En
riesgo de extinción, la comunidad de guarajíos convive en sitios remotos de la
Sierra Madre Occidental, particularmente en límites de los municipios de Moris,
Chihuahua, y Álamos en el sur de Sonora.
Sin
embargo, miembros de la mencionada tribu, un grupo de adolescentes, acaba de
egresar del Telebachillerato; trece de ellos proseguirán estudios avanzados en
el escuela denominada “El Quinto”, ubicada en el municipio de Navojoa, muy
cerca de la que ahora es flamante internado y Universidad del Pacífico.
La
noticia se produce semanas después de haberse anunciado el acuerdo federal que
abre la oportunidad a las poblaciones aborígenes a fin de que sus niños,
adolescentes y jóvenes realicen estudios de enseñanza básica, media y superior
en sus propios idiomas.
La
comunicación en general y en especial la educativa genera sentimientos de
identidad en la medida que tiene su inicio en el lenguaje originario. Aunque
modesto, el legado cultural tiene como fuente vernácula el idioma por medio del
cual se formulan los primeros intercambios y diálogos.
Volviendo
al testimonio del grupo de jóvenes guarajíos que terminan con distinguidas
notas escolares, cabe reconocer con la presidenta del DIF regional, Margarita Ibarra de Torres, madrina de la
susodicha generación, que la recién egresada de las aulas del Telebachillerato es
testimonio tangible, viviente y ejemplar de lo que puede hacer la enseñanza en
beneficio de etnias olvidadas en zonas inhóspitas.
Díganlo
si no los hijos de marginados grupos que pululan en el semidesierto, que sobreviven
de milagro en partes insalubres e incomunicadas. Son descendientes de ópatas,
mayas y yaquis; de triquis, mazahuas y lacandonas en el Norte, en Oaxaca,
Estado de México y Chiapas.
En
torno a esas comunidades, en las grandes concentraciones urbanas se yerguen
ostentosos institutos y universidades; politécnicos y centros de formación de
investigadores y maestros especializados.
Pero
les está vedado a ellos gozar de la instrucción privilegiada para quienes, en
el papel, lo tienen todo: becas, promociones, estancias en el extranjero.
Etcétera.
Entre
paréntesis, son éstos también víctimas no pocos de ellos del latrocinio y la
corrupción ejercida por políticos indignos de sus investiduras quienes roban
cínicamente y a manos llenas los recursos destinados a la educación en todos
sus niveles.
Pero
la primera generación de guarajíos es el reverso de una medalla de rotación
común y corriente.
Indica
que los indígenas no son ni tienen por qué ser tratados como mexicanos de
segunda en una nación cuyos principios son los del igualitarismo y la
fraternidad.
El
testimonio expresa con viva elocuencia que ha llegado el momento de poner fin
final a las prácticas afrentosas de marginar y marginar cada día, más y más, a
los marginados de hace más de cuatrocientos años.
Grupos
de mexicanos, indignos de esta denominación, flagelan a la vista de todos,
desde Chiapas hasta las fronteras con el Imperio, a las indefensas etnias:
roban sus propiedades, minan la salud de ancianos y pequeños, de hombres y
mujeres. Les niegan y difieren, hasta más no poder, los beneficios de la
modernidad: luz eléctrica, señalizaciones para uso educativo, seguridad y
comunicaciones expeditas.
Testimonio
viviente y ejemplar de lo que son capaces de realizar por ellos mismos y en
favor de sus poblaciones, los indígenas a quienes se convalida el derecho a la
educación superior, técnica y humanística, es asimismo señal de que avanzamos
por los caminos de la igualdad con arreglo a los principios normativos. Sin
desdeñar o desatender el valor histórico de los Usos y las Costumbres.