“Antes como antes y ahora como ahora”
José
María Leyva Cajeme es más que un nombre en la historia de Sonora. Es un símbolo,
cuya eficacia trasciende su propia época y se proyecta por encima del escenario
geográfico en el que actuó como miembro de lo que bien podría considerarse un
triunvirato junto con Anabayuleti y Tetabiate.
Es
ideal encarnado en hazañas del héroe en un conglomerado de pueblos aborígenes
en permanente lucha por sobrevivir en medio de la adversidad. “Como antes y
como ahora”, es el emblema que hace del hombre la entelequia, al líder
invisible del que toman valor, reciedumbre y dignidad las etnias a fin de
proseguir una guerra que tuvo causas y
orígenes concretos da la impresión de incrementarse hasta el infinito.
El
municipio que lleva su nombre, el Municipio de Cajeme, no dejó pasar inadvertido
el 128 aniversario de su ejecución en las inmediaciones de Cocorit, el 25 de abril
del ya lejano año de 1887. Ha sido, a la fecha, su mejor intérprete y
apologista ante la ciudadanía en general.
En
gran medida la Tribu Yaqui subsiste, gracias a la vida ejemplar, a la
existencia heroica de su líder mitad historia mitad leyenda, pero en cualquier
caso revestido de dignidad a toda prueba, de audacia frente al desafío y de
integridad ante las pruebas que a no pocos hacen caer en la deslealtad y la
prevaricación.
Una
vez sacrificado Cajeme, tras de haberlo silenciado en su lucha desigual frente
al poder, bien pudo conjeturarse que daría principio un capítulo en el cual
preponderaría la resignación, la brutal sujeción y hasta el sometimiento que
llega a la ignominia.
Nada entonces,
como tampoco ahora, en dicho sentido.
El
ejemplo de Cajeme se multiplicaría en acciones de pundonor, de valentía y aun
de arrojo después de su ejecución, al igual que ahora tras los intentos
fallidos de someter a sus descendientes vía el acoso, el latrocinio, los
cateos, el encarcelamiento y las amenazas veladas, con la finalidad de
erradicarlos de sus tierras, de sus fuentes acuíferas hasta lograr su
exterminio.
Ciertamente
los pueblos indígenas son, como en el pasado, objeto de sistemática opresión.
La Colonia les arrebató sus posesiones. La Reforma los enfrentó a una
controversia que jamás comprendieron en su íntimo significado. La Revolución
los llevó por todo el territorio patrio, unas veces sirviendo al ejército del
general Álvaro Obregón hasta que el Presidente Lázaro Cárdenas les compensó, en
nombre del movimiento armado, con tierras y con la Ley de Aguas a fin de
protegerlos de los poderosos.
Los
“yoremes” liderados por los descendientes de Cajeme, Mario Luna y Tomás Rojo
entre otros, en su desigual guerra por el agua son, sin duda alguna, leales
continuadores y fieles exponentes en una contienda que, al parecer, no tiene
visos de llegar a término. Por lo menos, bajo las actuales circunstancias.
No
es, claro, la batalla del agua por el agua, como tampoco en su momento fue la
de la tierra por la tierra. Es la guerra contra la ignominia y el afán
insatisfecho de aniquilación. Es decir, frente a la apertura de un nuevo holocausto, sin cámaras
de gases ni campos de exterminio.
Los
mal pensados, los deformadores de los sucesos objetivados en la realidad
social, no dejan de festinar que son los hacendados y los prósperos
agricultores quienes mandan a la Tribu como punta de lanza, como avanzada de
condenados a morir. Se equivocan éstos, de plano, a la luz de la historia
que hace presente y vívido lo que ya
fue. La evocación de Cajeme responde a estos y otros infundios: La Tribu Yaqui
hace legítima defensa de lo que les es legítimo: sus tierras y el agua de su
propiedad. Defienden su dignidad, la cual no se vende ni se compra.