Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







jueves, 30 de diciembre de 2010

EL IDEAL DE JUSTICIA Y EL SISTEMA JUDICIAL EN MÉXICO




Por Federico Osorio Altúzar
A semejanza de la estrella polar de Rudolf Stammler que guía al navegante pero es inalcanzable, así el ideal de justicia que ilumina el horizonte de nuestra convivencia diaria. Es una luz distante más de lo que se quiere y, por lo común, mucho menos intensa o real de lo exigible.
Goza nuestro sistema jurídico de notable fama por sus ordenamientos progresistas, se aclama, en materia laboral, sanitaria, educativa, agraria y en seguridad. Pero es objeto de críticas diversas, incluso destructivas, que reconocen nuestro sistema jurídico nacional por su validez, mas no por su eficacia. Abundan casos ejemplares.
Piedra en el zapato son los conflictos sindicales, diferidos o soslayados (paradigma es el de los  mineros de Caborca, Sonora); ostensible es el desplome de los servicios de salud y el encarecimiento de fármacos para favorecer negocios nefandos; tangible la quiebra educativa, pues mientras se abate aritméticamente la oferta de enseñanza en los niveles medio, medio superior y superior, la demanda crece en forma geométrica. El desempleo es uno más de los efectos perniciosos.
En el campo vuelve la época de la hacienda y el esclavismo disfrazado, mientras la estadística de indocumentados en regiones agobiadas por la extrema pobreza (Oaxaca con dos millones de ilegales en Estados Unidos, Guerrero con casi un millón) denuncia, dicha estadística, lo que es inexcusable: resulta peor el PAN que su patrocinador y beneficiario, el PRI. Crece la retórica justiciera.   
Damos la imagen de un país en donde imperan los temperamentos y no las leyes; el autoritarismo y no la voluntad fundada en el sistema normativo vigente.
A unos días de la elección de Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, suceso en otras ocasiones inédito, desleído para la mayor parte de la población, el tema de la justicia  ocupa el centro de interés de la sociedad, como asunto que atañe a todos. Así, las miradas concurren, por lo extraordinario de los hechos, en la figura del ministro Juan N. Silva Meza, candidato señero en un camino despejado a la rectoría del Supremo Tribunal.
Los últimos sucesos deplorables, en Chihuahua, con la inepcia y corrupción de jueces para administrar justicia en aquella jurisdicción, son focos rojos que llaman a una reforma judicial a fondo. ¡Ahora o nunca! Pero no como la “reforma” de Zedillo, sólo para defenestrar con propósitos inefables, sino para convalidar y fortalecer el Estado a través de una rigurosa política de ingreso, permanencia y promoción del personal al servicio de la legalidad y la individualización del derecho positivo.
La justicia, es así, el tema de los temas. El pivote en derredor del cual giran intereses que no sólo tienen que ver con bienes materiales, prácticos y sustituibles. Es el asunto primordial que, de una u otra forma, atrae como si fuera gigantesco imán a los acuciantes problemas acumulados: violencia, criminalidad organizada, ineficacia administrativa; en fin, sistemáticos ataques al federalismo y embestida al mandato constitucional de la  coordinación de poderes.
Hambre y sed de justicia rondan en torno al tema crucial que nos ocupa. Dar a cada quien lo suyo, conforme a Derecho es meta revolucionaria incumplida, pues lo suyo de cada quien es objeto de vendimia, rapiña o búsqueda por iniciativa propia. El ideal que la inspira no alumbra con suficiencia el camino que podría llevar a su disfrute, en paz y armonía. Se pregona la justicia, distorsionando su concepto como cualidad posible, no necesaria, a la luz de un sistema judicial que deja mucho que decir. Fallan mujeres y hombres (funcionarios), se dice paladinamente, pero no las instituciones. Lo cierto es  que incumplen ambos. Y gana, con ufanía, la impunidad.

