Volver
a este espacio editorial es como regresar a casa. Tras un mes de ausencia y un motivador
descanso veraniego, la primera impresión ante el teclado es de una extraña
sensación de semi olvido a lo más elemental: desde prender la máquina, ubicar
el nombre del tema en el archivo correspondiente hasta gozar el maravilloso
proceso de ir al encuentro de las ideas a fin de transcribirlas por medio de caracteres
electrónicos. Enseguida, la sensación de familiaridad y reconocimiento
vinculada al siempre fascinante mundo de la página impresa.
Entonces
se revive el periplo. El ir de Ciudad Obregón hasta las alturas de la sierra sonorense
y llegar a los rincones de las cordilleras de Chihuahua es renovada experiencia
de seis décadas de un ir y venir infatigable por caminos jamás olvidados: pasar por Esperanza, Hornos,
Tesopaco, Curea y alcanzar el Puerto de la Cruz en donde se encuentra un cruce
de caminos. Así, dependiendo de la elección, se continúa a Yécora, el ancestral
poblado afamado por las carreras de caballo. O bien, se toma el rumbo hacia El
Campanero hasta internarse en el Edén que abre sus puertas generosas al
forastero por parte de sus poseedores, las del centenario Bermúdez cuyas
familias descienden de un antiguo abolengo: el de los Clark y Demoss, García y
Moore; Ramos, Valenzuela y Fraijo; Holguín y Coronado.
Tierra
de pinos, de madroños, robles y encinos, bordeada por arroyos, presas y
represos, con maizales y sembradíos de pepino y de frijol. Hay un viejo
aserradero en espera ansiosa de actividad. La agricultura se asiste con arados
egipcios y la ganadería registra modesto desarrollo. Flores y jardines
domésticos pululan a más no pedir, ¡Y qué decir del clima primaveral más que
veraniego, con noches de ensueño y días de placenteras lluvias.
En
aquella soledad bien puede solazarse, más allá de los sobresaltos de la vida
urbana, en las páginas de un Hus con su obra “los Etruscos”; con la lectura de
“La Ciudad Antigua” de Coulanges; asimismo, con los diálogos de Platón, los
fragmentos alucinadores de los Sofistas y aun con la “Antropología en sentido
Pragmático” de Kant.
En
el atardecer hay ocasión para charlar, sin la premura citadina, sobre temas
familiares y acerca de las peripecias del campo. No falta la oportunidad para
el comentario sobre avatares de la vida actual que erosionan el sosiego, la paz
ancestral y el cuidado de la familia. Con todo lo que esto implica.
Como
en el legendario, bíblico Edén, existen barruntos de justificada inquietud. La
vida moderna, las técnicas agropecuarias y sus beneficios constatables ejercen
su positiva influencia. Se abaten plagas y prosperan las cosechas. Sagarpa y
Semarnat asoman tímidamente sus rostros. PESA, el programa de la UNESCO sobre
asuntos alimentarios, hace acto de presencia por medio de apoyos que van
directamente a mejorar las condiciones productivas. Anuncia proyectos que, de
llevarse a cabo, potenciarían el bienestar local y regional.
Pero
la amenaza de la inseguridad se cierne aquí y allá en los rincones del Paraíso
el cual gana a todos desde el ingreso a sus dominios. El “rentismo” de tierras
por sembradores de estupefacientes acosa, como a los indígenas en el Valle, a
sus pacíficos y honestos propietarios. Crece, por tanto, día a día la
criminalidad, sin que las autoridades competentes cumplan con sus deberes.
La
incomunicación hace su parte. Los enlaces telefónicos son inexistentes. El
internet no se ha inventado aún. La electricidad es don divino.
Y
qué decir de los caminos. Qué decir del tramo que va de Curea, San Nicolás,
hasta llegar al Puerto de la Cruz. Todo habla de complicidad y contubernio.
Sobre todo por los descuidos de Sonora. El municipio de Moris, Chihuahua, hace
lo que tiene a su alcance. ¿Y qué habría de esperarse?