno de alcanzar una supremacía al servicio de la hecatombe de la sociedad internacional y del planeta mismo.

Por cierto, habría que leer y releer la iluminadora obra de Werner Keller “Oriente menos Occidente igual a Cero” (Editorial Herrero, 1965) en cuyas páginas el autor ahonda en las fuentes que permiten atisbar en la evolución de lo que fuera, durante breves décadas, el imperio oriental: la URSS.