Entre
los retos que aguardan al mandatario Javier Corral Jurado está el clamor, cada
vez mayor, de las comunidades marginadas.
El
Estado Grande pasa por ser una de las entidades de la República en donde la
incomunicación predomina sobre todo en los sitios más apartados de los centros
urbanos y periféricos de la civilización.
No
se trata de carencia de carreteras y caminos vecinales, en vías de extinción.
Más bien, el rezago consiste en la inexistencia de enlaces telefónicos y
en la nula instalación de redes de señalización con capacidad para transmitir
habilidades de manera instantánea y de enseñanzas
prácticas. En especial, para contener a
la criminalidad disfrazada.
No
sólo tarahumaras, guarajíos y pimas son núcleos humanos afectados por la
marginación, en los cuales a la ausencia de medios de comunicación se suma la
pobreza extrema. Son poblados y aldeas
en los que el mestizaje permite un desarrollo peculiar, con escuelas,
centros de salud y formas propias de
convivencia.
En
esas localidades el crecimiento sin desarrollo es el más vivo ejemplo de un
proceso de abandono programado al servicio de la acumulación de bienes y
riquezas en pocas manos. Es decir, ilustra el grado de sometimiento inducido y
de un proceso sin límites de empobrecimiento, sólo de sobrevivencia.
Abundan
aquí y allá los aserraderos que sobrepasan en edad a la de los pioneros que los
hicieron florecer con su trabajo cotidiano; se multiplican los centros
agropecuarios en barrancas y sitios inaccesibles que, por cierto, dan sustento
a consumidores urbanos. Pero al lado de las mencionadas formas de vida
civilizada no hay las correspondientes que hagan posible la cultura del
bienestar compartido, la
del
flujo instantáneo de información, de enlaces accesibles que permiten la
comunicación inmediata y que facilitan condiciones de seguridad y de integridad
para el disfrute de una existencia digna de ser vivida.
Así,
los retos del mandatario Corral Jurado se multiplican en una sociedad de
contrastes, en un Estado que padece corrupción extrema y encara condiciones
indignantes para los pobladores de la montaña y de las sobreexplotadas regiones
que se extienden hacia las fronteras con Sonora y Sinaloa, enclaves en donde
impera el crimen organizado y hay escenarios de secuestros y robos, violación a
los más elementales derechos humanos.
Al
flamante gobernador espera el tener que vérselas con desafíos de parecido
tamaño que los encontrados en el manejo de los recursos públicos. Y bien le
hará a su administración naciente realizar visita a los parajes en donde la
civilización se detuvo sin testigos ocultos y manifiestos. Sería el primer
gobernador del Estado que hiciera ahí acto de presencia.
De
gran apoyo será su presencia en lugares en que hay comunidades perdidas en el
olvido, como no sea para recabar los votos electorales que han servido a la
cauda de políticos afamados por el ejercicio de un poder sin escrúpulos,
sospechosos por su injerencia en negocios ilícitos.
De
origen político contrario al que ha predominado en la Entidad y de personajes
de sano abolengo cultural como el heredado por el cofundador de la Escuelas
Nacional Preparatoria hará pronto 150 años, el maestro don Porfirio Parra, bien
le quedaría al ejecutivo de Chihuahua hacerse acompañar de la recién electa munícipe
de Moris, Perla G. López Pérez, con el propósito de escuchar de viva voz a los pobladores
de Bermúdez y de las Mesas Colorada, del Agua, de Abajo y de los cordones
aledaños a los del Estado de Sonora, que
toman rumbo a Sierra Oscura y a las proximidades de la tradicional y bella urbe
de Álamos.
Allá
escucharán el clamor de los chihuahuenses marginados, apremiados de los avances
y de las tecnologías modernas, de la informática, de la comunicación a distancia,
hoy obstruidas por la prepotencia del crimen organizado.