Las universidades son palanca de progreso y
desarrollo con estabilidad. Son faro que alumbra el porvenir. La UNAM, primera
en el tiempo y vanguardia por el saber humanístico, el conocer en ciencias
naturales de fundamento matemático y la comprensión del arte por el arte mismo,
es “Mater y Magistra”.
Bien se ha
dicho: “Si la Universidad falla, es México el que falla”.
La
elección de Rector, cuyo proceso ha finalizado en condiciones de
institucionalidad, permite reconocer en la decisión colegiada de la H. Junta de
Gobierno un acierto digno de asentimiento unánime.
Difícil
si no imposible es tratar de saber hasta qué punto el resultado que aparece
terso, sin sobresaltos y al margen de la erística, en momentos fue
controvertido y polémico. Basta saber que se alcanzó el consenso, la unanimidad
para dar a la comunidad un líder académico idóneo, a juzgar según sus
antecedentes: dedicación, amor a la investigación y pasión por cumplir el deber
por el deber mismo, sin intereses mezquinos.
En
“Tres rectores vistos por un rector”, Guillermo Soberón define lo que es para él (lo mismo para nosotros), el ideal de
institución educativa: “La Universidad, dijo, tiene un claro y definido destino
social: lograr en cada uno de sus
momentos ese fruto complejo y riquísimo en su heterogeneidad que es la cultura;
divulgar, lo más ampliamente que sea posible, los frutos culturales alcanzados en la investigación y en el estudio, y
esforzarse a fin de proporcionar a la comunidad profesionales bien preparados
que se encarguen de sus servicios”.
Servicio
a la comunidad, enseñanza por medio de la creatividad y ejemplo entre sus
docentes, directivos, alumnos y personal de apoyo.
Cierto:
la Universidad no es una ínsula en medio de un archipiélago en donde hay
acciones permanentes que no admiten sosiego y mera contemplación. No es vitral
en donde la vida transcurre en la soledad improductiva y en cuyo interior nada
tiene que ver con el exterior. No es casa del silencio absoluto, del menosprecio
hacia la vida práctica, a la que rehuiría para no sufrir contaminación alguna.
Pero
tampoco es centro para formar guerrilleros al servicio de la desestabilización
y el cambio por medio de la fuerza y la violencia. No aspira a preparar líderes
revolucionarios, protagonistas adiestrados para enfrentar al Estado de Derecho
en nombre de propuestas y emblemas del más diverso origen.
Salvador
Allende dijo una vez que “la revolución no pasa por las universidades”. Y su
dicho tiene y tendrá vigencia mientras haya universitarios coordinados por un
rector como el que promete ser Enrique Graue, ex director de la Facultad de
Medicina de la UNAM.
Guillermo
Soberón, para nombrar uno de los rectores ilustres de la UNAM, fue el “jefe
nato” de la institución que puso término a la agitación dentro del campus
universitario y fue coartífice de la autonomía constitucional. José Sarukán
Kermez, uno de los últimos rectores,
impulsó la vida académica productiva de la institución, con ejemplaridad y
denuedo.
Enrique
Graue se perfila como jefe nato de la máxima casa de estudios del país, idóneo
por su compromiso en pro de la estabilidad institucional, a juicio de la Honorable
Junta de Gobierno de la UNAM.
Los
retos están a la vista: mostrar y demostrar que el progreso cívico, cultural,
científico y social son posible con arreglo al Estado de Derecho, al compromiso
ético-político, sin confundir el partidarismo y la ideología con la objetividad
y el rigor de la búsqueda y cultivo de la verdad científica, del estudio de la
voluntad social y la investigación del arte por el arte.
Sólo
así el genuino universitario, el egresado de sus espacios académicos, podrá
decir: “A la Universidad debo lo que soy. Y por tanto a ella me debo”.