Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







martes, 23 de noviembre de 2010

OTRO CENTENARIO: POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS


                                                          
Por Federico Osorio Altúzar



El presidente Adolfo López Mateos hizo despertar del sueño dogmático a la clase política con su tronante declaración según la cual su gobierno era de izquierda. De izquierda dentro de la Constitución, precisó.
Eran tiempos en que el llamado desarrollo estabilizador irradiaba fuerza del partido político  hegemónico y experimentado al que la oposición, si la había, no le causaba la menor mortificación. El Partido Comunista representaba, desde la clandestinidad, la antítesis opositora, pues en el seno del PRI cabían todas las corrientes ideológicas, sin descartar a los mismos conservadores y ultraderechistas expulsados por  la Revolución.
Las preguntas no se hicieron esperar. ¿Era acaso la Constitución Política un ordenamiento de izquierda? ¿Podía un Presidente de la República, con el mismo argumento, declarase de derecha, pero con arreglo a la Carta Magna? La Constitución, ¿era algo así como la Cama de Procusto que podía ajustarse al deseo del mandatario en turno? Izquierdas y derechas, ¿tan sólo tenían un valor ideológico declarativo, retórico, sin más?
Dos décadas después las cosas tomarían otro perfil. Los líderes políticos opositores saldrían de la clandestinidad. Ser de izquierda, entonces, marcaría líneas definitorias de beligerancia y acción plebiscitaria. Por otra parte, la derecha esperaba, desde principios de los 90, recibir beneficios electorales a la sombra de la ruda disputa por el poder entre el omnímodo PRI y el naciente PRD. Cuauhtémoc Cárdenas, como en el 2006 Andrés López Obrador, se declaraba vencedor ante un Carlos Salinas considerado por los cardenistas y otros sectores usurpador y Presidente ilegítimo.   
El escenario político nacional y regional es otro hoy en día. Beneficiada la derecha por el PRI en la década finisecular, en Chihuahua, para citar el caso más ostensible del concertacionismo priísta, hoy hace alianza vergonzante con el PRD con el señuelo de evitar lo que parece ya ineluctable: el regreso del PRI a los Pinos, aunque sin los Ulises Ruiz y los Salinas, nombres emblemáticos de un pasado  que la gran mayoría ha terminado por abominar.
En el marginado Guerrero todo indica que la estrella de la izquierda perredista local tiende a ocultarse. Ahí, Zeferino Torreblanca Galindo representa lo que el liderazgo personal puede llegar a significar  a partir de una izquierda (¿dentro de la Constitución?) enarbolada desde la entraña empresarial, mas con la propensión hacia el cambio social. Todo proveniente de la vocación personal y por un acendrado sentimiento de solidaridad.
Tres veces candidato perredista hasta ganar al fin la alcaldía de Acapulco y vencedor en 2005 para gobernar Guerrero, Torreblanca es el primer candidato del PRD en lograrlo. Expresa en su experiencia política individual cómo la crisis interna del sol azteca lleva a su posible disolución y diáspora. Gana sin mediateces y sombra de manipulación, con el voto mayoritario de los guerrerenses, precedido por una campaña que lo llevó a la sierra y a la montaña, a las costas y a los valles, ajena a la estridencia y a las promesas populistas. Cuestionado por su origen empresarial, a sólo cuatro meses de cumplir con su mandato, Zeferino Torreblanca toma distancia de un PRD en vertiginosa caída, ideológica y logística. De un PRD ávido de poder por el poder mismo, que coparticipa en tácticas auspiciadas por el ahora partido en el poder. El mandatario guerrerense, así, se hace a la mar con todo y la soledad que implica el desdén de la cúpula a su política de cambio con acento social, el rechazo a meter las manos en el partido y a la tentación de hacer clientelismo por medio de dádivas y cuotas de poder.   
Ahora bien, si los guerrerenses no se equivocaron, la pregunta es: ¿por quién doblan las campanas?

