Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







domingo, 8 de noviembre de 2015

ENRIQUE GRAUE: RECTOR IDÓNEO PARA LA UNAM

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Las universidades son palanca de progreso y desarrollo con estabilidad. Son faro que alumbra el porvenir. La UNAM, primera en el tiempo y vanguardia por el saber humanístico, el conocer en ciencias naturales de fundamento matemático y la comprensión del arte por el arte mismo, es “Mater y Magistra”.
Bien se ha dicho: “Si la Universidad falla, es México el que falla”.
La elección de Rector, cuyo proceso ha finalizado en condiciones de institucionalidad, permite reconocer en la decisión colegiada de la H. Junta de Gobierno un acierto digno de  asentimiento unánime.
Difícil si no imposible es tratar de saber hasta qué punto el resultado que aparece terso, sin sobresaltos y al margen de la erística, en momentos fue controvertido y polémico. Basta saber que se alcanzó el consenso, la unanimidad para dar a la comunidad un líder académico idóneo, a juzgar según sus antecedentes: dedicación, amor a la investigación y pasión por cumplir el deber por el deber mismo, sin intereses mezquinos.
En “Tres rectores vistos por un rector”, Guillermo Soberón define lo que es para él  (lo mismo para nosotros), el ideal de institución educativa: “La Universidad, dijo, tiene un claro y definido destino social: lograr en cada uno de  sus momentos ese fruto complejo y riquísimo en su heterogeneidad que es la cultura; divulgar, lo más ampliamente que sea posible, los frutos culturales alcanzados  en la investigación y en el estudio, y esforzarse a fin de proporcionar a la comunidad profesionales bien preparados que se encarguen de sus servicios”.
Servicio a la comunidad, enseñanza por medio de la creatividad y ejemplo entre sus docentes, directivos, alumnos y personal de apoyo.
Cierto: la Universidad no es una ínsula en medio de un archipiélago en donde hay acciones permanentes que no admiten sosiego y mera contemplación. No es vitral en donde la vida transcurre en la soledad improductiva y en cuyo interior nada tiene que ver con el exterior. No es casa del silencio absoluto, del menosprecio hacia la vida práctica, a la que rehuiría para no sufrir contaminación alguna.
Pero tampoco es centro para formar guerrilleros al servicio de la desestabilización y el cambio por medio de la fuerza y la violencia. No aspira a preparar líderes revolucionarios, protagonistas adiestrados para enfrentar al Estado de Derecho en nombre de propuestas y emblemas del más diverso origen.
Salvador Allende dijo una vez que “la revolución no pasa por las universidades”. Y su dicho tiene y tendrá vigencia mientras haya universitarios coordinados por un rector como el que promete ser Enrique Graue, ex director de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Guillermo Soberón, para nombrar uno de los rectores ilustres de la UNAM, fue el “jefe nato” de la institución que puso término a la agitación dentro del campus universitario y fue coartífice de la autonomía constitucional. José Sarukán Kermez,  uno de los últimos rectores, impulsó la vida académica productiva de la institución, con ejemplaridad y denuedo.
Enrique Graue se perfila como jefe nato de la máxima casa de estudios del país, idóneo por su compromiso en pro de la estabilidad institucional, a juicio de la Honorable Junta de Gobierno de la UNAM.
Los retos están a la vista: mostrar y demostrar que el progreso cívico, cultural, científico y social son posible con arreglo al Estado de Derecho, al compromiso ético-político, sin confundir el partidarismo y la ideología con la objetividad y el rigor de la búsqueda y cultivo de la verdad científica, del estudio de la voluntad social y la investigación del arte por el arte.

Sólo así el genuino universitario, el egresado de sus espacios académicos, podrá decir: “A la Universidad debo lo que soy. Y por tanto a ella me debo”.