Después de la tormenta de amenazas,
cumplidas unas fallidas otras, viene lo del Tratado del Libre Comercio, así
conocido por sus siglas en español.
Lo del Muro, da la impresión de
haber quedado un poco atrás. Los propios representantes de su partido, el Republicano,
mismo que encumbró a Donald Trump en la
Casa Blanca, se ha mostrado indispuesto a respaldar su iniciativa con recursos
públicos.
La renegociación del
TLC se ofrece, así, como una gran oportunidad a fin de replantear las
relaciones no sólo comerciales sino de carácter internacional en la región
norte de nuestro Continente.
Podría bien
denominarse la “gran negociación” y la oportunidad a fin de abonar el terreno
para un más amplio entendimiento mundial, tomando en cuenta que se trata de
acuerdos cuya repercusión involucran los destinos de otras regiones del
planeta.
Con palabras del ex
presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, cabe reconocer que algo o
mucho faltó al momento de dar por formulado el documento en el último año de su
mandato.
Se trató, no
obstante, de una “negociación sin precedente con los Estados Unidos, vecino y
adversario histórico.”
En “México, un paso difícil a la modernidad”, libro del entonces Primer
Mandatario (Plaza Janés, 2000), se lee: “La negociación concluyó de manera favorable al final de
1993, pero estuvo a punto de fracasar a cada paso. La firma del Tratado modificó
la relación entre México y su vecino hegemónico del norte. El TLC fue un factor determinante en la rápida
recuperación de nuestro país tras la crisis originada por el error de diciembre de 1994.”
Por cierto, en las
primeras páginas de la obra se hace mención, entre los pendientes, al tema
de aquello que faltó en el arduo proceso
de la negociación. Por caso, un acuerdo migratorio.
En los prolegómenos de la renovación y posibles adiciones el tratado,
los negociadores habrán de tener especial cuidado, teniendo en mente las
peripecias recientes de que se han rodeado los primeros pasos de la
administración Trump.
El método de las amenazas, para llamar de alguna manera a los arrebatos
del Presidente estadunidense, no garantiza en modo alguno la concertación de
acuerdos favorables a los países contratantes. Hasta ahora, la imagen del
mandatario ha dado pábulo para señalarlo como tendente a la frivolidad, a la
ironía, pero sin asomos de seriedad, de prudencia y adustez, según corresponde
al dirigente de los destinos de una Nación.
Los tratados, asimismo, son víctima de la edad. Envejecen al paso de
los años. Lo que en un momento fue alentador, puede bien convertirse en
inequitativo o bien obsoleto. La competitividad tiene mucho que ver: la
concertación de arreglos arancelarios, por mencionar uno de los asuntos que se
perfilan como polémicos en víspera de las negociaciones.
La salida de
Inglaterra de la Unión Europea, no tiene por qué ser paradigma a fin de
resolver, con un plumazo, lo que ha costado tanto en el funcionamiento del TLC.
El arte y la ciencia de la negociación son los mejores caminos para
entrar en lo que, sin duda, será el más difícil acuerdo comercial de los
últimos años.
Y lo que está en juego es mucho más que la importación y la exportación
de mercancías. Por encima del intercambio de
cosas, está la dignidad de las personas, el respeto a los derechos y
obligaciones de los demás: a sus creencias y cosmovisiones. En fin, a sus usos
y costumbres regidos por el Derecho Internacional.