Está a la vista el estallido
de un volcán social, político y económico en el país. La reforma de Petróleos
Mexicanos, último bastión de la Revolución Mexicana tras la debacle del ejido
y el derrumbe de la minería
nacionalizada, es su principal síndrome. Sigue el estrepitoso fracaso de la
política hidráulica como ocurre en el Valle del Yaqui, enclave agrícola hace
medio siglo espléndido granero de México.Son víctimas de este crimen, crimen
impune y de “lesa Humanidad”, causado por la nula prevención y el afán de lucro
de los insaciables de siempre, aquí, allá y acullá; así, entre los indigentes e indefensos campesinos, de la
diezmada Tribu del Yaqui, también del remanente de ejidatarios bajo extrema marginación.
Está en el aire la proclama
de reforma energética, con visos de reivindicación social y económica para los
grupos mayoritarios. La inveterada corrupción aunada al entreguismo a las
avariciosas trasnacionales en pie de reconquista, la hacen punto menos que
dudosa en cuando a su finalidad y alcance. Sigue en suspenso la amenaza de enajenación
o hipoteca del futuro de la Nación.
Mientras tanto, está en el
tapete de la discusión por parte de los hacedores de leyes el destino, uso y
usufructo, del subsuelo mexicano.
En el corazón de este escenario se gesta una
revolución silenciosa desde las entrañas del México de la extrema pobreza y
marginación: el México indígena y tribal, desde el norte hasta los cofines
del Sur
En Chiapas, unen su voz los
indígenas desposeídos a la demanda de Alberto Pethishán, aborigen encarcelado,
quien acusa a terratenientes y políticos por la depredación de tierras, aguas y
bosques de etnias en la región. Desde Sonora, de nueva cuenta, voceros de la
etnia guarajía hacen pública la queja por el robo de tierras so pretexto de la
construcción de una presa ostentosamente denominada Pilares-Bicentenario, lo
que hace recordar el Acueducto Independencia, obra de la mentalidad sesgada del
gobernador Guillermo Padrés Elías.
En Aquila, otro foco rojo en
esta cadena de exterminio y depredación de las posesiones indígenas, aún en
manos de las etnias bajo acoso, el conflicto tiene origen en la voracidad de
los dueños de la mina conocida como Las Encinas. La rapiña y la impunidad
tienen límites y consecuencias
La lista resulta
interminable. Y los botones de muestra apuntan a un escenario en donde la
retórica populista sirve a programas devastadores por parte de los señores del
capital y de los medios de trabajo para la subsistencia más elemental.
En el Sur y Centro de la
República, comuneros y ejidatarios denuncian abusos y atropellos de los
explotares del subsuelo en minas de Chiapas y Michoacán, de San Luis, Jalisco
y Sonora documentadas en la prensa nacional.
La lucha por el agua es la
lucha por la sobrevivencia en el caso de guarajíos, yaquis y demás etnias bajo
el atroz embate. La defensa de bosques se inscribe frente a la feroz
acometida con el fin de conculcar la pobreza acabando con aquellos que se consideran, paradójicamente,
causa de la misma. La denuncia sobre el despojo de tierras tiene que ver con el
abuso de intocables empresarios extranjeros que violentan a su antojo los
derechos de la tierra, las normas laborales y de seguridad.Tierra baldía, en este respecto, da
la impresión de ser el Estado federal, los estados y municipios, en donde sus
pobladores marginados son víctima de la anarquía oficial.
No obstante, hay excepciones
a las reglas con arreglo a las cuales se mantiene en pie la idea de nación y se
ejerce el pacto del federalismo social, político y económico. En ese panorama
con tonalidades claras y oscuras, la reforma energética da pie a la esperanza,
la cual se hace sentir y aún estremecer en las palabras del indígena
chiapaneco: “Nunca más un México sin nosotros”.