Bajo
el signo de la incertidumbre, la irrupción de inconformes centroamericanos en territorio patrio suscita
conjeturas desde las más sombrías hasta las más optimistas. Depende del
interlocutor y también de la perspectiva que se adopte para emitir un juicio
esclarecedor en todo esto, más que una opinión subjetivista o de carácter
ideológico.
Por
lo pronto, nos encontramos ante el callejón sin salida de las contradicciones.
Si
el punto de partida es el de los Derechos Humanos, habría que admitir que los
integrantes de la Caravana están en su libre arbitrio para asumir la decisión
irrevocable de proseguir su itinerario, pase lo que pase.
Hagamos
memoria.
Hace
siglos, los perseguidos europeos por razones de creencias y de fe, tomaron el
rumbo de la peregrinación hacia el norte del Continente, a suelo de lo que son
hoy los Estados Unidos de América, en procura del derecho a practicar la
religión de su predilección.
Desde
entonces, los Estados Unidos fue considerado la tierra en donde se ejercitaba
la libertad de cultos, el nuevo Edén o, mejor, el lugar en donde se podía
anticipar el sueño feliz de la Tierra Prometida.
Hoy
es el hambre, la necesidad extrema, lo que hace de aquel país el paradigma de
una ilusión o de un sueño: el denominado Sueño Americano.
El
Presidente Donald Trump está haciendo todo lo posible para que la nación bajo
su mandato deje ya de ser la nación en la que los necesitados de trabajo y de
pan, lo sigan considerando como el país idílico o la nación del Sueño
Americano.
Ha
dicho que está dispuesto a echar mano del Ejército con aquel propósito, al
margen de las soberanías o los legítimos anhelos de los integrantes de la Caravana.
Nuestro
país con su Presidente a la cabeza participa en esta explosión humana, invocando
los valores de la libertad, la tolerancia y la hospitalidad.
Como
en su momento, la nación vecina en vías de consolidarse y alcanzar la unidad a
que aspiraban, entonces hospitalaria y tolerante, México abre las puertas de la
comprensión y de la libertad para elegir, y lo hace con arreglo al derecho que
le asiste como nación soberana y de acuerdo con las taxativas que a sí misma se ha impuesto.
Subjetivamente,
los centroamericanos convertidos en Caravana de la insurrección tienen todo el
derecho a repudiar a los líderes en el poder de su país, tienen todo el derecho
de buscar donde resolver sus necesidades de bienestar, pero también de no
olvidar que objetivamente son merecedores de penas y castigos, en su caso. por
su osadía en territorio ajeno.
En
otros términos, subjetivamente se es libre a fin de promover el bien social,
pero objetivamente habrá que estar a las resultas de ello y reconocer que hay límites para ejercer esa
libertad.
Nuestro
gobierno abanderado por Enrique Peña Nieto ha tendido la mano solidaria y
dentro de las condiciones de temporalidad establecidas. El ofrecimiento, sin
embargo, le ha sido rechazado.
Así
las cosas, continuaremos bajo el peso de la incertidumbre acerca de lo que nos
espera como nación y con lo que no puede ser sino una grave responsabilidad
interna y al propio tiempo ante las relaciones internacionales.
Habrá
lecciones que aprender de la crucial experiencia por parte de los involucrados
en este fenómeno humano de hondas repercusiones.
Y
no es el momento de hacer augurios que podrían ser tomados como rechazo,
sumisión y complacencia.
Tenemos encima el tema del aeropuerto, asunto
que nos advierte acerca de la improvisación, el despilfarro o, más aún, el de
la corrupción mediatizada. Afrontamos los vaivenes de una “consulta” que tiene
fallas, errores inducidos o temerarias decisiones adoptadas con premeditación,
alevosía y ventaja.