De
nueva cuenta, Ciudad Obregón, cabecera del municipio de Cajeme, se convierte en
catedral del libro. La impresionante urbe, en más de un sentido, vuelve a ser
templo internacional de la cultura ecuménica en donde se reúnen los ingenios
más selectos de la Humanidad. La página escrita, medio para identificar etnias,
culturas y destinos de todo el planeta, hace acto plausible de presencia. El
libro, ¿quién lo duda? preserva el pasado remoto haciéndolo contemporáneo, da
proximidad e inmediatez al efímero presente y reviste de cercanía, volviendo
tangible, el inasible futuro.
Puso
atentos oídos Rogelio Díaz Brown, alcalde cajemense, a las demandas ciudadanas
de situar a la urbe y a su vasta jurisdicción como faro de cultura en el Sur de
la Entidad, impulsando a su comunidad hacia la meta, por cierto alcanzada, de una
ciudad universitaria con prestigiadas instituciones del saber en ciencias,
humanidades y avanzadas tecnologías.
Así
como el Valle ha sido por casi una centuria emporio de productividad
alimentaria, hoy en día goza del reconocimiento de propios y extraños como
respetable santuario de cultura, incluyendo por igual actividades otrora
dispersas: el teatro se vincula con la danza, la música con la expresión
operística; además, a las artes plásticas (pintura sobre todo)se alía el
ejercicio corporal y las competencias deportivas por medio de olimpiadas para
todos.
Las
letras según ocurrió durante la educación helenística, particularmente en su
sede imperial, Alejandría, van emergiendo para ocupar un sitio destacado en la
formación del nuevo concepto integral de lo humano. Concebido el deporte como
medio para expresar ufanía y distinción de clase, y el atletismo a manera de
práctica a fin de exaltar virtudes de nobleza y superioridad, los concursos
literarios ahora, en cambio, realzan valores del espíritu y contribuyen a estimular
entereza y creatividad a la inteligencia.
No
todo es tener por tener, como haría notar Fromm. A la riqueza material habría
que adjuntar la riqueza del alma y a ésta dejarle curso libre con el propósito
de que fructifiquen las destrezas propias del conocimiento, de la voluntad y
del sentimiento artístico.
La Feria
Internacional del Libro suscita reflexiones sin fin.
Para
empezar, nos hace pensar en su autenticidad como testimonio histórico: la
trascendencia del libro es un rasgo distintivo de universalidad del hacer y del
quehacer humano.
El
Libro de los Muertos de los egipcios, el
Corán de los musulmanes, el Popol Vuh de
los indígenas de la región del Quiché, a
título de ejemplos, son monumento a la fe religiosa, a los procesos que
entrelazan mito, leyenda y rituales de seres humanos en el camino infinito y en
aras de trascender y superar lo transitorio y la fatalidad del no-ser.
De
Israel, tierra y pueblo de la Biblia, el doctor Pedro Gringoire (por su seudónimo)
nos legó páginas imperecederas acerca de la cultura hebrea, de su pueblo y geografía,
lo mismo de sus avatares en su arduo peregrinar por el planeta.
“Israel:
tierra y pueblo de la Biblia”, es obra que enaltece su recuerdo. Lo dignifica
como el generoso autor de páginas luminosas que esclarecieron, con visión
original, muchos de los vacíos que la propaganda antisemita ha llenado con
ignorancia, mala fe y del fanatismo de más oscuras raíces.
Pueblo
de la Biblia es, inequívocamente, Israel. Pueblo y Tierra de los libros
sagrados de una comunidad original y originaria. Pueblo de legisladores de la
grandeza de Moisés, de campeones de la
libertad como Josué, de la creatividad poética en la persona de David, así como
de invención filosófica del Rey sabio, Salomón.
La
Feria Internacional del Libro en Cajeme da relieve a valores universales
impregnados de eternidad humana como los antes mencionados: del arte, la
ciencia y de las técnicas; del humanismo en su más alta expresividad.