Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 27 de febrero de 2017

DEL DIÁLOGO A LOS ACUERDOS. ´PACTA SUNT SERVANDA´

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Hay indicios de que las aguas vuelven a su nivel. La vecindad se hace menos tirante. Por lo pronto, las amenazas por parte del poderoso vecino bajan de rispidez y los temibles hechos van mermando su agresividad y encono.
No todo esto, ´por cierto, ha desaparecido. Hay acciones impremeditadas que se refieren a lo implacable de las últimas semanas: por ejemplo, los abusos laborales por parte de patrones inescrupulosos y abusivos que hacen víctima a nuestros connacionales en desgracia.
La visita de dos altos funcionarios norteamericanos a nuestro país contribuye a mitigar la tirantez reciente y lleva a pensar en un paréntesis favorable para la reflexión y el entendimiento.
Los secretarios Rex Tillerson y John Kelly externaron la disposición de su Gobierno al diálogo en vez de insistir en la confrontación.
Y bien sabemos que el intercambio de pareceres conduce a la negociación. Y de ahí   emergen los acuerdos. Los contratos y los tratados son la vía idónea para la convivencia y la buena relación.
Tratos y contratos son la sístole y la diástole de las relaciones internacionales. Los pactos han de cumplirse por voluntad de los suscriptores. Tiene dos caras la misma moneda: derechos por un lado, deberes por otro. Los poderosos, en este caso, no gozan de un arbitrio soberano que no les pertenece, por la sola razón de su prepotencia.
De la “Paz Perpetua” de Kant a Los Catorce Puntos del presidente Wilson hay un camino sembrado de lágrimas y sangre, causados por las guerras, cuyo torrente se contuvo, momentáneamente, con la creación de la Sociedad de Naciones. Pero, la falta de coercibilidad y acato por sus fundadores, fue la tumba de aquella organización mundial.
La existencia de tribunales en el seno de la ONU abre expectativas inusitadas en pro de la paz mundial. Ante cualquier controversia, los Estados en conflicto tienen al alcance formas para allanar las diferencias, antes de llegar al uso de las armas para resolver los puntos en conflicto.
El tema de los migrantes mexicanos, por lo que se dijo en la pasada conferencia entre funcionarios de aquel país y del nuestro, tiene signos de resolución. Al diálogo habrá de seguirse el acuerdo, comenzando con la definición normativa de “migrante” y el consiguiente protocolo en el que se precisen derechos y obligaciones para quienes asuman dicha caracterización.
Vendrá luego el asunto del TLC en donde los intereses serán otros a los de la dignidad de las personas, la discriminación y el incontenible racismo, así como las diferencias ideológicas y religiosas que, por cierto, no han faltado en el actual distanciamiento.
Entonces las cuestiones serán de orden práctico y más precisamente de ventajas y desventajas materiales: económicas, en una palabra. Estará presente el lema del libre tránsito, la igualdad en las transacciones y el ideal de progreso y la política del bienestar mutuo.
En fin, llegado el momento habremos de saber hasta qué grado hemos aprendido las lecciones que derivan de una vecindad bien llevada y sobrellevada. Se examinarán los asuntos relacionados con el muro, lo que segrega y motiva a la desunión.
La cuestión de las armas y el tráfico de drogas plantean la urgencia de ser analizada y confrontada dentro de la gravedad que implica. No sólo por los efectos que derivan de inmediato.

Ante la virulencia de la retórica del mandatario Trump, el diálogo inicial de estos días ofrece nuevas y hasta mejores perspectivas para la convivencia entre los dos países. La política del bienestar tendrá mucho que ver con el buen entendimiento, siempre y cuando se convalide la divisa: Pacta sunt servanda.  

