Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







jueves, 25 de junio de 2015

LA CONTAMINACIÓN: UN CRIMEN DE ESTADO


De lesa humanidad es el crimen propiciado, solapado o bien encubierto con todos los subterfugios habidos y por haber a causa de la contaminación del aire, de la tierra y del agua. Produce enfermedades de la piel así como de los órganos internos de las personas. Daña en forma irreversible el entorno ambiental de lo cual no escapan fauna y vegetales.
En Sonora, lo mismo en Chihuahua y otras partes de la República, el deterioro ecológico está a la orden del día. Como el drama en Pasta de Conchos, ahí no pasa nada, absolutamente nada para los inspectores de Profepa, Semarnat  o  Conagua. Tampoco hay algo anormal para los técnicos y expertos de la secretaría de Trabajo o para el personal de la secretaría de Salud.
El Pacto Federal ahí cumple orondamente sus deberes: da el visto bueno, la tácita aprobación a las empresas extranjeras o desnacionalizadoras, con el beneplácito de los gobiernos locales. Mandatarios estatales, con lujo de cinismo, aplauden hasta no más poder las ofertas de millonarias inversiones de compañías que han sido expulsadas en otros países por la  depredación: envenenan cuencas fluviales y explotan bajo ningún control sanitario el subsuelo y la mano de obra de lugareños.
Viejo problema, la contaminación prolifera en Sonora, de Norte a Sur y de Oriente a Poniente, invadiendo ríos y afluentes desde la Sierra que une a Chihuahua con Sonora (Tesopaco por ejemplo) y desde Álamos, la añorada  y romántica región productora de metales preciosos durante la Colonia. Ni qué decir de la que fuera cuna de la Revolución en 1906, Cananea, con los derrames de tóxicos, intencionados o no, sobre los ríos de Bacanuchi y Sonora con los efectos conocidos de todos y tolerados por autoridades  locales y federales.  
En el Valle del Yaqui, oasis  del vasto semidesierto del Noroeste, el plomo y el arsénico pululan en aguas destinadas como recurso potable por los señores potentados, dueños de todo o casi de todo, incluyendo garantías  que podrían quitar la vida de los indefensos y los marginados. Las comunidades indígenas, sobrevivientes del despotismo y de la infamia por  siglos, son los actuales conejillos de Indias, sujetos al cruel experimento de ingerir agua contaminada y seguir con hálito, teniendo además que soportar infecciones por emanaciones tóxicas y  por la esterilización de sus campos de labranza.
Pero nace o renace la esperanza. Se vislumbran cambios sustentables. No obstante, se multiplican las demandas ciudadanas y aumenta los reclamos por una pronta resolución de los problemas que  se recrudecen en torno a la actividad agropecuaria y gravitan  sobre la integridad  física  y psicológica de la población.
El Movimiento Ciudadano por el Agua, a través de Adalberto Rosas López, activista y enhiesto defensor de los derechos indígenas, hace certera denuncia: otro acueducto, tendido por manos irresponsables, el que va al puerto de Guaymas y al centro turístico de San Carlos pasa por el subsuelo de la Tribu, y opera como principal causante de la intoxicación de niños, ancianos, mujeres y hombres de la acosada Tribu. Entre tanto, el Acueducto Independencia es el acutal motivo de repudio colectivo y de justificable movilización social..
En el Congreso local se pide la comparecencia de funcionarios y de investigadores del Instituto Tecnológico de Sonora, de la UNISON y de la UNAM, con la finalidad de contar con argumentos para emprender acciones de correctivas en los inicios de la nueva administración, por cierto resuelta a enderezar entuertos  y devolver la paz y la seguridad.  

Hay testimonios contrastables, por si hiciesen falta aún, de investigadores como los de Rodrigo Gonzáles Enríquez (investigador del ITSON) que documentan efectos letales a causa de la contaminación producida por los elevados niveles  de plomo y arsénico en el agua que beben los indígenas yaquis.