Concluyó la visita del
presidente Barack Obama a Medio Oriente entre presagios de paz en “Tierra
Santa” y en la región asolada por el odio, la venganza y el terrorismo. El
mandatario estadounidense invocó los lazos de amistad indestructible, dijo,
entre su país y la patria de Abraham y de Moisés, mientras el presidente Shimon Peres
enalteció los orígenes de Norteamérica como la realización del sueño bíblico a
través de los Padres Fundadores. Creadores y recreadores de valores
universales, de libertad, tolerancia y
de igualdad racial o étnica, en el encuentro refrendaron una alianza que
trasciende intereses efímeros, económicos y de carácter material. Al término
del periplo, Obama enterará a su pueblo cómo cumplió su misión, la forma en que
contribuyó en hacer factible el ideal de la “paz perpetua”, y cómo se
evitará que la firma de tratados se vuelva, al final de cuentas, la paz de los
sepulcros.
Eterna amistad, la proclamada
allá y búsqueda de la paz perpetua, no son sino formas de expresar impulsos
afectivos permanentes que anidan en lo hondo de la voluntad humana y lo incondicional
de la ardua tarea entendida como un fin final de la Humanidad.
Sobre lo primero,cabría
transcribir lo escrito por Aristóteles en la Gran Ética: “La amistad, expuso, es
un término medio entre la adulación y el odio o aversión. Su campo son las acciones
y las palabras. Es adulador el que atribuye a otro, más cosas de las justas y
de las que en realidad hay en él. Mientras que el que odio es el
enemigo cercano, que echa por tierra hasta los méritos reales del otro… En medio
de los dos, añade, está el verdadero amigo, el amigo genuino”.
Por cierto, en el concepto
judío de amistad, lo perenne e indestructible desempeñan un papel esencial:
como en el matrimonio. Así, la amistad para el hebreo es considerada lazo que
sólo la fatalidad, la muerte, es capaz de destruir o dar por término.
Volviendo al encuentro en
Israel, sin duda, por las mentes de Obama y del Primer Ministro Benjamín
Netanyahu, cruzaron las imágenes de la heroica lucha de Israel defendiendo su
derecho a la sobrevivencia en el foro de la ONU, después de 1945,al igual que
hace poco lo hizo en el organismo mundial con similar propósito y gallardía:
Estados Unidos, recordó Obama, se sumó a la defensa de Israel por su derecho a
existir, por el derecho de amparar a su población, y por salvaguardar sus
fronteras, con seguridad, frente a toda agresión armada. “Nunca perderemos de
vista la paz entre Israel y sus vecinos”, sentenció el estadista.
Hace poco más de tres
décadas, el presidente egipcio Anuar elSadat realizó lo inconcebible: ir a
Israel, temeraria misión de paz en medio de los embates terroristas abanderados
por Arafat y su grupo beligerante. Inmediatamente después, en Camp David se
firmó el histórico acuerdo de no agresión entre El Cairo y Jerusalén,
resolución que hizo avizorar el principio del fin respecto de la milenaria
hostilidad entre árabes y judíos. Nuevamente, desde los llamados a lanzar a
Israel al mar, de la Yihad, hasta los muy recientes actos provocativos de
huestes opuestas a la paz regional, Estados Unidos, la patria de los Lincoln y
de los Kennedy; de estadistas de la talla de Obama, Peres y Netanyahu, vuelven a
retomar las armas de la negociación y los principios del Derecho Internacional
para hacer posible la convivencia, sin agresión bélica, entre las naciones
involucradas en el proceso de paz. Y todo ello, con el
fin de dar eficacia al sueño de Moisés, de Begin y de Sadat; de Peres, de
Natanyahu y Obama; en suma, al anhelo supremo del filósofo del cosmopolitismo,
Kant, y de su continuador, Hans Kelsen, el Newton de la moralidad entendida como
normatividad jurídica, nacional e internacional.