lunes, 27 de diciembre de 2010

ELECCIÓN EN LA SCJN: DISENSO Y CONSENSO



   Por Federico Osorio Altúzar
Hubo disenso en el Senado acerca de la terna enviada por el jefe del Ejecutivo para elegir sucesor del ministro finado José de Jesús Gudiño Pelayo y consenso, por otra parte, tocante a la candidatura del ministro Juan N. Silva Meza, solitario aspirante a fin de presidir el Supremo Tribunal a partir del entrante mes de enero. Desacuerdo en lo primero; unanimidad en lo segundo.
Cercano y calificado contendiente fue el ministro José Ramón Cossío considerado circunspecto jurisconsulto, quien de manera pública expresó, en tiempo y forma, las razones que le llevaron a declinar para la relevante encomienda. En la persona de Silva Meza, a su vez, concurren rasgos y virtudes éticas y profesionales que lo describen como paladín de aquellas garantías que trascienden al ámbito de las garantías sociales.
Observadores del tema en cuestión suelen colocarse gafas para sopesar tendencias, proclividades y preferencias de orden ideológico y doctrinario, relacionadas con aspirantes a coordinar la actividad del órgano colegiado. De ese modo, en los eventuales presidentes de la SCJN ven, ora líderes del ala conservadora, ora dirigentes del ala liberal, esgrimiendo en todo caso argumentos que justificarían la inclinación y el influjo en la apología de los derechos individuales o bien la toma de partido para la custodia de los derechos sociales.
Se tira lejos del blanco si el criterio para discernir este asunto fuera así de simplista, sin que se tomara en cuenta que la Suprema Corte es el escudo defensor de la Constitución, su coraza y valladar frente a cualquier voluntarismo. Y no tendría por qué ser  organismo, o bien órgano político a expensas del temperamento o visión subjetiva del gobernante en turno. Con todo y el dicho de un encumbrado rector del Supremo Tribunal quien solía advertir que, en este país, nada se mueve sin la decisión del Presidente.
Su carácter neutral, imparcial y objetivo, le restringe a sus integrantes el actuar con arreglo a intereses subjetivos, ora de tinte conservador ora de tinte progresista, pues en ese caso estaría siendo intérprete de una Constitución de derecha o hermeneuta en el otro extremo de un orden normativo supremo de tipo revolucionario, lo cual resultaría paradójico o francamente sin sentido.      
Ni duda cabe que entre los asuntos más acuciantes está el de la violencia. Y, paralelamente, está el de la justicia, faro resplandeciente para establecer la paz social o insoslayable “cabo de las tormentas”, problema de la garantía jurisdiccional de la Constitución.
Así, resulta explicable la acentuada curiosidad y el desacostumbrado interés público que motiva la elección de Presidente de la Suprema Corte.  En el caso, hay expectativas a fin de conocer la trayectoria, experiencia y solvencia intelectual del ministro Juan N. Silva Meza, quien hace dos décadas asumió el cargo de Magistrado (2 de diciembre de 1988, Segundo Tribunal Unitario, Primer Circuito, del  Distrito Federal)
En el Directorio Biográfico del Poder Judicial de la Federación (SCJN, 1993) puede leerse en la página 214, lo siguiente: Nació el 13 de septiembre de 1944 en México, D. F. Estudios: Facultad de Derecho, UNAM; examen profesional con la tesis “El artículo 333 del Código Penal”. Carrera judicial: juez Octavo de Distrito en Materia Penal, DF; secretario de Estudio y Cuenta, Primera Sala, SCJN; secretario en el Tribunal Colegiado del Primer Circuito. Docencia: profesor de Nociones de Derecho Positivo Mexicano (Escuela Nacional Preparatoria, UNAM); catedrático de Derecho Penal y Derecho Mercantil y Bancario. En la División de Estudios de Posgrado, Derecho Penal Fiscal y Delitos Fiscales (Facultad de Derecho, UNAM); maestro de la asignatura Delitos Fiscales, Instituto Nacional de Ciencias Penales, INACIPE).

