Arribar a una de las
cimas desde la cual se propaga cultura, en determinada especialidad, es motivo
de particular satisfacción. Tal es el caso del sonorense José Carreño Carlón,
cuyos amigos y colaboradores que le asisten ven su nombramiento en el Fondo de
Cultura Económica (FCE) la recompensa a toda una vida de esfuerzos y dedicación.
Egresado de la UNAM
(Facultad de Derecho); funcionario con los presidentes Echeverría y Salinas de
Gortari, destacó asimismo en la generación contestataria del 68. Se distinguió
entre sus colegas: Juan José Bremer, Ignacio Ovalle, Arturo Cantú; asimismo,
fue cercano en la amistad con Álvaro Cepeda Neri y Gilberto Guevara Niebla.
El ahora director del FCE,
periodista de altos vuelos, conductor de ForoTV, académico de la Universidad
Iberoamericana, galardonado nacionalmente, fue director de “El Nacional”. Es
ideólogo ponderado y reconocido luchador social desde las entrañas del poder.
Su llegada al Fondo
coincide e incide en un momento clave de la revolución digital en nuestro país.
Su arribo a la catedral del libro es recibido con beneplácito para llevar al
cabo un capítulo novedoso dentro de la editora nacional. Abre positivas y
exigibles expectativas. Varios de sus antecesores han sido notables artífices en
la metamorfosis del FCE: Cosío Villegas y Diez-Canedo Flores, pasando por Arnaldo
Orfila, Jaime García Terrés y Miguel De la Madrid, han impulsado vigorosamente
la cultura bibliográfica, doméstica y universal.
Para no pocos, el FCE es
trinchera progresista; para otros, baluarte de la derecha ideológica y de corte
conservador. Lo cierto es que nadie que se precie de bibliófilo o de bibliómano,
ha dejado de ir a los centros libreros del Fondo, no sin ceder a la tentación
de salir de ahí con más de un ejemplar de las muy enriquecedoras colecciones.
Los egresados de
Filosofía no podrían menos que presumir en sus estantes y libreros, incluso en
las generosas bibliotecas, con sello del FCE, entre muchos más, volúmenes de Mommsen,
de Bobbio o de Hans Kelsen. O bien, de Cassirer: por ejemplo, “Filosofía de las
formas Simbólicas”, “El Problema del Conocimiento”. O de R.G. Collingwood: “Idea
de la Historia”, “Idea de la Naturaleza”, o la “Autobiografía”.
¿Quién, por otra parte,
inclusive sin necesidad de etiquetarse kantiano, poskantiano o neokantiano, se
ha evitado el goce intelectual de adquirir algunos de estos títulos
considerados cumbres del pensamiento: “Crítica de la Razón Pura”, “Los
Progresos de la Metafísica”, “Crítica la Razón Práctica”, o bien “Observaciones
sobre el Sentimiento de lo Bello y lo Sublime”, de Immanuel Kant, traducidos, los
dos primeros por Mario Caimi y los últimos por la infatigable estudiosa y
excelente traductora del alemán, la doctora en Filosofía y maestra muy
respetada y reconocida en medios universitarios nacionales y fuera de México,
Dulce María Granja Castro?
Finalmente, si de
despedidas se tratara aquí, vaya un resonante y bien ganado aplauso para
Consuelo Sáizar y Diez-Canedo por su proeza editorial que los hace ingresar a
la galería de los editores modernos, con visión nacionalista y proyección
universal. La razón: haber patrocinado, entre otros proyectos universitarios
incubados en la UNAM y la UAM, respaldados por el FCE como el de la Biblioteca
Immanuel Kant, verdadera hazaña bibliográfica, sin precedentes.
Tiene
de su lado José Carreño Carlón experiencia a fin de cumplir con su nuevo
encargo. Se sabe de su pasión por las obras impresas, de contenido y alcance
ecuménico, sin dejar de lado las raíces culturales y las preferencias
ideológicas. Tiene ante sí una vasta, ingente, obra a realizar; pero también
suficiente capacidad para entender y querer el libro por dentro y por fuera.