Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 29 de octubre de 2018

HOSPITALIDAD Y TOLERANCIA: LA OFERTA DE MÉXICO

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Bajo el signo de la incertidumbre, la irrupción de inconformes  centroamericanos en territorio patrio suscita conjeturas desde las más sombrías hasta las más optimistas. Depende del interlocutor y también de la perspectiva que se adopte para emitir un juicio esclarecedor en todo esto, más que una opinión subjetivista o de carácter ideológico.
Por lo pronto, nos encontramos ante el callejón sin salida de las contradicciones.
Si el punto de partida es el de los Derechos Humanos, habría que admitir que los integrantes de la Caravana están en su libre arbitrio para asumir la decisión irrevocable de proseguir su itinerario, pase lo que pase.
Hagamos memoria.
Hace siglos, los perseguidos europeos por razones de creencias y de fe, tomaron el rumbo de la peregrinación hacia el norte del Continente, a suelo de lo que son hoy los Estados Unidos de América, en procura del derecho a practicar la religión de su predilección.
Desde entonces, los Estados Unidos fue considerado la tierra en donde se ejercitaba la libertad de cultos, el nuevo Edén o, mejor, el lugar en donde se podía anticipar el sueño feliz de la Tierra Prometida.
Hoy es el hambre, la necesidad extrema, lo que hace de aquel país el paradigma de una ilusión o de un sueño: el denominado Sueño Americano.
El Presidente Donald Trump está haciendo todo lo posible para que la nación bajo su mandato deje ya de ser la nación en la que los necesitados de trabajo y de pan, lo sigan considerando como el país idílico o la nación del Sueño Americano.
Ha dicho que está dispuesto a echar mano del Ejército con aquel propósito, al margen de las soberanías o los legítimos anhelos de los integrantes de la Caravana.
Nuestro país con su Presidente a la cabeza participa en esta explosión humana, invocando los valores de la libertad, la tolerancia y la hospitalidad.
Como en su momento, la nación vecina en vías de consolidarse y alcanzar la unidad a que aspiraban, entonces hospitalaria y tolerante, México abre las puertas de la comprensión y de la libertad para elegir, y lo hace con arreglo al derecho que le asiste como nación soberana y de acuerdo con las taxativas que  a sí misma se ha impuesto.
Subjetivamente, los centroamericanos convertidos en Caravana de la insurrección tienen todo el derecho a repudiar a los líderes en el poder de su país, tienen todo el derecho de buscar donde resolver sus necesidades de bienestar, pero también de no olvidar que objetivamente son merecedores de penas y castigos, en su caso. por su osadía en territorio ajeno.
En otros términos, subjetivamente se es libre a fin de promover el bien social, pero objetivamente habrá que estar a las resultas de ello y  reconocer que hay límites para ejercer esa libertad.
Nuestro gobierno abanderado por Enrique Peña Nieto ha tendido la mano solidaria y dentro de las condiciones de temporalidad establecidas. El ofrecimiento, sin embargo, le ha sido rechazado.
Así las cosas, continuaremos bajo el peso de la incertidumbre acerca de lo que nos espera como nación y con lo que no puede ser sino una grave responsabilidad interna y al propio tiempo ante las relaciones internacionales.
Habrá lecciones que aprender de la crucial experiencia por parte de los involucrados en este fenómeno humano de hondas repercusiones.
Y no es el momento de hacer augurios que podrían ser tomados como rechazo, sumisión y complacencia.
Tenemos encima el tema del aeropuerto, asunto que nos advierte acerca de la improvisación, el despilfarro o, más aún, el de la corrupción mediatizada. Afrontamos los vaivenes de una “consulta” que tiene fallas, errores inducidos o temerarias decisiones adoptadas con premeditación, alevosía y ventaja.   

