Vuelve
a resonar la vieja consigna: exterminar a los judíos. Se escuchó con voces
estentóreas hace cinco décadas en vísperas de la Guerra de Yom Kippur. Y desde
entonces no ha cesado de oírse, particularmente en los años en que la OLP de
Arafat quiso llevar hasta su término la cruel amenaza, borrar a Israel del mapa
hasta entonces conocido.
Siete
años más tarde, una vez concluida la contienda en cuya enseña estaba inscrita
la sentencia “¡Echarlos al mar!”, mi esposa y quien esto escribe visitamos, por
invitación del Gobierno de Israel, la patria de Moisés, de David y Salomón.
Durante una semana recorrimos los escenarios clave de Israel moderno, sin
descontar sitios como Belén, Acre y Jericó. De cerca cruzamos lugares aledaños
al territorio donde se alojaron los enigmáticos Rollos del Mar Muerto.
Colinas
arriba fuimos en compañía de Ariel Roffe, autor de “Líbano en Llamas” al
escenario en el que se libraron las cruentas hostilidades en los Altos del
Golán y fuimos testigos de rastros de la contienda: despojos de armas y tanques
en desecho, tras el encuentro bélico.
Abajo el río
Jordán en cuyas aguas fue bautizado Jesús.
En
“Voces Mexicanas en la Guerra de Yom Kippur” (1974, 184 pp) se había publicado
nuestro comentario alusivo en las páginas del diario “Novedades” , del que me
permito transcribir lo siguiente:
“Diecinueve
siglos de exilio de incomparable dramatismo, alejados de su contorno geográfico
ancestral, parecerán suficientes para acreditarle a los judíos israelíes un
derecho cabal a su reasentamiento en Palestina.
Pero
no es así. La matanza cometida en la anterior generación en la cual fueron
degollados, fusilados o gasificados millones de ellos por la turbamulta nazi,
logró ampliar el derecho universal para concederles la titularidad de un
territorio propio.
Sin embargo, tal
acuerdo ha sido nuevamente violentado”.
Hasta ahí parte
de mi escrito.
Releo
el artículo de Rosario Castellanos relativo a Yom Kippur enviado desde Tel Aviv
en funciones de Embajadora de México en Israqel, así como el Prólogo de Andrés
Henestrosa al final del que puede leerse: “No han de faltar afán y luces para
llegar a un entendimiento entre árabes y hebreos, entre judíos y musulmanes…”.
Los
nubarrones políticos en el horizonte, hacen dudar de los buenos deseos
externados desde aquel entonces. Nuevos sucesos dejan mucho que esperar en
sentido opuesto. Las sucesivas agresiones por parte de grupos terroristas en
contra de la población israelí motivan temor entre los israelíes por la
gestación de un movimiento cargado de graves consecuencias, invicto al amparo
de la barbarie desatada por las hordas fanatizadas de los islámicos en pie de
guerra.
Ayer
fue la OLP. Hoy en día es el llamado EI (Estado islámico, que por cierto, de lo
primero no tiene absolutamente nada)
El
caso es que Netanyahu, el Primer Ministro, contrariado hasta más no poder,
expresa sus temores, ciertamente fundados a la luz de lo que ocurre en el ámbito
internacional.
La
resolución de la ONU en torno a los asentamientos hebreos en territorios
administrados de la Franja de Gaza y la conferencia del máximo organismo
mundial anunciada para mediados de enero, han hecho decir al precitado hombre
poderoso en Israel que no están dispuestos a seguir, con humildad, la
prescripción evangélica de poner la otra mejilla frente a las ofensas inferidas.
El
Estado de Israel prosigue, impertérrito, su batalla por la sobrevivencia. Hace
todo lo que está a su alcance a fin de impedir que le sea arrebatado lo que
hombres como Theodor Herzl soñaron y quisieron para sus congéneres, los eternos
extranjeros en su mismísima heredad.