Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







martes, 27 de noviembre de 2012

UNA PRESIDENCIA NUEVA Y UN CONGRESO DILIGENTE


Un PAN envejecido prematuramente, maltrecho a manos de su dirigencia,  y un mandatario venido a menos entregarán la Presidencia de la República a su nuevo titular. El Ejecutivo en turno recibirá, a su vez, una Nación en plenitud de crisis, a punto de sucumbir bajo el fardo de incertidumbres y vicisitudes: endeudamiento, desempleo, corrupción, inseguridad y frustración.
Mientras el aún jefe del Poder político nacional da gracias a la Divinidad  por  haberle concedido el honor de conducir los destinos de este País, los ciudadanos,  de manera abrumadora, se arman de valor y  llenan de gratitud por el final de un sexenio más, que como los últimos cuatro, han sido escenario de una verdadera batalla para borrar a México, su denominación y su contenido históricos, del mapa mundial de  Estados autónomos y soberanos.
De Carlos Salinas de Gortari a Felipe Calderón, pasando por Ernesto Zedillo y Vicente Fox, los mexicanos nos hemos tenido que enfrentar a titanes de la malversación, destructores de instituciones (políticas, económicas y sociales), con arreglo a las cuales ondearon en la centuria anterior banderas de la modernidad entendida como prosperidad y progreso; como régimen de libertades para pensar lo que queremos y querer lo que pensamos.
La Presidencia que llega es una Presidencia nueva no sólo en el sentido de que emana de un Partido, ciertamente viejo por sus siglas, pero renovado, en el papel, según sus proclamas, compromisos y enunciados programáticos. Avalado, según se escucha decir, por voluntad de quienes afirman ser conciencia vigilante de sus acciones. Es decir, un PRI respaldado por sus correligionarios y adherentes, declarado brazo fuerte, vigoroso y confiable para enderezar entuertos y pulso firme  para conducir, sin zozobra, la nave de la Nación.
Una Presidencia nueva quiere y necesita México. Una Presidencia nueva, pero no entendida sólo cronológicamente, como tránsito y alternancia formal; nueva por la recuperación de su perfil constitucional y por su prestigio, investida de poderes, atribuciones y facultades que no merman  autoridad vía el autoritarismo y no bordan en la  ineficacia para cumplir deberes y hacer valer mandatos que derivan de la voluntad social y de las resoluciones judiciales.
La Presidencia nueva que quieren los mexicanos, la que todos queremos, más allá de fobias y afecciones partidistas, por encima de rencores, resentimientos, odios y afanes de venganza, es la Presidencia que proviene de los mayores, de los padres de la Patria. Es, ciertamente, la cúpula del poder político que enseñorea en la Nación que nos legaron liberales y revolucionarios. Esta Presidencia nueva, nos preguntamos ¿sería incapaz de actuar como dique y baluarte frente a los sempiternos depredadores del campo? ¿Se volvería cómplice de prestanombres y caciques disfrazados de redentores y salvadores de la sociedad? ¿Sería impasible para dar la cara con gesto nacionalista y protector ante explotadores del subsuelo, saqueadores en minas y yacimientos petrolíferos; acaparadores de cuencas acuíferas, arroyos y ríos?
Pero una Presidencia así, con talante patriótico, requerirá de un Congreso vigilante, integrado por diputados y senadores, dueños de elevado patriotismo y profundas convicciones nacionalistas, apasionados por la renovación del Derecho, promotores de cambios en la normatividad  vigente y en la función de legislar. Demanda, desde ahora, un Congreso convicto de su carácter creador y revolucionario de las letras de la ley; conocedor, del principio del Estado de Derecho,  “del principio de la constitucionalidad de la legislación y de la legalidad de su ejecución”, según la definición de R. A. Métall en “Hans Kelsen, Vida y Obra”.