martes, 16 de noviembre de 2010

UNIVERSIDADES: ENTRE EL ABANDONO Y LA VIOLENCIA CRIMINAL




Por: Federico  Osorio Altúzar

En vísperas del centenario de la Revolución, la violencia organizada surge a gran escala, esta vez impetuosa y ciega, haciendo presa del estallido al país entero y como principal víctima a la población inerme, desamparada y desprotegida, inclusive por el propio Estado. Presionado éste desde dentro y erosionado desde fuera a causa del entreguismo vergonzante de gobiernos impopulares, el afrentoso proceso culmina en defenestración institucional.
Estado fallido llaman los voceros del Imperio al Estado mexicano. Estado ineficaz, traspatio para los invasores y tierra baldía de sus torvos propósitos, de sus experimentos expansivos, y para saciar la sed de las transnacionales a fin de obtener recursos estratégicos a como dé lugar. Al igual que en los años previos a la Constitución de 1917, armas y explosivos entran por las fronteras del Norte y del Sur; ahora desde puertos marítimos y aeropuertos, con la venia de autoridades que, por otra parte, facilitan la conversión de nuestro territorio en paraíso fiscal y de lavado de dinero.
De guerra no declarada, guerra al fin, hemos pasado a una abierta confrontación que involucra a la población civil en una especie de altercado de guerrillas entre líderes del crimen, mafiosos contra testaferros reclutados por la criminalidad criolla y transnacional. Se trata de una reyerta en donde la  sociedad civil es objeto de atracos, blanco de la perversidad de sicarios y traficantes de toda laya. Frente a esto, el gobierno de la República parece dejar las riendas de la legalidad en manos de criminales que ensayan una especie de “resolución final”, amenazando, acosando, ahuyentando y dictando órdenes a la población. En suma, conminando al Estado a fin de que pacte con ellos, criminales y agentes al servicio de la provocación internacional.
Mientras tanto, el desdén se cierne en torno a las instituciones educativas del país. Se amenaza y amedrenta a los planteles escolares del nivel básico como estrategia para aterrorizar a las familias; se ataca centros académicos  hiriendo y cegando la vida de alumnos y maestros, sin que se esclarezcan los ilícitos y se castigue a los culpables.
Al propio tiempo se vuelve a la ancestral táctica de doblegar por la penuria y el hambre a las universidades públicas cuyo sostén, por mandato constitucional, proviene de recursos pecuniarios de la Federación. Con mano implacable retiene ésta las partidas presupuestales con dicho efecto, hace caso omiso a los reclamos de rectores y directivos; ocasiona en fin rezagos económicos y quebrantos financieros propicios para desestabilizar y provocar  ingobernabilidad, protesta y enfrentamientos.
Las universidades empobrecidas han sido, son y serán, pasto apetitoso para la injerencia de élites, grupos desnacionalizados y voraces transnacionales. Ahora, como en el 68, son víctima de acoso por aventureros junto con inescrupulosos políticos con ansia de poder, dispuestos a todo, incluyendo la  violencia y el terror. Las instituciones famélicas que egresan profesionistas formados al vapor, con ostensibles vacíos informativos y nula sensibilidad social, se convierten, así, en campo de ensayo para quienes profesan la perversa misión de cercenar, junto con el cuerpo, la inteligencia.
Como en los 60, estamos frente a frente de nuevos vientos desestabilizadores los cuales soplan desde los planteles escolares de formación básica, los centros de enseñanza media superior y superior, y alcanzan aún a los institutos de alta docencia e investigación. La estrategia se repite: consiste en socavar las libertades académicas para enseñar, investigar y difundir cultura; someter por medio de la inanición y la precariedad. Por esa vía, el escenario estaría listo, claro, si se les deja, para la penetración y el predomino colonizador.       

miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA MEDALLA BELISARIO DOMÍNGUEZ AL RECTOR INOLVIDABLE


Por Federico Osorio Altúzar 

“Post mortem”,  cuatro décadas después de su fallecimiento en 1971, Javier Barros Sierra es honrado con la Medalla Belisario Domínguez en reconocimiento a su irreprochable y lúcido liderazgo,  cívico, académico, y profesional,  al frente de nuestra máxima casa de estudios en horas de recia tempestad  como nunca antes ni después.
A su tío abuelo,  don Justo Sierra, debemos la creación de la Universidad Nacional. Al ingeniero Barros Sierra el haber efectuado su cabal defensa, la puntual y señera apología, convirtiéndose en  escudo inexpugnable para contener a los depredadores de oficio y amparar, con la reciedumbre de su voluntad, anclada en la ley, de la violencia organizada,  a  miles y miles  de alumnos, maestros y empleados perseguidos y hostigados por el poder político en turno.
En su memoria, la medalla laudatoria resplandece con luz propia y con los reflejos que  emanan de los corazones de universitarios de bien que jamás lo olvidarán mientras vibre la emoción por el derecho a pensar lo que se quiere y a querer, objetivamente, lo que se piensa. “Honrar, honra” dice la sentencia que alude, como en este caso, al reconocimiento implícito en la presea a fin de exaltar virtudes que no perecen. De él, asimismo, puede decirse: “No todos los hombres son mortales”.
En una época aciaga en la que asesinar se está volviendo un acto cotidiano y aún deleznable para algunos seres irracionales, y en la que se pone indiscriminadamente en la mira de las armas criminales a  jóvenes y  adolescentes en plenitud de vida, con la torva finalidad de socavar la esperanza y el futuro de la sociedad, de cancelar todo proyecto educativo y toda tarea destinada a renovar y crear los valores del saber, del querer social y del sentir artístico; en esta época, ahora,  rememoramos al rector insigne por su bonhomía, vocación humana y fe inquebrantable para defender la integridad física y moral de la inteligencia y la juventud.  Su claridad intelectual aunada a su diáfana comprensión, fue la palanca a fin de sortear los peligros que rodeaban a la Universidad y a su comunidad en franco estado de indefensión, lo que impidió, en aquel lóbrego 68,  la comisión de más actos bestiales y de barbarie    
Barros Sierra asumió la Rectoría de la UNAM después de una intensa actividad profesional  en la iniciativa privada y después, asimismo, de haber entregado talento y disposición a la docencia   desde la enseñanza media superior hasta  el nivel superior en su Facultad de Ingeniería, cuyo auditorio principal lleva, con dignidad y orgullo, su ilustre nombre. Escribió obras didácticas que revelan su “eros” pedagógico, entre otras de cálculo infinitesimal en la colección Textos Universitarios. ¿Qué más puedo hacer por la Universidad? era su preocupación diaria, indeclinable.
En 1966 asumió la Rectoría en medio de la intransigencia interna y los asomos de represión externa por parte del conservadurismo en boga, provocativo y dispuesto a imponer su consigna de postrar a la institución por medio del embate a su Ley Orgánica y procurar el derrumbe de su organización académica y, con ello, el régimen de libertades para enseñar, Investigar y difundir la cultura universitaria.    
A dos años de su rectorado, una vez sueltos todos los demonios de la anarquía y la insania, Javier Barros Sierra se vio enfrentado a la más ruda y brutal de las embestidas contra la Universidad, desde su fundación hasta nuestros días. A cuatro décadas de su muerte, su ejemplo crece en la medida que la insania letal  aumenta con el objetivo avieso de minar los caudales de energía  y pervertir a quienes, teniéndolas,  podrían tomar las riendas del avance científico y humanístico en el país cuando más falta hace. ¿A quién, con palabras suyas, podría convenirle esto?