martes, 21 de febrero de 2017

MÉXICO Y EU: LA PAZ POR MEDIO DEL DERECHO

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Toda vecindad implica problemas. No hay ninguna exenta de dificultades reales o por malentendidos. Las hay inclusive en donde los protagonistas llegan más allá de lo deseable. De las palabras se pasa a los hechos y de ahí a la violencia cruenta.
México y los Estados Unidos  son vecinos.
Como país hemos sido víctimas de la referida vecindad, al grado de haberse visto mutilado nuestro territorio por motivos jamás justificados. Actualmente vivimos horas de incertidumbre y de zozobra. Nuestros connacionales allende el Norte  padecen de acoso, redadas y deportaciones.
La indignidad hacia las personas, está a la vista. No hay día que pase en que no se den a conocer sucesos lamentables, abusos oficiales sin término. Al contrario, los vientos que soplan en la frontera con la poderosa Nación, son de temor y miedo; hay tragedias familiares sin fin.
Las manifestaciones contra las políticas anti migratorias se suceden aquí  y allá. Lo mismo en la capital de México que en la de Norteamérica. Pero, nada parece obtenerse como no sea la explosión del vituperio, los denuestos y el afán de venganza en contra de los autores de los acosos.
Se grita que Estados Unidos son los victimarios. País de migrantes, hoy su flamante mandatario, Donald Trump, los convierte en campeones de la antiinmigración. El enojo se ha vuelto odio hacia los vecinos del sur; es decir, hacia todos los que se nos identifica por el color de la piel, por la precaria condición social y por las penurias económicas que han hecho salir de la patria de origen.
A primera vista, México y los mexicanos somos los victimarios. Arrebatamos, en esa hipótesis, los empleos que pululan allá; seríamos además portadores de violencia. Y para colmo, propiciamos el crimen organizado, exportamos a los capos del narcotráfico en franca agresividad a la paz de sus hogares.
Hoy, el presidente Trump y su gabinete nada dicen del tráfico de armas, del estado de esclavitud que sufren los trabajadores del campo y de las fábricas, que laboran en condiciones similares a los tiempos previos a la Revolución Industrial.
Nada se hace saber de los años de amargura anteriores a la lucha de Luther King con el fin de lograr acceso a la educación, como establece una sana política en materia de Derechos Humanos.
Cada vez la vecindad, así, se vuelve más lejana y distante. Y lo peor es que nada indica que es pasible, sino que los síntomas se agravan y las anomalía no tienen límites inmediatos.
Desde dentro, aquí, las cosas no marchan como era de esperarse. A grandes pasos, la situación se ha politizado, valiéndose de una situación adversa de coyuntura internacional: el precio de los combustibles.
Se pide, se exige y conmina  al jefe del Poder Ejecutivo, al Presidente de la República, a que tome decisiones que no están a su alcance. No es Peña Nieto el David que muchos quisieran ante el imponente Goliat. Carece de la honda legendaria que hizo de David el héroe victorioso en la desigual contienda.
Por otra parte, y esto es lo más dramático, no se escuchan voces que hablen de dirimir civilizadamente los conflictos. No se habla del Derecho como principal y último recurso, a fin de solventar las diferencias.
Es mucho decir. Pero nos encontramos como en tiempos anteriores a la Sociedad de Naciones.
En su obra “Derecho y Paz en las Relaciones Internacionales”, el príncipe de los juristas, Hans Kelsen, dejó escrito: “A pesar de todo, parece que la idea del Derecho sigue siendo más fuerte que cualquier ideología de poder”.

Estamos a esas resultas.

domingo, 12 de febrero de 2017

AUTORITARISMO Y LEGALIDAD: TRUMP FRENTE A LA CORTE

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Estados Unidos es adalid en el ámbito de la coordinación de los poderes.
Desde sus orígenes históricos, ha sido muralla ante los desafíos que han pugnado a fin de imponer la intolerancia, la degradación y la indignidad por medio de las ideologías religiosas, políticas y de la más diversa índole. Y esto, a pesar de los enemigos de la igualdad.
Los “cuáqueros”, pioneros fundadores de la nación norteamericana, fueron migrantes perseguidos y acosados en sus lugares de origen, víctimas de la intolerancia entonces dominante.
Por otra parte, crearon la figura de la Presidencia, a imagen y semejanza de la voluntad de los ciudadanos. No al revés. Constituyeron, por esa vía, la democracia participativa, tomando sin duda el legado de los atenienses del siglo de Pericles.
Su rama legislativa, cuna de las normas de observancia obligatoria, se asemeja en mucho al Areópago de los antiguos helenos. Es institución con oídos atentos a las demandas de la población.
Si bien el poder ahí no se comparte, no hay invasión de una rama en otra, haciendo posible en la práctica la coparticipación entre todas; es decir, impera la coordinación y el equilibrio.
Los jueces son humanos, ciertamente. Sin embargo, hay reglas que impiden que prospere la corrupción que conlleva gérmenes destructivos y aun autodestructivos.
La Corte Suprema es el corazón que hace latir y sostener con vida el complejo organismo que da sustento a la convivencia en común: en tensa, pero constatable paz y armonía.
Mucho se ha dicho, se dice y se dirá, que los Estados Unidos son un imperio.
Lo es, en efecto.
Un imperio democrático, visto hacia dentro, por dentro y desde dentro.
Visto hacia afuera y desde el exterior, es un imperio como todos los que han hecho historia y son por ello memorables. Tiene de ellos el impulso hacia el expansionismo,  al predominio, a la subyugación. En particular, en el caso, también hacia la autoprotección frente a influencias con hábitos considerados perniciosos a su estilo de vivir.
En suma, democrático es en gran medida dentro de sus confines; autocrático de sus fronteras hacia más allá, hacia todos los horizontes.
Donald Trump, Presidente de Estados Unidos, ha tratado de saltar sobre su propia sombra.
Con gesto autoritario ha intentado derribar los cercos que delimitan las atribuciones y facultades de los poderes y se empeña en ir en contraflujo de la concurrencia entre poderes, tildando a los jueces de cómplices de la inseguridad que amenaza a los norteamericanos.
Por lo pronto, ha recibido las primeras lecciones adversas a su triunfalismo, lo cual sí pone en situación de riesgo al edificio democrático representado por el juego libre y responsable de los poderes públicos, uno de los que acaba de asumir por decisión de sus conciudadanos, el Poder Ejecutivo.
La resolución del Tribunal para no reactivar la orden ejecutiva antiinmigrante indica hasta qué punto en el vecino país no puede haber un presidencialismo dictatorial, autoritario, titular de facultades omnímodas, capaz de violentar el legado histórico que hace posible que la nación más poderosa del planeta sea, al propio tiempo, un paradigma como sostén de valores universales, con hombres y mujeres ejemplares por su rectitud y honestidad.

