Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







miércoles, 29 de septiembre de 2010

DE FUENTEOVEJUNA AL PUEBLO DE ASCENSIÓN: JUSTICIA DENEGADA


                                                          Por Federico Osorio Altúzar

La sed de justicia cunde en todos los ámbitos del territorio nacional. Chihuahua y Durango aparecen en los primeros sitios de violencia criminal en la propaganda mediática nacional e internacional. Gana la batalla la impunidad y se impone el castigo por mano propia, mientras la investigación del delito  y la individualización de las normas penales están a las resultas del crimen organizado.
César Duarte asumirá la titularidad del Ejecutivo en medio del optimismo de una población acosada por la delincuencia, como nunca antes en la historia del Estado. Entrará a Palacio de Gobierno rodeado de grandes esperanzas, resuelto a encarar la más difícil y plausible de todas las batallas políticas habidas y por haber: la batalla por la restitución de la legalidad.
Es hombre de leyes en el amplio sentido del término y sabe que el mejor, políticamente hablando, no es el que está nimbado con timbres de ufanía por las campaña publicitarias, sino el que conoce a fondo el oficio de legislar y hace honor a los compromisos, cumpliéndolos el pie de la letra y según el espíritu que los inspira. 
En el municipio de Ascensión se encendieron luces rojas que anuncian males peores, si la nueva administración no hace valer el imperio de la ley con vigor y ejemplaridad. Como en Tomóchic y Santo Tomás, hace más de un  siglo,  la población se levanta en vilo para gritar su inconformidad y sed de justicia jurídica. Allá, el motivo de la rebelión fue la intolerancia; aquí la impunidad y la corrupción las razones del encono popular.
Se dirá que el drama del linchamiento en Ascensión es un hecho aislado y hasta deleznable en el idioma de la inepcia burocrática. Todo comienzo tiene el carácter de lo individual y de lo aparentemente transitorio. Pero una chispa es el inicio, a menudo, del incendio y hasta de la gran conflagración. Una larga cadena se hace de numerosos goznes. Y lo ocurrido en Ascensión es síntoma de una enfermedad silenciosa que corroe el Estado de Derecho, haciendo imposible determinar dónde comienza la eficacia de la anarquía y dónde la de la procuración y la “aplicación” de las sentencias.
Difícilmente podrá contenerse la ira de una comunidad, de cualquier comunidad, cuando los responsables de atender las quejas y las denuncias son los pararrayos del crimen organizado, como en el caso del ministerio público estatal en Ascensión, con antecedentes delincuenciales, y quién con su conducta reprochable hizo derramar el vaso de la ira popular acumulada. Hay, por lo demás, alevosía por motivo de la pasividad y el contubernio de las autoridades superiores en el ramo correspondiente.
Imposible es, así, el triunfo de las leyes contra la corrupción que engendra impunidad cuando el virus letal anida en los mismos cuerpos encargados de perseguir, investigar y establecer las pruebas. Si la lenidad y la inepcia prosperan desde dentro, obstruyen y hacen nula la administración de justicia.
El gobernador electo, César Duarte, tendrá que ser más, mucho más, que un mandatario emergente para apaciguar la cólera de la población chihuahuense y para actuar como un apagafuegos  frente a la hoguera crispante de la impunidad. De Chihuahua, dijo un ilustre político de la entidad, vino la Revolución. Temóchic y Santo Tomás, en las páginas de Heriberto Frías y de Fernando Jordán, así lo atestiguan.
Los valerosos habitantes de Ascensión, en este 2010, ingresan a las páginas del Centenario de la Revolución de 1910 como un doloroso y dramático esfuerzo a fin de mostrar y demostrar que la autodefensa y la justicia a mano propia, ante la derrota de la legalidad y la ingobernabilidad, representan una ominosa y oportuna advertencia. Es una luz preventiva que no se puede desdeñar  a riesgo de que despierte el gigante de su largo sueño. 
             


