Por Federico Osorio
Altúzar
A
cuatro meses de los comicios federales, los llamados operadores políticos ponen
a prueba, con buen éxito, la tesis de Adolfo Hitler en el sentido de que es el
mejor aquel que miente más. Para el afamado dictador, las grandes masas son susceptibles de ser
confundidas y persuadidas por medio del engaño, en la medida que la mayoría
actúa más por la emoción y menos, mucho menos, por la argumentación y las
técnicas racionales.
Las
grandes mentiras, sostenía, son más fácilmente creíbles que las pequeñas, por
ser inauditas y sorprendentes aquéllas, mientras que las pequeñas debido a que
son comunes y corrientes despiertan pocas o ninguna conmoción; pasan
desapercibidas. Por lo demás, de las grandes mentiras queda algo en la mente de
la mayoría, un fondo verosímil entreverado con la verdad de los hechos.Verdades
a medias no son verdades, se afirma. Engaños disfrazados tampoco adquieren, por
su sola repetición, validez alguna. Algunos ejemplos tomados al azar ilustran
lo anterior.
El
presidente Felipe Calderón asegura que las de julio venidero serán las
elecciones más transparentes y confiables. Dice que estarán exentas de
manipulación oficial y de intromisión del partido, de su partido, en el poder.
Pero mientras afirma esto incurre en injerencia propagandística en favor de la organización
política a la que pertenece.
Sostiene,
una y otra vez, que su administración gana la batalla por la seguridad pública,
a pesar de que la estadística criminalística dice lo contrario. Asegura que se
avanza en contra de la delincuencia organizada, deteniendo criminales aquí y
allá, pero los hechos se encargan de poner las cosas en su lugar: la violencia
se desborda al grado de convertir el sistema carcelario no sólo en escuelas
competitivas de criminalidad: son centros de operación a distancia para la
persecución de adversarios políticos venidos a menos, y a fin de adiestrar
personal para la llamada industria de la extorsión y el secuestro. Los
reclusorios federales y estatales, antros de tortura, los son para continuar
ahí la ejecución de penas y castigos por otros métodos.
Mienten
políticos como Padrés Elías, de Sonora, inventor del acueducto de la discordia
y tránsfuga invicto de las leyes de su entidad. Y mienten sus pares de
Veracruz, Oaxaca, Guerrero, Puebla, Nuevo León, y otros más, cuando proclaman
logros en política indigenista, educación, empleo, vivienda y salubridad.
Cuando hacen sumas fantasiosas con el ejército de desempleados que se las
ingenian para desempeñar actividades clasificadas en el rubro de empleo
informal, o bien se vuelven rehenes al servicio del comercio criminal de drogas
y estupefacientes.
Mienten
en todos y cada uno de los renglones de la política de bienestar, pues en vez
de abatir elevan los índices de pobreza extrema; propician el auge de endemias
y epidemias y la proliferación de males crónicos; en vez de vivienda decorosa,
abandonan a su suerte, en cuevas y escondrijos, a los indígenas e indigentes
mientras edifican mansiones señoriales para los suyos, beneficiarios todos de
la hacienda pública, aprovechando las emergencias y los desastres naturales.
Pero los virtuosos de la mentira no son de una
y la misma organización. Provienen de todas las organizaciones políticas que
viven del poder, en el poder y para el poder: azules y blanquiazules,
tricolores y bicolores.
Piden
disculpas y claman perdón que, por cierto, nadie les pide, aquellos dignatarios
federales, estatales y municipales. Y, entre tanto, como si nada pasara,
prosiguen el entreguismo, la rapiña, el olvido y la marginación con lujo de
cinismo, amparados en la impunidad, con la etiqueta de virtuosos de la mentira,
pero haciendo hasta lo imposible a fin de ser los mejores, por la única vía a
su alcance: la astucia y la habilidad.