La idea de
renacimiento o renovación está en los orígenes de toda cultura. La muerte sigue
a la vida y ésta resurge tras aquélla en un proceso circular que no tiene
término. La noción misma de nacimiento implica las de productividad, plenitud¸
de envejecimiento y postración, sin descartar en dicho proceso el de la
conservación y perpetuación de la vida. Los fenómenos observables en el
desarrollo de la vida vegetativa confirman dicha presunción y dan lugar a ritos
que concurren en la creencia, convertida en convicción, acerca del renacer
entendido como una inmortal eternidad.
Llámese rueda estacional
o ley del eterno retorno, lo cierto es que el dogma religioso y las doctrinas políticas,
en mayor o menor medida, acuden al concepto de renacimiento cíclico con el
objeto de suscitar la certeza de trascendencia por encima de lo efímero y
perecedero, y la confianza en un mundo más allá del terrenal en donde la
felicidad, la beatitud y la justicia son la meta última (fin final absoluto) convertida
en realidad.
A manera de preámbulo de
este 2013, el mundo religioso se vio conmocionado con las múltiples y
heterogéneas interpretaciones en torno a lo que se dio en llamar “el fin del
mundo”. La ortodoxia mistérica, en defensa de las denominadas profecías mayas,
sostuvo que se trataba tan sólo del final de un ciclo con base en el cual
habría de propiciarse el comienzo de otro en el cual estaría gestándose la era
o etapa de un mundo mejor.
En cuando a los augurios
de carácter ideológico, los hermeneutas de oficio encontraron en todo esto una
ocasión favorable para dar curso libre a sus inventos de reivindicación social
o de clase, aprovechando el clima alentado por las expectativas sobre el
renacimiento de un ciclo bienaventurado o feliz en lo económico y lo cultural.
Sin ir muy lejos, entre
nosotros la vuelta del PRI a Los Pinos fue celebrada, aplaudida y revestida de
los más vivos matices con el propósito de entusiasmar a sus correligionarios en
la creencia de un regreso anunciado: la vuelta, sin más, a una sociedad sin
tachas; un regreso para lavar todo género de lacras, entre otras de corrupción
y complicidad; de injerencia incluso de algunos dirigentes, incluyendo
legisladores, en negocios turbios y fraudulentos, que dan lugar a conductas
punibles ejemplarmente, sin importar fueros.
En unos y otros casos,
videntes y profetas, místicos y políticos, unidos sin proponérselo, desprestigian la profesión hermenéutica,
tergiversándola, dando paso a la confusión en el más inocente de los casos; a
la incredibilidad y al deterioro de la fe en los asuntos humanos y transhumanos;
a la quiebra en valores que dan sentido y razón a la continuidad de lo humano
en sentido histórico y a la noción de trascendencia en el caso de quienes
fincan la idea de perfección y moralidad absoluta en la transmutación de los
ciclos de vida a través de una inmortal eternidad.
Quedan en pie, no obstante,
enseñanzas duraderas, con signo positivo, en lo que se refiere a reflexionar
sobre la intencionalidad de los pregoneros de cataclismos y supuestos
acontecimientos que hacen del porvenir, del mediato o inmediato futuro, un
mercado para el logro de beneficios mal habidos, acopiados con lujo de abuso en
la ignorancia y la llamada buena fe de grupos desprevenidos educativamente.
Sin duda, la principal
razón consiste en revisar a fondo desde el hogar y la escuela, ahora que se
habla de una reforma educativa integral, con la finalidad de hacer caer los
velos de prejuicios perniciosos entre los educandos que impiden la procuración
de objetivos humanos, demasiado humanos, tendentes a la realización progresiva,
gradual, del hombre sin distinción de clase, sexo, religión o raza, por medio
del cultivo y la creatividad en el
conocimiento, la responsabilidad individual y el amor al genuino goce estético.