Los tiempos que corren son
propicios para construir, no para derrumbar lo edificado. El viejo Eclesiastés,
monumento de sabiduría antigua aduce, con excepcional pertinencia, que todo
tiene su momento, su “kairós”, afirmaban los sofistas de la Grecia clásica. Así, hay
tiempo para plantar y tiempo para arrancar lo plantado; tiempo de esparcir piedras
y tiempo de bailar; tiempo de callar y tiempo de hablar. En suma, hay, siempre
habrá tiempo de amar y tiempo de aborrecer; de hacer la guerra y de concertar
la paz.
A vistas de lo ocurrido en
Michoacán, y tomando en cuenta lo que sucede en Oaxaca, Chiapas, Guerrero, todo
hace pensar en que nos acercamos a la hora de las grandes decisiones, tras
noches y días de reflexión en la mesa donde los responsables y conocedores analizan
los pros y los contras en cuestiones relativas al Estado.
Ciertamente, como lo hace
notar el líder de la diputación federal priísta, Manlio Fabio Beltrones, no se
desactivan las bombas de la disidencia a fuerza de puntapiés. Y es verdad: no
es aconsejable hacerlo con ese trivial método, pues no se logra así disipar el
peligro del estallido, sino por el riesgo de perder las partes del cuerpo en
peligro, o bien hasta perder la propia vida haciéndola de audaz apagafuegos.
Por cierto, el legislador
exhortó en su natal Sonora a sus coterráneos con el fin de que pongan punto
final a la ya larga y desgastante pelea entre los del norte y los del sur del
Estado, con motivo de la construcción y puesta en servicio del afamado
Acueducto Independencia. Pidió concordia a los
beligerantes dirigentes y políticos agrupados, unos, a la vera del gobernador
Padrés y otros a la del alcalde cajemense Rogelio Díaz Brown, quien ha
esgrimido, en efecto, una y otra vez, con desusado pundonor, el argumento de la
legalidad y el concepto de Estado de Derecho como fundamento para dirimir la
controversia.
La máxima ineficaz en el
mayor número de ocasiones acerca de dividir para ganar o su complementaria de
que si no se puede vencer habría que unirse al enemigo, no tiene lugar en una
nación en donde el derecho tiene caminos y opciones para superar los conflictos
y altercados.
Precisamente en Sonora, la
cuna natal del presidente-caudillo, Plutarco Elías Calles, quien enarboló, al
término de la gran Revolución, el lema
de que somos un país de leyes y no una república de temperamentos, ahí, en
aquella demarcación territorial se ha planteado la más ominosa fractura
política de que haya memoria, propiciada ni más ni menos que por el mandatario
actual elegido por quienes depositaron su fe y su confianza en que su
administración sería para el bien y la felicidad de sus gobernados. En pocas
palabras, los votantes lo hicieron así en el supuesto de que el descendiente
del paladín posrevolucionario cumpliría las leyes de la Federación y del
Estado. Y las haría cumplir.
Mal estrategia es la no
acatar la majestad del derecho con todo y sus asegunes, pues da ocasión para
que el anarquismo empobrecedor, repetitivo y nada histórico, trate de hacer de
las suyas en contubernio con los depredadores de la soberanía nacional, como es
el gesto antinacionalista e insolente de quienes propalan el rumor de un
posible separatismo en el norte del país, a causa de daños venideros por la
traída y llevada reforma Hacendaria. Entre paréntesis, para ellos no tiene
significado la enseñanza filosófica de Cicerón en el sentido de que la historia
es maestra de la vida. Los apátridas de la mutilación siguen con vida.
Los tiempos que corren son
para unir, para edificar lo derruido; son tiempos para reconstruir y promover
el entendimiento y la armonía. No para provocar fracturas respecto de las cuales
no haya traumatólogos expertos capaces de resarcir la salud perdida, de una vez
por todas.