miércoles, 15 de diciembre de 2010

FRENTE A LA VIOLENCIA ORGANIZADA, LAS INSTITUCIONES DE CONTROL




Por Federico Osorio Altúzar
México, el gobierno de México, declara el vocero de las Organizaciones no Gubernamentales (ONG) no tiene nada que festejar en materia de los Derechos Humanos, a propósito del día internacional conmemorado el pasado 10 de este mes en diversas regiones del planeta. Habría que añadir que tampoco puede levantar la voz con franqueza y veracidad tocante al tema del llamado cambio climático en virtud de que, en nombre de la modernidad, se avasallan derechos de propiedad y se conculcan garantías individuales y sociales de las etnias  en las zonas perdidas de la sierra y la montañas, sobre los que otra vez pende la espada de Democles.
La violencia de Estado se impone como logística para erigir sobre la humillada población las bases modernas del autoritarismo, vía la militarización creciente y el consiguiente atropello de las garantías de libertad de expresión, de tránsito, de seguridad y de propiedad. Los bosques, el subsuelo, el agua, las tierras de labranza vuelven a ser, como en la Colonia y el Porfirismo, objeto de codicia por parte de émulos de hacendados y herederos de bienes malhabidos y acopiados al amparo del robo y el despojo.
Pero si al respecto no hay mucho o nada que festejar en lo que va de este siglo, sí hay mucho qué hacer, y más de lo imaginable, con la premura y  la atingencia que los tiempos aconsejan, para contener a los aprendices de tiranos y de autócratas, su desbocado voluntarismo, antes de que impongan, sobre los escombros de la tímida democracia en México, el Estado autoritario frente a frente del cual se hizo la Revolución Mexicana hace cien años.
Desde el seno de uno de los estados más afectados  por la violencia criminal y en donde se enseñorea, por cierto, uno de los experimentos políticos menos publicitado a nivel nacional, pero con el mayor consenso favorable de los ciudadanos, en Guerrero, la voz del mandatario estatal Zeferino Torreblanca se hace oír llamando a la concordia en horas inciertas en que asoma la confrontación política y partidarista, para hacer ver la inconveniencia de atizar violencia sobre violencia. Esto es lo que menos conviene a Guerrero, advierte. Añadiríamos: es lo menos que  conviene a los mexicanos en  vísperas de la sucesión presidencial. Como hace un siglo.
 Allá mismo, en Chilpancingo, ciudad capital, sede de los poderes estatales, desde la cual se libra actualmente una tenaz y declarada guerra contra los restos del autoritarismo y el caciquismo decadente, la proclama por la validez y eficacia de los Derechos Humanos cobra inusitada vigencia y prioridad, dando a las instituciones de control la prevalencia que le es propia como valladar a cualquier asomo de intemperancia y haciendo las precisiones y correcciones, en su caso, para que los órganos responsables actúen, en tiempo y forma, con impecable autonomía y solvencia en bien de la sociedad.
Con la representación del Ejecutivo, Israel Soberanis Nogueda, secretario general de gobierno, funcionario experimentado en tareas al servicio de su entidad: presidente municipal de Acapulco, rector de la Universidad Americana, diputado federal y senador de la República, acaba de expresar en el Tribunal de lo Contencioso un mensaje, con trasfondo eminentemente humano, asegurando que en medio del disturbio y la anarquía la paz por medio del Derecho es y será la impronta que “selle los destinos del mandato constitucional en turno”, pues en el gobierno de Torreblanca la garantía de audiencia es fundamental. Precisa a su vez que la inconformidad y la controversia son recursos en manos de la sociedad  y formas para hacerse oír ante una administración pública que asegura ser moderna, participativa y democrática. No hay duda: es oportuna y lúcida esta declaración a la luz del Día Internacional de los Derechos Humanos.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

