Por Federico Osorio
Altúzar
Desde
Chihuahua, el Estado grande, nos llegan
buenas noticias, señales de lo que sin duda ocurrirá en julio próximo,
mes a fin de resolver electoralmente si la democracia en nuestro país sigue
siendo, o no, de pantalones cortos. Y para refrendar la proclama: “Sufragio
Efectivo. No Reelección”.
En Chihuahua, el Partido Revolucionario
Institucional, tras una de las resoluciones más complejas de su historia
reciente, nominó candidatos para contender en los comicios federales. En
ejemplar proceso interno, logró hacer a un lado a quienes por inexperiencia,
falta de profesionalismo y prestigio requeridos resultaron inelegibles. Y
optó, finalmente, por aquellos que
cuentan con una hoja limpia en el servicio público y, en consecuencia, los hace
dignos de la plena confianza popular dentro y fuera de su Partido. Son garantes
de la adhesión popular,
Así, escogió aspirantes a integrar el Senado de
la República con buena fama, prestigiados profesional y cívicamente. Y entre
ellos, seleccionó a un extraordinario priista, fuera de serie: un contendiente
que vuelve al escenario político después de haber cumplido honrosa y
valerosamente su responsabilidad de mandatario (1998-2004).
En medio del beneplácito de sus coterráneos,
Patricio Martínez García es símbolo en toda la geografía nacional y ejemplo
transparente de la determinación del priismo estatal y nacional con la mira
puesta en una efectiva renovación desde sus bases, haciendo valer glorias y
realizaciones del pasado como organización revolucionaria..En consecuencia, es
signo de la voluntad partidista para emprender la reforma del Estado: la reforma jurídica y
política, la reforma fiscal hacendaria,
la reforma educativa y la reforma agraria. En suma, dicha nominación es
preanuncio de la vuelta del PRI a sus
orígenes como organización política capaz de encumbrar a hombres y mujeres
visionarios con vocación democrática, genuinos luchadores con ánimo
revolucionario en el amplio sentido del término.
Habría que empezar con el rescate del Senado,
dándole nueva fachada institucional y no sólo inmobiliaria. Es decir, con el
rescate de sus funciones, convalidando las tareas esenciales del Poder
Legislativo, atado a la fecha a su papel de báculo al servicio de intereses
nefandos: sumiso confidente del poder en turno. Dicho rescate comenzaría por
recuperar el prestigio y la eficacia del órgano colegiado para ejercer el
control constitucional del Ejecutivo y para velar por los genuinos y acuciantes
intereses de los ciudadanos en las entidades que representan. Los nuevos
huéspedes del Senado contribuirían, de ese modo, a refrendar efectividad y
dignidad a sus funciones, y asegurar a los Estados de la Federación que pueden
contar con cada uno de sus integrantes en la legítima defensa de sus problemas
inmediatos.
Así, ante la sequía, la defensa del recurso
hídrico debería afrontarse con arreglo a Derecho, con la intervención de un
Senado previsor y diligente, para contender por
las causas e intereses de los mexicanos en asuntos apremiantes: en lo
interno, a fin de impulsar el nuevo federalismo; en lo exterior, con propuestas
eficaces en materia de migración; ante los tribunales, como garante de los
Derechos Humanos. Y con una legislación progresista, alentar el prestigio
tradicional de México en el escenario internacional.
Tras los comicios de julio, el ex diputado
federal, ex presidente de la capital chihuahuense, ex gobernador del
Estado (el mejor de los últimos años, se
dice), el flamante senador, entonces, podría ser la carta fuerte para presidir
el órgano colegiado y para conducirlo a puerto seguro, al lado del titular del
nuevo Ejecutivo federal, inaugurando el subsiguiente capítulo de la democracia
en México.
Esperemos
lo mejor.