Hacia finales de la década de los 40,
Lawrence K. Frank editó su ensayo “La
Sociedad como Paciente” que, en cierto sentido, hace recordar el magistral
trabajo de Sigmund Freud: ”El Malestar de la Cultura”, publicado diez años
antes. Los sucesos en cadena, uno tras otro, en nuestro país, nos llevan a pensar acerca de si estamos
siendo víctima de una endemia o pandemia ante la cual parecería que no hay
antídoto eficaz alguno.
En otras palabras, si somos un vasto organismo afectado
por grave enfermedad.
País dominado por extraño mal, de Sur a
Norte, pasando por el altiplano, los estragos sociales están a la orden del
día. Se dirá que la gran apertura mediática tiene que ver en esto y que no hay
barreras que impidan enterarnos, al instante, de lo que acontece en la frontera
norte y al momento enterarnos de lo que tiene lugar en escenarios hacia el Suchiate.
Michoacán con sus Templarios es semejante
a Iguala con sus “Guerreros Unidos”. El denominador común abarca a los focos rojos
en donde los cárteles del crimen organizado han sentado plaza y en donde el
virus de la impunidad no hace distinción entre la oposición de izquierda y los
contestatarios de la derecha.
El triunfalismo ha hecho su parte en
este embrollo en el cual los ideólogos del PRI se tiran de los cabellos sin
poderse sacudir a los demonios de esta década. El gesto victorioso de los
triunfadores vueltos de la diáspora, en vez de
planificar y cuidar lo planificado, fueron motivados a celebrar y festejar su colosal hazaña. La izquierda, a su modo, perdedora de todas
casi todas, se puso a subirse al carro
de los efímeros ganadores sin sembrar en beneficio propio.
Laboraron los de la izquierda
afanosamente por mantenerse como oposición, sirviendo de bastón a los
aprendices de la derecha, incapaces éstos para construir la obra negra de su
eventual morada, cuyo desplome no fue más allá de un par de años.
Malas, pésimas, desastrosas cuentas
entregan las “tribus” de Manuel López Obrador, el eterno suspirante por Los
Pinos. En sus ansias de poder, las alianzas del PRD con el crimen organizado
van emergiendo de la semioscuridad día tras día, ocasionándole descrédito y tropezones, más que las ilusiones suscitadas
a lo largo de los veinte años de su fundación. El territorio de Guerrero es,
por hoy, un vasto cementerio en donde el PRD ha sepultado sus últimas
esperanzas de convalidación partidista.
Los del PAN, por su parte, vuelven a sus
viejas e inhóspitas veredas. Sus alianzas con los burgueses de “cuello blanco”
están terminando por exhibirlos como los testaferros de siempre. El ejemplo más
vívido es el de los Larrea en Cananea y sus cómplices en el poder local, que
hace de la Minera un símbolo de la corrupción y un ejemplo craso de impunidad
que contribuye en la derrota del federalismo político, jurídico y social.
Volviendo a la metáfora de Frank en “La
Sociedad como Paciente”, habrá que precisar que si bien hay la impresión de que
somos un paciente dentro de una sociedad
desorganizada, con el símil del juez Giovanni Falcone, esto no significa que el
todo sustituya a las partes, suponiendo una culpabilidad que cubre y encubre a
la comunidad nacional en su conjunto. Es decir, en donde no habría diversidad y
multiplicidad de centros de imputación o referentes: las individualidades
responsables.
De individuos y personas está constituida
la Nación. Somos una sociedad en cuyo seno las terapias personalizadas comprenden
a sujetos en lo educativo, en capacitación técnica y profesional; esto mismo
implica responsabilidad compartida y convivencia en términos de cooperación y
solidaridad. El antídoto está en la práctica de la libertad como experiencia y
vivencia, cuyo origen deriva del civismo y de la responsabilidad individual,
personificada.