La
noticia de Cuauhtémoc Cárdenas en Sonora suscita el recuerdo de su señor padre,
el Presidente de México, con entrañable afecto, sobre todo en el Sur de la
Entidad. El Primer Mandatario de la Nación
vive y pervive en la historia nacional y entre los sonorenses. Sin duda,
el Valle del Yaqui sería otro, muy distinto, sin la acción revolucionaria del mandatario
agrarista.
Pasó
de los ideales al compromiso, y de éstos a los hechos, convirtiendo en verdad
el sueño de los Villa, los Zapata y los Molina Enríquez. Hizo valer la convocatoria de restituir la
tierra a quienes habían sido sus legítimos propietarios. Devolvió los derechos
del uso y el usufructo del agua a las comunidades indígenas mediante el hoy pisoteado
y maltrecho Decreto Resolutivo de Titulación, promulgado en 1940.
En
Sonora, Lázaro Cárdenas es mucho más que
figura emblemática para ejidatarios, productores y comunidades originarias,
como suele calificarse a la población aborigen. Este eufemismo describe mejor
que muchos otros calificativos con alcance peyorativo, el pasado y el presente
de las etnias cuyo origen prehispánico perdura, a pesar de los conturbadores,
en nuestra convivencia sociocultural y en nuestros usos y costumbres. Es decir,
permanece “de facto”, de modo consuetudinario, pero no “de jure”, con fuerza
obligatoria, validez y eficacia.
Cuauhtémoc
Cárdenas Solórzano, hijo del jefe del Ejecutivo que tuvo el arrojo de poner fin
al caudillismo en México, hizo acto de presencia en la capital de Sonora con la
finalidad de entrevistar a dos de las víctimas del autoritarismo encabezado por
el aún gobernador Guillermo Padrés Elías. Nos referimos a los dirigentes
indígenas Mario Luna y a Fernando Jiménez.
Con
el hijo del ex Presidente estuvo Alberto Vizcarra Osuna (Movimiento Ciudadano
por el Agua). Para él y para los sonorenses de buena voluntad, el ingeniero
representa, con legitimidad y sencillez, el legado ideológico y la herencia
política de su progenitor. Más aún, hasta donde le es dado, continúa y da seguimiento
a las tareas que ocuparon y preocuparon, de tiempo completo, al autor de la
Expropiación Petrolera, hace tres
cuartos de siglo.
Vizcarra
Osuna tuvo ocasión para dialogar con el ex líder fundador del PRD, poniendo en
el tapete de los comentarios temas palpitantes en el ocaso del régimen más
oprobioso, avasallador del Estado de Derecho en Sonora y conculcador de los
derechos de propiedad de la tierra y el agua concesionada a los pueblos
indígenas. En la plática se abundó sobre el trasvase del recurso hídrico que a
la fecha es objeto de hurto impune contra los descendientes de Anabayuleti,
Cajeme y Tetabiate. Con todo y tener repetidas sentencias judiciales a su favor.
El
encuentro reafirma, de modo prominente, la indeclinable lucha ciudadana por el
agua, la cual fue refrendada recientemente por ejidatarios, productores y
marginados de la Tribu en los Acuerdos de Vícam.
Los
tiempos que corren son propicios para reinstaurar el nacionalismo del primer
tercio del siglo pasado, el de la administración cardenista, abanderado por un
grupo selecto de patriotas. Hoy los reclamos ciudadanos son, precisa Vizcarra, por
más y más soberanía, por más inversiones con sentido social, más legalidad con justicia
para todos. Asimismo, el clamor es en pro de mayor apertura comercial sin
resabios de entreguismo, respaldado por una política de créditos orientada a la
construcción de obras, previamente consensadas con los sectores de la sociedad.
Alberto
Vizcarra hizo énfasis en la propuesta formulada por él y un grupo de empresarios,
el Plan Hidráulico del Noroeste (PLHINO), cuya finalidad vuelve a ser el medio por el cual se
aprovecharían los “grandes volúmenes de
agua desde la media de Nayarit y sur de Sinaloa”. Se ampliaría, así, “la
frontera agrícola en un millón de hectáreas en estos estados y en el sur de
Sonora”.