viernes, 16 de noviembre de 2012

DOCTOR FRANCISCO LARROYO: EDUCADOR Y FILÓSOFO




Este viernes 16 del mes, Filosofía y Letras de la UNAM rinde homenaje al doctor Francisco Larroyo, egregio maestro, pensador neokantiano formado en las escuelas filosóficas de Baden y de Marburgo, a cien años de su natalicio. La inauguración, a cargo de la Dra. Gloria Villegas Moreno, directora de la Facultad. Roberto Pérez Benítez, doctor en filosofía, reseñará la influencia de la pedagogía alemana en el educador y filósofo.
Juntos, Guillermo Héctor Rodríguez y él, introdujeron en México la filosofía crítica a inicios del siglo XX. La simiente no deja de fructificar hasta hoy en día. Larroyo, prolífico escritor de textos para el bachillerato universitario, promotor de la discusión en foros académicos sobre temas de filosofía y de educación, llevó allende las fronteras en libros y revistas ideas que, en gran medida, dieron continuidad y significado al positivismo de Comte y de Barreda.
Guillermo Héctor Rodríguez, por su parte, fue un paladín de la filosofía científica. Alumno, asimismo, de don Antonio Caso, polémico y polemista, instauró la erística en el sentido del preguntar y el contestar por encima de las ideologías. Voz vibrante en la cátedra y analítica con la acerada pluma, contribuyó a propagar el estilo clásico del filosofar refrendado por Kant, el príncipe de la filosofía de la Ilustración europea y universal.
Feliz iniciativa, así, la asumida por el Colegio de Pedagogía a fin de rendir honores académicos a quien honor merece. Mucho enaltece a sus organizadores, el maestro José Luis Becerra, distinguido pedagogo asistido por Martha  Cecilia López Mendoza, docente de la especialidad. El homenaje comprueba que la gratitud es virtud que resplandece aún, a pesar de la inercia que tiende a olvidar a los héroes del pensamiento y a los prohombres, según Carlyle.
De las cátedras de Larroyo y de Rodríguez se desprende la tesis pedagógica acerca de que Educar es Enseñar a Crear, siguiendo al efecto la enseñanza de Kant, Cohen y Natorp; de Dilthey y Windelband.
Francisco Larroyo sostuvo encendidas polémicas con filósofos españoles transterrados, José Gaos por ejemplo, sin dejar de reconocer la valía de la erudición de los profesores hispánicos y su maestría en la traducción de autores, griegos, latinos y alemanes.
El filósofo prosiguió en la práctica la pedagogía social de Natorp. La cual dio a conocer desde su cátedra de Teoría Pedagógica, a la que tuvimos el privilegio de asistir. Difundió  su contenido novedoso en los prólogos publicados por editorial Porrúa, invaluable labor realizada hasta poco antes de morir, en 1984.
Al lado de nuestro inolvidable maestro Guillermo Héctor Rodríguez, fundó la Gaceta Filosófica de los Neokantianos de México, en cuyas páginas desfilaron textos luminosos de Kinkel y fragmentos inéditos de Cohen y Natorp, lo mismo ensayos de miembros del grupo de neokantianos, cuyos nombres cabría evocar: Alberto T. Arai, Juan Manuel Terán Mata, Ernesto Scheffler, Miguel Bueno, Ulises Schmill, Fausto Terrazas; Ariel Peralta, Edmundo Escobar, y otros más. 
En “El neokantismo en México”, Dulce María Granja, investigadora, traductora de Kant, docente en la UNAM y la UAM, presidente de la Sociedad Kantiana en Lengua Española, directora del Centro Kantiano (UAM), describe la trayectoria académica y la obra de los citados filósofos mexicanos aquí mencionados. Sus acotaciones nos llevaron a sugerir al maestro Becerra, la importancia de rescatar el legado bibliográfico disperso en ediciones olvidadas y obras de circulación actual, fuente del pensamiento crítico en nuestro medio, expresión de aquellos mentores beneméritos de la enseñanza ilustrada en México.  “Amigos y venerables eran”, con los epítetos homéricos que cita Guthrie en la Introducción a la “Filosofía no escrita”, de F.M.Cornford.