Como nunca, los Estados Unidos requieren de la integridad de sus instituciones y de sus ciudadanos de bien para la conducción de sus destinos. Como pocas veces, pide implícitamente el apoyo franco y decidido de sus vecinos, en todo aquello que nos atañe para bien nuestro. Y sin olvidar jamás el pasado, sin dejar de ver el presente con miras hacia el inmediato porvenir.

viernes, 3 de febrero de 2017

VIEJA Y NUEVA CONSTITUCIÓN: CIEN AÑOS DESPUÉS

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La pregunta palpitante en este aniversario es: ¿Envejecen las constituciones? ¿Son los usos y costumbres los que hacen ineficaz el orden normativo en unos casos y en otros le otorgan continuidad y fortaleza?
La nuestra, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, envuelta en festejos que van desde los vibrantes aplausos hasta la crítica demoledora, ¿se encuentra en los umbrales de la tercera y última edad? ¿La impunidad se ha cebado en ella hasta hacerla obsoleta? Finalmente, los hacedores de leyes, ¿son los responsables de su estado de inaplicabilidad en asuntos que más afectan a los ciudadanos.
¿Qué papel juega, en otros términos, el Poder Judicial de la Federación en todo esto?
Mientras tanto, las celebraciones están a la orden del día. Las hay desde espectáculos deportivos hasta discursos epidícticos; desde comentarios adversos hasta de retórica deslumbrante y oficialista que, por cierto, es la más utilizada.
El centenario ocurre en medio de un conflicto sin precedentes en la tortuosa relación histórica entre nuestro gobierno y el flamante de los Estados Unidos de Norteamérica. Se agrava por el hecho, insólito, de que está revestido de apariencia trágica cuando no de ropaje cómico, a juzgar por las expresiones que nos llegan dentro de las mismas 24 horas del día.
Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, según reza el dicho popular.
Así, lo fenoménico del caso nos lleva a reflexionar acerca del documento histórico, la Constitución, fundamento de nuestra vida ético-jurídica y en cuanto a nuestras relaciones externas con toda responsabilidad, llevándonos a exigir a los titulares de los poderes públicos el desempeño cabal de sus investiduras. Al Ejecutivo federal y a los estatales los deberes de su competencia en lo relativo a soberanía, no intervención, libre tránsito, para citar lo que está a la vista.
Además, los exabruptos del presidente Donald Trump nos llevan a repensar nuestro pasado mediato e inmediato.
Somos un territorio en perpetuo abandono. El suelo y el subsuelo son víctima de improductividad, en perjuicio directo de nuestros connacionales. Este último, el subsuelo, lo disfrutan extraños y mexicanos tan solo de nombre. La minería es dádiva para inversionistas foráneos. Mientras que la agricultura, el suelo, sigue en manos de hacendados neo porfiristas, por decir lo menos.
Por consecuencia, hay miles y miles de migrantes mexicanos, apátridas como efecto de las políticas usureras y desnacionalizadoras propiciadas desde las cúpulas gubernamentales en turno. A la indulgencia de los desgobiernos nacionales, se añaden abrumadoramente  las amenazas de los vecinos del Norte. Hemos contribuido al muro de la incomprensión que hoy en día lamentamos, pero que nunca supimos evitar a su debido tiempo.
Pero volvamos a lo del Centenario de la Constitución.
Hay voces que demandan la promulgación de una Constitución nueva. Argumentan que la actual es inoperante, y por tanto obsoleta.
Sobre el particular, tiene sentido invocar la función interpretativa por parte del Poder Judicial de la Federación; es decir, tomar en cuenta  el papel renovador del susodicho órgano respecto de los contenidos normativos, lo que hace rejuvenecer, actualizando las disposiciones constitucionales, otorgándoles significados pertinentes.
En la Presentación a los cinco volúmenes en donde consta la actividad creadora de dicho Poder, el entonces Presidente de la SCJN, doctor Ulises Schmill, dejó sabiamente expresado cómo, a través de la vía jurisdiccional, es factible  establecer los criterios de validez del orden jurídico mexicano.

Por ese camino, la continuidad queda certeramente garantizada. Nuestra Constitución plenamente válida, vigente y renovada.