martes, 21 de septiembre de 2010

CUMBRE DEL PRI EN CHIHUAHUA: VIEJA Y NUEVA REVOLUCIÓN


                                                                  Por Federico Osorio Altúzar

En “Crónica de un país bárbaro”, Fernando Jordán escribió hace poco más de cincuenta años: “Es en Chihuahua, seis años antes de que termine el siglo XIX, 15 años antes de Madero, donde por primera vez se escucha la maldición rebelde: “´¡Abajo la dictadura!´”. La sublevación de Tomóchic encendería la chispa que el 20 de noviembre se volvió crepitante hoguera revolucionaria. “Poco después, agrega, Pascual Orozco bajaba de la montaña con la antorcha en la mano, para unirla a las otras que corrían por la llanura y el desierto, iluminando la humana esperanza de libertad y de justicia”.
Haciendo gala de una memoria histórica, desdeñada una y otra vez por la dirigencia del otrora partido hegemónico en el poder, el CEN priísta lanzó su proclama desde la capital del Estado fuerte para reconquistar la Presidencia de la República, enarbolando la bandera que dio origen y sentido a las siglas partidistas en la cuna de la Revolución, ahí en donde el heroísmo de un puñado de mujeres, hombres, niños y ancianos ofrendaron sus vidas en el primer holocausto que registra la historia nacional contra la férrea tiranía de Díaz y sus epígonos locales.
La vieja Revolución fue evocada en nombre de la nueva Revolución en silenciosa y terca marcha. El viejo PRI dio indicios de moverse y despertar de su letargo ante el escenario de una dictadura en pleno ascenso y consolidación. A poco más de cien años de la matanza de Tomóchic, de la gesta olvidada y de la provocación de la oligarquía criolla, la Revolución que México invoca y reclama no es ya la de los cañones y la pólvora, la de la lucha fratricida, la de los secuestros y los crímenes en serie, sino la revolución de las instituciones, la revolución educativa, la revolución en los foros legislativos y en el seno de las industrias productivas en el esquema de un desarrollo integral.
La epopeya de Tomóchic nos ha  hecho recordar que la oligarquía está en pie de lucha para imponer, a como haya lugar, y con todos los recursos de la guerra exterminadora, su férrea ley propia de la oligarquía sin frenos ni barreras. Y algo hace indicar que, por fin, el Partido que un día  hizo legítima defensa de los campesinos, las organizaciones sindicales, abrió carreteras y alentó el crecimiento de las universidades públicas, da señales de volver por sus fueros, de retomar las armas de la legalidad para asumir un liderazgo dilapidado por  quienes, desde hace poco más de dos décadas, se dedicaron al despojo y a la malversación del ejido, de los ferrocarriles, la minería y los parajes turísticos.           
En este panorama de recuperación emergen figuras nuevas, rostros que podrían ingresar a la historia actual, de contar con el arrojo indispensable, la serenidad a toda prueba de tentaciones efímeras, con la finalidad de poner orden en el convulsionado país, víctima de letal anarquía y del cáncer fatal que corroe las entrañas de la institucionalidad, de la legalidad y constitucionalidad. Pues traición a la Patria es pretender violentar las normas supremas y ostentar públicamente, con intolerable cinismo, que no se sigue castigo alguno ante semejante ilícito.
La nueva Revolución se abre paso entre la sinrazón de la fuerza desde las alturas del poder. Y si el nuevo PRI ha comprendido la lección  histórica en las páginas de la amarga derrota, México entero, como en su momento los valientes victimados de Tomóchic, podrá tener esperanzas fundadas de salir de las tinieblas que lo aquejan, de las miserias  que lo atosigan. El Centenario de la Revolución es más, mucho más, que el fasto cortesano en que se nos ha querido involucrar, por todos los medios, en estos lóbregos días de verdadero acoso y hostigamiento den todos los órdenes de la humana convivencia.    
  

miércoles, 8 de septiembre de 2010

UNAM: EL HOMENAJE A GUILLERMO SOBERÓN


A tiempo, con generosidad y plenitud de afectos, el homenaje rendido el pasado mes de abril al doctor Guillermo Soberón Acevedo, el Rector Magnífico de nuestra máxima casa de estudios, ha sido espléndido preámbulo de los festejos centenarios de la Universidad Nacional inaugurada por el maestro Justo Sierra, el 22 de sepriembvre de 1910.Con sello de la UNAM, circula recientemente un libro en el que se compilan contribuciones de  colaboradores, colegas y amigos suyos.
Guillermo Soberón es figura emblemática en la historia de México. Universitario de cepa lo llama el rector José Narro, quien escribe en el libro-homenaje: “Al término de sus dos periodos rectorales entregó una universidad en paz, ordenada, con una institucionalidad consolidada e inmersa en el trabajo productivo” 
Después de la Presentación del rector Narro Robles, la primera contribución es del doctor Jaime Martuscelli, sin duda el más cercano, fiel y lúcido continuador del legado académico y científico de Guillermo Soberón, dentro y fuera de la UNAM. Más adelante, los ensayos de los doctores en Derecho, Diego Valadés y Jorge Carpizo. Se echa de menos, sin embargo, la aportación del doctor Ignacio Carrillo Prieto, autor de valiosa investigación sobre el estatuto del personal académico de la Universidad.
Por los festejos centenarios y el eminente lugar que revistió y ha desplegado la Preparatoria en su luminosa trayectoria, destaca la participación del licenciado Enrique Espinosa Suñer, pilar indudable del plantel juarista-barrediano, quien, con el maestro Raúl Pous Ortiz, ha presidido, y preside, los destinos de la benemérita institución. ”Guillermo Soberón: un preparatoriano ilustre” es puntual y lúcida síntesis del resurgimiento de la institución en los inciertos años tras el conflicto estudiantil de 1968.
En la página 107, puede leerse: “A lo largo de casi siete años compartí con el rector su preocupación por los problemas que aquejaban a la ENP entre los que destacaban: elevar el nivel académico, mediante el establecimiento de diversos cursos de preparación para el profesorado; actualizar el plan y los programas de estudio; impulsar decididamente la difusión de la cultura; incrementar la modernización de las instalaciones y emprender un efectivo combate a la violencia en los planteles preparatorianos”
La tesis de Guillermo Soberón era en el sentido de que: “La Universidad Nacional será más vigorosa, en la medida en que su enseñanza media se consolide para la formación de futuros profesionales”.
Hoy en día la Nacional Preparatoria prosigue el ideal del Presidente Juárez en torno a una educación laica, libre de dogmas y prejuicios; nacionalista pero abierta a la universalidad de las ciencias y las humanidades. Heredera del positivismo filosófico y pedagógico de los doctores Barreda y Parra, propaga los valores de la cultura humanística, del conocimiento de la naturaleza y la sociedad; impulsa la dignidad de sus adolescentes y jóvenes; se encamina a una etapa de renovación hacia dentro y hacia su entorno social.
Conducida la Preparatoria, ahora, por primera vez, por una psicóloga, la maestra Silvia Estela Jurado Cuéllar, una de sus primeras acciones ha sido proponer la refundación de lo que será el Centro Preparatoriano de Atención Psicoterapéutica, un palpitante interés de la comunidad universitaria, del rector José Narro Robles, de los preparatorianos incluyendo a sus padres  y familiares; en fin, a trabajadores y docentes. El objetivo es  proteger, salvaguardar y rescatar su más preciado patrimonio, su población estudiantil. Y con ello  implantar  la cultura de la legalidad, propagar la de la prevención, alentar el cultivo del arte, el deporte, la expresión literaria.
Acertada contribución, esto último, al Centenario de la Universidad Nacional.