lunes, 22 de octubre de 2018

ENTRE MUROS Y FRONTERAS: LA CARAVANA ITINERANTE

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No estalló el volcán de la caravana itinerante como el Vesubio sobre Pompeya. Persisten y siguen en pie de lucha países como El Salvador, Guatemala, y otros de Centroamérica.
Se ha diezmado la caravana, pero eso no indica en modo alguno  que muchos de sus integrantes hayan resuelto mantener las demandas: alimentos, medicinas, educación y condiciones mínimas de bienestar.
Dejando a un lado las conjeturas, cualquier hipótesis acerca de los orígenes que dieron lugar a la protesta colectiva contra los gobiernos aludidos, los hechos son testimonio fehaciente de la cólera aunada a la desesperación de estos miles y miles de seres humanos que están dispuestos a morir antes que continuar bajo las garras del terror, el hambre, la violencia y la agonía.
El llamado sueño americano continúa siendo así el señuelo que mitiga efectos lesivos en lo moral y lo material. El despertar de aquel sueño se convierte, entonces, en despiadada pesadilla: horrenda realidad que hace estremecer a los padres de familia y perecer irremisiblemente a los hijos, a las esposas y a los descendientes, sin alcanzar nada a cambio.
Dejan de tener sentido práctico los llamados Derechos Humanos frente a frente de una experiencia ineluctable en la que se mezclan injusticias de toda índole, autoritarismo despiadado y desamparo por parte de tiranuelos y malnacidos usurpadores del poder.
¿Derechos “Humanos”, cuando ha dejado de tener validez la justicia jurídica, la dignidad en el trato y la equidad en las relaciones sociales?
¿”Derechos Humanos”, cuando el envilecimiento ha sustituido al ideal de progreso y esperanza de abandonar la miseria para lograr un mundo mejor?
La caravana itinerante deja al desnudo a líderes usurpadores y ávidos de poder económico y político; también a mandatarios investidos con el voto negociado de naciones otrora merecedora de admiración y respeto.
Nuestro país ha sido víctima, igualmente, en esta erupción sin precedentes. Víctima, pero no agresor, mucho menos provocador con el objeto de obtener beneficios insanos.
Entre promesas y amenazas, la caravana prosigue su destino. Sigue en pos del sueño americano sin temor a toparse con la dura realidad. ¿Hasta dónde llegará ésta que no pocos podrían llamar la caravana de la muerte?
Entre los axiomas que nos legaron los Siete Sabios de la Grecia Antigua figura uno que nos viene a la mente: Promesa, dice, es causa de ruina.
Prometer, decimos, no empobrece. Pero cumplir es lo que aniquila… 
Trump, el presidente estadunidense lleva agua a su molino, o pretende hacerlo, con la insidiosa promesa de hacer valer la soberanía de su imperio. Los republicanos, fieles a su mandatario, harán lo propio a la hora de renovar el Congreso y convalidar su adhesión al  jefe del Ejecutivo.   
Todo puede pasar. Por ejemplo, que los republicanos del Norte den la espalda a su mandatario en apuros. Que a partir del próximo diciembre el líder en la Presidencia de México resuelva poner bajo entredicho la soberanía y deje crecer el número de caravanas itinerantes.
Un respiro es la mención a que la ayuda a los países que naufragan en la miseria hará posible la contención a la migración sin esperanzas. Hacer producir la tierra con apoyo de la tecnología moderna, dejar de oprimir a los indefensos con el uso y el abuso de las extractoras de metales y del oro negro, como si nada. Promover el comercio de alimentos en beneficio de los productores de origen. En suma, respetar la soberanía nacional de los pueblos urgidos de  bonanza y bienestar.
De este modo, el sueño americano podría convertirse en descanso natural, legítimo; sin necesidad a verse orillado al crimen, el narcotráfico y a la violencia.