sábado, 10 de noviembre de 2012

BARACK OBAMA: LA FE QUE MUEVE MONTAÑAS




Un hombre de fe es, sin duda, el Presidente reelecto de Estados Unidos. Bien lo describe Stephen Mansfield en su libro biográfico titulado “La fe de Barack Obama” (Grupo Nelson, 2008).
La fe mueve montañas, expresa la metáfora bíblica. Y en el caso particular, la fe del Mandatario estadounidense ha sido palanca capaz de remover lastres y rémoras acumulados en la sociedad posmoderna a la que pertenece.
La fe de Obama ha llevado al país de los Lincoln y de los Roosvelt; de los Wilson y de los Kennedy a trasponer ingentes promontorios de prejuicios, montes perniciosos de resabios y un cúmulo de herencias que son fardos onerosos para la travesía en proceloso mar.
Sólo un hombre de fe con el temple y la entereza del estadista de la Unión Americana,  ha logrado, en el término de un cuatrienio, corregir el rumbo de la nave imperial; evitar  su hundimiento y zozobra fatal; tocar puerto con la finalidad de reparar lo reparable, construir de nuevo las partes dañadas y volver a las aguas, aún turbulentas, para continuar el itinerario hacia la convivencia universal, el orden cosmopolita y el liderazgo  fundado en la justicia y la igualdad.  
El presidente Obama consiguió vencer el síndrome del racismo propagado por toda la nación. Condujo a sus últimas consecuencias la proclama de su coterráneo Martin Luther King y consumó la hazaña de hacer de la igualdad una lección permanente que da la puntilla al refrán de que lo que es cierto en teoría para nada sirve en la práctica.
Ha colocado en el banquillo de los acusados a los promotores de la violencia internacional y a los aliados del armamentismo, con el propósito de exigirles público y detallado rendimiento de cuentas.
Al término de su primer mandato, hace renacer el sueño de una nación de migrantes, con vocación ecuménica, reconstructiva de valores humanísticos propicios a fin de configurar un nuevo orden mundial.
Hombre de fe, enfrentó el fantasma de la tercera  guerra internacional con los recursos del derecho,  con acuerdos, sin necesidad de acudir a la diplomacia secreta que hace de las pugnas regionales caldo de cultivo para confrontaciones mayores.
Dio un nuevo sentido a la fe en la autonomía y los derechos soberanos de los pueblos. Motivó el acato a la dignidad de las personas; defendió el derecho a creer y rendir culto con arreglo a convicciones propias. Evitó la discriminación por razones ideológicas o religiosas.
En suma, la fe de Barack Obama removió de manera implícita los extremismos políticos, raciales y religiosos a punto de convertirse en fuego abrasador de instituciones y consumidor de pactos entre Estados prepotentes y naciones emergentes.
Su fe es la del estadista laico que guarda para sí, sus propias confesiones y su estilo de pensar, de querer y de sentir.
Los estadounidenses lo han reelecto por el hecho de compartir su convicción y vocación de estadista para refundar la nación estadounidense en medio del torbellino de pasiones y cosmovisiones tendentes al pesimismo, a la confusión social política y al conformismo ideológico. 
Nación de inmigrantes, los desplazados en territorio de la Unión Americana han puesto no sólo los votos que lo han hecho triunfador en la pasada elección.  Ponen su fe y esperanza en la reivindicación enunciada en su convocatoria a la universalidad de lo humano, a la justicia igualitaria en oportunidades y a la paz con armonía y prosperidad.  Le renuevan, así, los ciudadanos, el pacto de la solidaridad y de la lealtad, en pro de la gobernabilidad democrática, fundada en la ética política de libre y responsable ejercicio de la voluntad cívica, social.