Los
extremos, a menudo, se tocan.
Al
grito de todo, con todo, y por encima de todo, se va en contra de las reformas,
en especial contra la reforma educativa.
Se
va, particularmente, contra la figura presidencial. Enrique Peña Nieto es
objetivo número uno de la andanada anarquista en furiosa acometida.
En todo esto, la derecha y la izquierda, se han
unido entre sí para arremeter, en nombre del derecho a la rebelión, contra la
reforma educativa, convirtiéndola en blanco de una movilización cuyo objetivo no
es otro que el de minar las bases del poder presidencial y, con ello, del Estado
de Derecho.
En el lejano 1833, la embestida corrió a cargo de la
corriente confesional. La defensa liberal, institucional y democrática, estuvo
a cargo de don José María Luis Mora, mientras la reacción se abanderaba por los
epígonos del régimen colonial, con Alamán al frente. Pugnaban estos últimos por
un violento retorno a la época del autoritarismo en el orden espiritual y temporal.
Aproximadamente cuatro décadas más tarde, una vez
derrotado el imperialismo napoleónico, el Presidente Benemérito, don Benito
Juárez, decretaría la educación laica, progresista y anticlerical.
El Dr. Gabino Barreda consumaría la feliz hazaña
introduciendo el positivismo de Comte en los planes de estudio de la Escuela
Nacional Preparatoria, y expulsando de esa forma, con valor y entereza, la
enseñanza confesional en la educación que imparte el Estado mexicano.
La década de los treinta en el siglo anterior fue
escenario, de nueva cuenta, del fallido intento de ideologizar la formación y
la información escolar, por medio de una reforma, fallida por cierto, al
artículo 3º. Constitucional. El propósito era el de implantar la educación
socialista, anulando con ese efecto, la libre impartición de la enseñanza.
El retrógrado procedimiento volvió a repetirse en la
década de los sesenta.
Hoy en día la reacción liderada por la izquierda y
la derecha, con inspiración del anarquismo que en mucho se asemeja al
vandalismo y al dogmatismo, trata de impedirr por todos los medios, incluyendo
la violencia organizada, la reforma educativa considerada eje fundamental para
modernizar y poner al día, desde el punto de vista internacional, la vida
interna y exterior del país.
Sin banderas propias, sin un proyecto consistente en
la forma y el contenido, la protesta anarquista en pos de la obtención del
poder político está pisando sobre el umbral de la confrontación en donde la
ilegalidad y la imputación jurídica podrían dar lugar a una resolución que a
todos nos atañe.
Primero el SNTE y ahora la CNTE, la meta es
apropiarse de la educación básica y del nivel intermedio. Siguen derroteros
similares.
Botín de un sindicalismo inauténtico, refugio de
liderazgos en procura de beneficios mal habidos y administrados, la lucha por
el poder magisterial ha tomado rumbos políticos que tienen que ver con la
provocación y la temeridad como su último recurso.
El partidismo de izquierda lo mismo que el
representado por la derecha extrema se unen ante el señuelo de obtener el
máximo poder con cargo a la política de tolerancia, paz social y participación
ciudadana.
El miedo a la libertad invade las pancartas de la
protesta y ésta se encubre tras la presunción de haber logrado un rotundo
triunfo en contra de las reformas decretadas por el titular del Poder Ejecutivo
federal.
Todo indica, no obstante, que seguirá hacia adelante
la reforma educativa junto con las restantes en materia de seguridad, de
actualización económica y bienestar social. Por lo pronto, habrá que subrayar
el dato de que se trata de una movilización anarquista, focalizada en sitios y
enclaves precisos.