LA MINERÍA AHORA: NUEVO ROSTRO CON DESTINO SOCIAL


Por Federico Osorio Altúzar

Sonora y Chihuahua, Durango y Coahuila se asientan  en montañas y sierras de metales preciosos, como en el sur y el sureste de México, los mantos petroleros fluyen en los subsuelos de Campeche, Tabasco y Veracruz. La madre naturaleza les escrituró  legados inexplorados aún, en vía de explotación y usufructo. La tragedia de la mina de San José (Chile), nos ha sacudido y habla de la industria en cuestión: riesgos y desafíos en orden a la obtención de riquezas y prosperidad, de  opulencia ante la extrema pobreza, plena ocupación y apertura de inversiones; en suma, de tentadoras ofertas de crédito  y financiamiento.
La otra cara de la realidad social y económica sugiere que la oportunidad es atractiva en términos de viabilidad: hace renacer esperanzas de resurgimiento material, de recuperación y salud financiera en el mediano plazo; de convivencia en paz y seguridad.
Cananea es elocuente voz de alerta. Como en 1906, son intolerables abusos y vejaciones al cobijo de la arbitrariedad. Advierte sobre el riesgo inminente de echar combustible a la hoguera de la inconformidad, tras el drama de Pasta de Conchos.
Pero lo anterior no indica que  a causa de la corrupción, el entreguismo a las transnacionales y el afán de erosionar derechos humanos,  laborales y de libre asociación, hubiese que cegar pozos petroleros, cancelar petroquímicas y dejar sin efecto compromisos comerciales con el exterior. Así, es motivo de optimismo y prudente expectativa, de no oculto júbilo oficial y empresarial, las noticias relativas a la reactivación de la minería en el norte del país, en Sonora y Chihuahua. Veamos por qué.
En los municipios de Cucurpe y Magdalena, en el solar sonorense, avanza el proyecto minero con obras de infraestructura y trámites relativos a tenencia y uso del suelo con el fin de evitar problemas administrativos y de carácter laboral. Por otro lado, en la Tarahumara se dan a conocer proyectos y propuestas respaldados por grupos como el Grupo Carso y por capitales dispuestos a  promover el desarrollo minero regional. En los escenarios  donde  el coronel Joaquín Terrazas libró denodada guerra contra los apaches, se abre paso el proyecto liderado por nuevos políticos, jóvenes  funcionarios públicos para quienes, tarde o temprano, habrá que pagar a los marginados  la deuda diferida desde la Colonia y desde el México posrevolucionario, vigente hoy.
Presidente de un municipio periférico, Moris (similar a Ocampo, Batopilas, Uruachi y Carichi), José Martín Pérez Campos enarbola un proyecto audaz para el Desarrollo de la Sierra de Chihuahua, con la fuerza vinculatoria de más de doce munícipes de la región, integrado con alternativas de progreso y bienestar  para todos los pobladores al margen de condición económica o social, de etnia o de preferencia política o de religión.   
El proyecto arranca del análisis socioeconómico de los municipios serranos, describe las actividades productivas actuales (agricultura, ganadería, minería, turismo, y otros); incluye la fuente de recursos federales y estatales; enlista las áreas de oportunidad en rubros emergentes:  comunicación (carreteras, caminos rurales y telefonía); urbanización y servicios básicos (energía eléctrica, agua potable, drenaje);  asimismo, subraya otras áreas de oportunidad: producto de lácteos (hatos lecheros familiares, praderas o invernaderos); turismo: hospedaje, alimentación, visitas guiadas, “camping”, sin dejar de lado la capacitación para el trabajo y la descontaminación de suelos. 
Lúcido ejemplo de un municipalismo moderno, visionario y audaz, sus promotores abonan credibilidad al pacto federal en su carácter de fuerza política, económica, educativa y cultural, por medio de la asociación y el compromiso, propiciando, así, nuevas formas de vivir y convivir.