lunes, 15 de octubre de 2018

ANARQUISMO: LA RESPUESTA DEL RECTOR DE LA UNAM



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De Norte a Sur, desde Argentina a los Estados Unidos, pasando por México, el anarquismo pretende hacer de las suyas.
De manera diversa, promueve la rebelión ante las convenciones estatales.
El ensayo del periodista sudamericano, Víctor Ego Querot, reproducido en el diario “La Jornada” el pasado domingo con el revelador título “Vivir en una democracia criminal”, pone de relieve hasta qué grado llega la comisión de crímenes sin castigo y cómo la violencia rebasa todo límite hasta convertirse en sustituto de la tolerancia.
Los hechos deplorables ocurridos últimamente en la máxima casa de estudios (la UNAM) junto con los crímenes perpetrados en diversas partes de la Nación, lo mismo en Venezuela, Brasil, Nicaragua y otros países,  da íntegra razón el académico de Argentina.
La errática confusión entre Universidad y Estado, entre autoridades responsables de velar por la integridad de la autonomía y órganos creados con el fin de propiciar la paz y la armonía social, degenera en actos que van de la protesta bien entendida por conductas lesivas al régimen de libertades para enseñar, investigar y difundir la cultura, hasta la organización de acciones contestatarias, incluso punibles, que ponen de relieve propósitos aviesos y lesivos para la institución como también para la sociedad y para los autores de la que bien podría calificarse de provocación.
Adquiere sentido lo anterior cuando se toma en cuenta el pliego petitorio dirigido al Rector de la UNAM con el objeto de obtener respuestas del jefe nato de la institución sobre temas controversiales y otros ya resueltos con antelación. El colmo: juzgarlas fuera de tiempo.
A unos días, los peticionarios recibieron respuestas objetivas, en tiempo y forma, apegadas a la legislación nacional en asuntos educativos, relacionadas con la seguridad y la equidad en los planteles universitarios.
Hay ejemplos que hablan acerca de esto último, como en el caso de alumnos expulsados por la institución en apego a normas establecidas por la Universidad, de acuerdo con la facultad que le asiste y dentro de los límites señalados a sus funcionarios.
En cuanto al ejercicio de la normatividad institucional, el rector Graue Wiechers  refrendó la letra y su significado de la autonomía, punto en el que difieren los quejosos. Para empezar, la UNAM no es una ínsula, un Estado más dentro de un sistema federalista inexistente. Las leyes que la rigen para cumplir con sus fines son generadas en el seno legislativo en el que se inscribe su origen y destino. La arbitrariedad es lo que cuenta en el planteamiento de los peticionarios como desahogo anarquista y anhelo por equiparar Universidad y Gobierno o, más aún, identificar Universidad y Estado.
Hace 50 años el rector Javier Barros Sierra, en muchos sentidos Rector Magnífico al igual que el rector Guillermo Soberón, hizo valer el principio de la autonomía ante los violadores de la misma con los recursos a su alcance, sin dar a unos lo que en rigor pertenecía a la contraparte.
En su carta rediviva, misma que leyó hace poco su hija en el plantel 6 de la Preparatoria, expresa que si bien los inconformes tenían camino a seguir él asumiría el suyo: apego a la legalidad nacional y acato a la interna que ampara a la Universidad de la que fue rector: validada por su comunidad en consonancia con la letra y el espíritu constitucional, en concordancia con la normatividad vigente.
Hoy, el rector Enrique Graue Wiechers convalida desde su investidura los principios de autonomía y legalidad que imperan en la casa de estudios. A los universitarios –directivos, maestros, alumnos y personal administrativo- corresponde, de modo urgente, sumarnos a dicha convocatoria.

lunes, 8 de octubre de 2018

LEGALIZAR EL CRIMEN: ES DECIR, AL DAÑO LA OFENSA


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Flota en el ambiente la idea de legalizar los narcóticos en nuestro país. Sin ser una terminante novedad, las propuestas al respecto no dejan de ser una verdadera amenaza a la seguridad, un reto al principio de vivir en armonía y en un ambiente de paz social. 
Sólo unas mentes enfermas con todo el poder para decidir y ejecutar serían capaces de llevar a la debacle a una nación en apuros económicos, sin  sedicente vocación moral y en medio de estrecheces de toda índole, a su derrumbe total.
En las primeras páginas de su “Historia Universal”, H. A. L. Fisher
dejó escrito: “Un hombre sano no necesita narcóticos”. Luego haría la siguiente reflexión en el sentido de que sólo  podría suceder así: “Cuando se hubiese roto la espina dorsal de un pueblo…”
La pregunta que antes de incurrir en lo que parecería ser una aberración y la ruina de nuestro tambaleante estado democrático, o en vías de serlo, sería en primera y última instancia, si la nuestra es o no una sociedad enferma, al borde de ello, en camino de la extremidad como para caer en la ansiedad o estado de perturbación fatal.
La crecida violencia y la desenfadada criminalidad en que vivimos no es pretexto válido para incurrir en una resolución fatídica como para que los cirujanos mayores dictaminaran el uso y hasta el abuso de las drogas para contener la ola de crímenes, los feminicidios y la trata de seres humanos.
Regular la siembra, permitir la ingesta de narcóticos y saciar las ansias de vecinos imprudentes sería el mayor absurdo en el que podíamos caer junto con nuestras condescendientes autoridades.
Por fortuna existen medicamentos eficaces para corregir males comunes y fuentes de placeres sanos como el teatro o la música para obtener la sanidad o el anhelado estado de bienestar en vez de tener que acudir a los narcóticos para resolver situaciones fuera de lo común.
Asimismo, el comercio de lo que hasta ahora es prohibitivo y objeto de sanciones penales no es la panacea para nuestro déficit
en los ingresos públicos y una forma de cubrir los aranceles que se traten de imponer por las vías autoritarias de los imperialismos en boga.
Por largo tiempo hemos sido víctimas de los abusos del exterior como para dar puertas abiertas a los poderosos de fuera.
Desde el punto de vista del comercio internacional, tampoco es un alivio duradero el sustituir a los braceros de antaño y a los partidarios del llamado “sueño” en beneficio de los opulentos.
No es cuestión de legalizar el libre comercio de los estupefacientes, promover la exportación hacia sociedades contagiadas de “ansiedad” por las cosechas de narcóticos como antes lo hubo de alimentos y mano de obra, de fuerza humana en condiciones ventajosas y nada equitativas.
Legalizar el cultivo, el uso y la exportación de droga será, en todo caso, para beneficio de la criminalidad, de los traficantes de estupefacientes y de los hacedores de fortuna con recursos mal habidos. Por fortuna quedan márgenes de tiempo para recapacitar, con el propósito de evitar y hasta impedir la comisión de males peores de los que nos ha tocado sobrellevar.
No a la legalización de estupefacientes. No a su cultivo y a su importación como sustituto de la migración ilegal y la importación y uso indiscriminado de armas.
Con el historiador arriba mencionado, H. A. L. Fisher, cabe señalar que sólo una mente enferma, en el caso una sociedad enferma, requiera de la ingesta de narcóticos.

