Lo que no pudieron hacer las falanges de Arafat, quieren llevarlo a
cabo las del terrorismo islámico en su actual ofensiva contra Europa y
Occidente. En su fallida estrategia, la OLP
estuvo lejos de cumplir la
consigna de echar al mar a Israel. Su
funesto sueño terminó, no obstante, con la presencia de su máximo líder en el
seno de la Organización de las Naciones Unidas en un supremo gesto de complaciente inautenticidad.
El sedicente Estado Islámico en su versión terrorista, oculto en una
religiosidad que a pocos sorprende y menos persuade, hace evocar los escenarios
relatados por Heródoto en sus “Historias” donde los persas comandados por su
rey, el monarca Jerjes, habrían de sufrir la más estrepitosa derrota a manos de
la democrática Atenas apoyada, en esa ocasión, por Esparta y las ciudades
libres del Peloponeso.
Actualmente los eternamente soñadores con la derrota de Occidente a
menos de un ala del fanatismo religioso imbricado en el totalitarismo de nuevo
cuño, vuelven a la carga. Su lema de
combate, la incendiaria proclama “Sólo Alá es poderoso”, alude a una cara de su
indescifrable rostro. La otra, es aquella en donde la guerra no es la
continuación de la política en sentido democrático. Es el combate por el
combate mismo: la contienda con fines destructivos para tratar de imponer el
ideal de la sumisión y el vasallaje por medio del temor, el miedo y el implacable
dogmatismo.
No es tan sólo el estallar de las bombas, ni tampoco el retumbar de los
misiles los que estremecen en esta guerra no declarada, por la sencilla razón
de que no hay una entidad estatal a la que se haga frente. Son las acometidas
anónimas por grupos de forajidos dispuestos a todo, al margen de principios,
sin justificación previa como no sea la venganza mezclada con el odio ancestral
de siglos y siglos. Inmemorial, por lo tanto.
Sirios e iraqueses enarbolan desde sus madrigueras la unidad nacional
como enseña y bandera que a nadie convence.
¿Unidad nacional,
cuando no existe en rigor un Estado que los identifique, una entidad en la cual
anclen sus dogmas, propósitos y finalidades?
Más todavía, ¿cómo hacer alarde así, en nombre del terror destructivo, carentes
de un orden legal que les otorgue identidad y los haga sujeto de derechos y
obligaciones?
Mientras tanto se esclarecen algunos de los enigmas que se plantean
alrededor de esta ola terrorista, los brotes de violencia se suscitan
precisamente en escenarios en los que el odio, la venganza y el afán de
revancha dan la impresión de estar en espera de ocasiones propicias para continuar
su felonía.
Nos referimos a los recientes crímenes ocurridos en Tel Aviv y
Cisjordania y al reinicio de una rivalidad adormecida, pero no cancelada entre
israelíes y árabes. Las falanges de Arafat regresan y deambulan por el
territorio de Gaza y la OLP vuelve con la consigna, esta vez, de poner en
estado de emergencia a Europa primero y después al Occidente entero.
La masacre de Mali es otro subcapítulo en la reaparición del monstruo
terrorista, manipulado por cerebros
distorsionados por el veneno de alcanzar una supremacía al servicio de la hecatombe
de la sociedad internacional y del planeta mismo.
Por cierto, habría que leer y releer la iluminadora obra de Werner
Keller “Oriente menos Occidente igual a Cero” (Editorial Herrero, 1965) en
cuyas páginas el autor ahonda en las fuentes que permiten atisbar en la evolución
de lo que fuera, durante breves décadas, el imperio oriental: la URSS.