viernes, 3 de septiembre de 2010

GUERRA FALLIDA: EL COSTO SOCIAL DE LA DERROTA




                                 
Por Federico Osorio Altúzar

Son frías las estadísticas, pero resultan gélidas cuando el recuento es de vidas humanas. Más aún cuando a la masacre se suma el alto costo social y moral, irrecuperable al final de todo.
Treinta mil víctimas mortales, aparte otro tanto  o más de mujeres y hombres desaparecidos entre ancianos, niños y jóvenes; una economía pública en bancarrota; la educación popular (básica, propedéutica y superior) en casi total bancarrota. En suma, la nación en riesgo inminente de estallar en añicos.
Sombrío es el panorama que se cierne sobre nuestro desdichado país. Es decir, sobre todos nosotros, al margen del grupo sociocultural al que pertenezcamos. La gente incrustada en el poder (político o económico) es, hasta ahora, la menos vulnerable;  la menos afectada. Aunque es la más horrorizada por el resultado de esta guerra no declarada, a la que se nos convocó cuando todo estaba en llamas y en cierto modo bajo la bota del vencedor: el crimen organizado.
Guerra fallida es la que se extiende hacia todos los rincones del país. Guerra fallida a costas de las clases más oprimidas, guerra fallida depredadora de humanos y de instituciones, guerra fallida que ha convertido los derechos esenciales y todas las garantías habidas y por haber en objeto suntuario y no en motivo de tutela y salvaguarda por los representantes de los órganos establecidos en el supremo ordenamiento jurídico de la nación.
Son válidas, pero no eficaces las normas de observancia obligatoria. Es decir, son normas únicamente en apariencia. El orden jurídico o sistema de normas está formado de frases, palabras y oraciones gramaticales. De buenas intenciones y cuando más de enunciados, pero no las reviste, no las identifica y define la imputación como su contendido propio, su carácter inmanente.
Nunca como ahora se pone de relieve, de manifiesto, aquella de que las normas se hacen para “violarlas”. Las viola, impunemente, el poderoso, el anarquista con fuero, el criminal con medios para agredir y evadir el castigo. Violar la ley es el deporte nacional de moda.
Nos aproximamos de manera temeraria, imprudente, al filo de la barranca, donde todo cae por su propio peso  y de cuya profundidad no hay poder capaz de rescatar, menos de salvar. Los malos ejemplos cunden por todas partes. En un país en el que predomina el pleno desempleo, la oferta laboral desde las sombras del crimen organizado hace de las suyas. Recluta voluntarios y por medio de la fuerza hace mercenarios a indefensos adolescentes y jóvenes en condición de penuria.
Ha ganado la delantera el crimen organizado a los organizadores del Bicentenario y del  Centenario: de la Independencia y la Revolución. Somos el país con mayor índice de sumisión y dependencia política en el orbe latinoamericano. Somos la nación menos revolucionaria en los campos del bienestar.  Llevamos el campeonato de atropellos y vejaciones  en el área laboral. Los mineros y los electricistas no son las únicas víctimas de esta guerra no declarada.
Hace un siglo, por estos días, en los prolegómenos de la Revolución armada, se fundaba la Universidad Nacional. Hoy  la bandera de la autonomía, la enseñanza laica, progresista y popular está amenazada dentro y fuera de los recintos escolares públicos. Hace doscientos años, Vicente Guerrero,  el estadista de la primera y más visionaria liberación nacional, en las alturas del Sur, declaraba  “La Patria es primero”. Hoy, en cambio, el grito de la clase política en el poder es en el sentido de Stirner. “Yo, el mundo  propiedad.”
 Mientras tanto, el ¡“Viva México”! vibra como una de las más grandes esperanzas  y como el más caro de los anhelos en el corazón de millones de compatriotas. Dentro y fuera del país.