EN LA UNAM, EL SESQUICENTENARIO QUE VIENE


Por Federico Osorio Altúzar

El triunfo de la República encabezado por el presidente Juárez, en 1867, es la victoria de los ideales de libertad educativa, política y religiosa. Representa, por otra parte, la derrota de la sociedad cerrada marcada por la fe en el dogma y la creencia. Así, toca a su fin la edad oscurantista y el desdén hacia las ciencias naturales y matemáticas, las ciencias sociales de base jurídica y el desprecio por el arte entendido como expresión de todo lo humano.
El 2 de diciembre de ese año (1867), el Benemérito expidió la Ley Orgánica del Distrito Federal, con arreglo a la cual se produjo la primera revolución educativa en el país. Entre sus innovaciones, escribe Ernesto Lemoine, la más trascendental fue la creación, sustentada en la doctrina positivista, de la Escuela Nacional Preparatoria.
Con ese motivo, la Preparatoria enaltece aquella fecha histórica, rumbo al Sesquicentenario de su fundación, no tan lejana como parece, a la distancia de siete años; festeja 147 años de servir educativamente a México forjando decenas de miles de jóvenes con vocación nacionalista y visión ecuménica; recuerda en estos días que el 9 de diciembre próximo se cumplirán tres décadas del traslado de San Ildefonso a su actual sede de Adolfo Prieto. Y en breve, el 3 de febrero entrante, celebrará un aniversario más de la apertura de cursos con una asistencia, entonces, de novecientos alumnos (Lemoine, “Efemérides”, 1978)
La Preparatoria dio, en 1910, hálito de vida a la naciente Universidad Nacional y ésta la convirtió, a su vez, en fuente de inagotables recursos humanos, los que requiere para cumplir sus funciones sustantivas y avanzar culturalmente en la modernidad. Protagonizó, al final de la década de los años veinte, la batalla por la autonomía convertida en garantía constitucional en los ochenta. Participó en los aciagos años de 1968 y 1971 frente a la agresión brutal a las libertades académicas mancilladas, y luchó por la no injerencia del anarquismo empobrecedor en el “campus” de la Universidad.
Harían bien, desde ahora, sus máximas autoridades académicas y administrativas, el claustro de sus profesores de carrera, sus ex directivos, investigadores y coordinadores, en recrear su pasado, haciendo de su historia un legado redivivo, siempre actual; viviente en una palabra. Los tiempos que corren son propicios para llevar a cabo una profunda introspección, un autoanálisis crítico que ponga en claro, con propósito esclarecedor y por lo mismo objetivo, la continuidad de sus planes y programas de estudio, a fin de ponderar el progreso institucional en la reubicación de sus instalaciones como también en sus acervos bibliográficos, la programación y edición de libros de texto y de consulta.
En suma, es aconsejable llevar a cabo una revaloración a fondo, comenzando por investigar y publicar una colección de biografías preparatorianas con sus filósofos, pedagogos, historiadores, jurisconsultos y sociólogos. Pues, ¿quién recuerda, por cierto, a Porfirio Parra, chihuahuense notable como los rectores universitarios Manuel Gómez Morín y Salvador Zubirán, ambos asimismo de Chihuahua. El doctor Parra fue el segundo director de la Preparatoria.  Médico y humanista muy distinguido, filósofo al igual que su ilustre antecesor.
Se echa de menos un capítulo expositivo en donde se explique cómo y por qué el positivismo filosófico fue cancelado como método pedagógico y sustituido en sus principios teóricos por modas románticas (fenomenología, existencialismo y neo escolástica). ¿Cuáles fueron las consecuencias desde el punto de la enseñanza, la formación humanística y científica? ¿En qué ganó o qué perdió, desde el punto de vista del progreso educativo, formativo e informativo, la enseñanza propedéutica de la Preparatoria?