lunes, 1 de octubre de 2018

2 DE OCTUBRE: IMPUNIDAD Y AUTORITARISMO


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Terminó septiembre con sus “idus” y sus “hados.”
Sin embargo, empieza octubre con la fecha 2 del mes, lo cual para muchos, incluyéndonos, ha sido y sigue siendo una fecha sombría, imborrable, nefasta, por los sucesos violentos y luctuosos que entonces ocurrieron.
El mes anterior fue portador de horas, asimismo, execrables: terremotos, tormentas, crímenes sin fin; secuestros políticos y no políticos.
Octubre comienza con una de las fechas indecibles del calendario.
Las muertes colectivas claman aún por su esclarecimiento. En busca de culpables, se declaran responsables anónimos. Los crímenes semejantes encubren a los verdaderos causantes de  tragedias como la susodicha.
No hubo, en aquel torbellino, héroes sin nombre.
No obstante, el 2 de octubre ha quedado en la memoria colectiva como expresión de lo que no se debe repetir, de aquello que habrá de evitar  provocaciones sin sentido.
Mujeres, ancianos y niños indefensos fueron objeto de esa revuelta social, sin que hasta ahora haya luz suficiente para poder ver con visos de realismo de todo lo ocurrido. Mención aparte merecen los estudiantes provocados y enviados al atropello cruento.
El “Yo acuso” se sobrepone a los sujetos o corresponsables de los dolorosos hechos. No hubo, no hay, por lo tanto, lugar para la imputación.
Así, el pasado 2 de octubre se convierte en horrenda pesadilla, en una inmensa cruz que no admite, en principio, por el cruento suceso, explicación satisfactoria para los analistas, menos para el ciudadano común.
A pesar de lo anterior, habrá que intentar el esclarecimiento de los hechos con el propósito de prevenir; es decir, con el fin de impedir la comisión de actos destinados a causar heridas incurables y zozobras sin remedio alguno.
La impunidad proveniente de tribunales y entidades creadas para fincar penas y castigos ejemplares, genera invariablemente resultados adversos como los de Guerrero.
La autoridad se convierte en vacío insondable y es sustituida por el autoritarismo, agente político capaz de incurrir en sucesos innombrables como los que dan lugar a la fecha lúgubre del 2 de octubre.
Se asocia el nombre de la UNAM en este crimen sin nombre como si fuese el sujeto promotor de las movilizaciones durante aquel nefasto año de 1968. La autonomía universitaria ha servido a villanos y a personas con nombre y dignidad.
Hoy se rememora la fecha en términos de una batalla sin caudillos, sin responsables y sin autoría; es decir, sin presuntos héroes y sin imputables o responsables.
Pero el fenómeno social, por calificarlo de algún modo, muestra lo siguiente: a mayor impunidad, a más recurrencia de los delitos sin penas ni castigos, el autoritarismo se impone con el torvo propósito de ocultar las omisiones y evasiones.
Lo anterior quiere decir que en le medida que entran y salen de las cárceles los presuntos y directos imputables, los autores de crímenes por sus fechorías, el autoritarismo se impone a fin de cubrir o solapar la ausencia de actos legítimos por parte de tribunales y entidades justicieras creadas para imponer las sanciones que correspondan a los delitos o crímenes cometidos.
Se deja, entonces, en manos de la arbitrariedad y lo que podría entenderse como ejemplo a seguir con la finalidad de que dicha acción sea merecedora de pena y castigo, así como para evitar su reincidencia.   
En consecuencia, emerge el autoritarismo y hace valer su látigo violento que desconoce la “otreidad”, al otro, como persona y como semejante.