Se
dice pronto. Pero más de tres meses en la Casa Blanca no ha sido fácil, como un
día de paseo, al frente de la Presidencia en los Estados Unidos.
No ha
sido nada parecido a una temporada en las playas de Miami o en los parajes
edénicos de California. Mucho menos han sido la plena comodidad para el nuevo
huésped, el supermillonario Donald Trump, acostumbrado a la obediencia
inmediata de sus auxiliares y consejeros. Es decir, todo ha sido para el
acaudalado empresario una cuesta arriba difícil de escalar. El método, para
llamarlo de algún modo, de las amenazas, de las bravuconadas, no lleva a ningún
lado desde lo alto de la primera magistratura de una democracia al estilo de la
estadunidense, como no sea al ridículo o al desencanto de unos cuantos,
incluido el titular.
Por
cierto, todo el Continente, y el mundo, han mirado, entre el azoro y la
estupefacción, al no saber qué hacer ante los desplantes del mandatario de la
nación más poderosa.
Unas
veces ha sido a causa del asunto migratorio en donde los disgustos del
Presidente Trump, sus temores y resquemores, lo llevaron a desafiar a los
poderes supremos de la Nación.
Otras
veces ha sido el tema de los aranceles y los desafíos pro empresariales que dan
a entender que los Estados Unidos había llegado al extremo de haberse
convertido en un islote en medio del mar de países limítrofes y allende sus
fronteras, en una etapa en la que el caso de la madre patria, Inglaterra,
tomaba el camino de abandonar la UE, haciendo del afamado “Brexit” una forma de
evadir y de no afrontar los retos de la convivencia internacional.
El
tema del TLC, en estos días, golpea en donde más duele a la mayoría de los
estadunidenses, habituados a ser la central de abastos más poderosa del mundo.
Dueña de empresas altamente competitivas, lo primero que se ocurre ante
naciones asimismo fuertes, desde el punto económica y con gran capacidad
productiva, es que los Estados Unidos se quedarían solos, con sus imponentes
bodegas repletas de mercancías. Y sin saber cómo actuar para no ir a la
bancarrota.
Se
olvidó, y Donald Trump también incurrió en ello, la historia misma del país en
lo que se refiere a que la Presidencia, en cuanto tal, es una hechura de sus
ciudadanos, una creación original y originaria, con todos sus asegunes. Ahí, la
Presidencia no es el trono sustituto de reyes y tiranos, encabezada por seres
caídos de las alturas, cuyas órdenes han de ser cumplidas al margen del
Parlamento o de otras instancias encargadas de ejercer el poder, coparticipando
en decisiones que afectan o tienen que ver con las mayorías.
Los
reveses que ha sufrido Donald Trump en estos cien días de su gobierno son una
clara enseñanza en cuanto a que tendrá que asumir lo más rápido que pueda a fin
de ejercer el poder, el cual no es ni remotamente similar al funcionamiento de
un “trust” o de una empresa.
Viene ahora la
prueba de las pruebas: la renegociación del TLC.
Por lo que puede
verse, no será una experiencia placentera, un Día de Campo.. No lo será, igualmente,
para los países suscriptores: Canadá y México.
De imponderable
ayuda será, en estos momentos, la lectura del libro “El arte y la ciencia de la
negociación”, escrito por Howard Raiffa (FCE, 1991, 368 p.).