Varios son los argumentos a
fin de elevar este años de 2014 a la categoría de paradigma en la historia
constitucional de nuestro país. En primer lugar, fue un proceso formal y
material ante los ojos de los ciudadanos, no visto antes, por la concurrencia y
participación de las fracciones
partidistas en el Congreso.
Quedó en claro, asimismo, que
la denominada Carta Magna no es un documento inerte,sellado para siempre, de
una vez por todas. El símil de las Tablas de Ley ha quedado en eso: en
referencia por analogía al carácter de un conjunto de disposiciones que
preservan su esencia fundamental, aunque bien pueden ser modificaciones
mediante prescripciones especiales.
Se puso de manifiesto, por
otra parte, que en la medida de que se trata de un proceso lógico-jurídico,
implica la consiguiente reglamentación con el fin de su ulterior aplicación o
individualización en la experiencia social.
Si 2013 fue un año en el que
se fraguaron las reformas sustanciales sin las cuales México hubiese seguido
siendo el cabús del desarrollo dentro del mapa socioeconómico contemporáneo, este año de 2014 es el de la
consolidación y el de la puesta en marcha de un país estacionada en aras de la
demagogia y el tumulto.
Quiérase o no, las organizaciones partidistas contribuyeron
en las innovaciones mediante sus propuestas y contrapropuestas, sus tesis y
antítesis, sus pros y sus contras, todo lo cual se tradujo en consensos y
disensos. Al final, ha dado al proceso innovador enseñanzas que traducen el
carácter de lucidez, cobertura social, que lo eleva a garante de la sociedad sin
distingos de clase: pobreza, marginación y
precariedad económica.
PAN y PRI llevaron la batuta en este inédito
cónclave revolucionario. Con mayor
firmeza y resolución, el Revolucionario Institucional.
El PRD escogió la vereda de
la protesta multitudinaria, las manifestaciones turbulentas en el Centro
Histórico, el discurso populachero sin sustento político y mucho menos de orden
jurídico. Volvieron a sus orígenes en la voz de su dirigencia desgastada.
Cárdenas, proponiendo la intocabilidad de la Constitución y la imposibilidad de
tocar una sola letra de la Ley; López Obrador
tratando de espantar con el tapete del muerto; es decir vaticinando toda
clase de penas y desdichas a causa de la venta de lo que, ha dicho, es nuestro,
de los mexicanos. En suma del petróleo, aunque los títulos de propiedad corren
a favor del Estado mexicano.
En todo esto, el PRD terminó,
sin proponérselo, por cavar con premeditación suicida su propio exterminio.
La promesa de revertir las
reformas constitucionales para el 2015, es bandera que a pocos atrae. Es promesa sin sustento, y “modus vivendi”
que, a nadie escapa, tiene financiamiento oscuro cuando no proveniente de las
fuentes de provocación trasnacional.
Pero esto último es
irrelevante, es la resaca acumulada de resentimientos y aspiraciones absurdas
que no caben ya en el seno de una sociedad que, cada día, se alía con mayor vigor y determinación al
gobierno legítimamente establecido.
Por lo demás,
el autor de las iniciativas de reforma, Enrique Peña Nieto, asume en los
foros internacionales la promoción de un
México comprometido con la competitividad. Para sorpresa de no pocos, se reúne
con Fidel Castro, Cuba, en un clima extraordinario de cordialidad. Emerge en el
escenario latinoamericano como el estadista mexicano con propuestas de bien entendida solidaridad.
El mexiquense nos hace
recordar los buenos tiempos de su coterráneo, don Adolfo López Mateos quien
hizo del gobierno de la República una sede idónea para las alianzas
progresistas, institucionales y duraderas.