Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 10 de noviembre de 2014

MÁS ALLÁ DE IGUALA Y TLATLAYA: LA SOCIEDAD COMO PACIENTE




Hacia finales de la década de los 40, Lawrence K. Frank editó su ensayo  “La Sociedad como Paciente” que, en cierto sentido, hace recordar el magistral trabajo de Sigmund Freud: ”El Malestar de la Cultura”, publicado diez años antes. Los sucesos en cadena, uno tras otro, en nuestro país,  nos llevan a pensar acerca de si estamos siendo víctima de una endemia o pandemia ante la cual parecería que no hay antídoto eficaz alguno.
En otras palabras, si somos un vasto organismo afectado por grave enfermedad.
País dominado por extraño mal, de Sur a Norte, pasando por el altiplano, los estragos sociales están a la orden del día. Se dirá que la gran apertura mediática tiene que ver en esto y que no hay barreras que impidan enterarnos, al instante, de lo que acontece en la frontera norte y al momento enterarnos de lo que tiene lugar en escenarios  hacia el Suchiate.
Michoacán con sus Templarios es semejante a Iguala con sus “Guerreros Unidos”. El denominador común abarca a los focos rojos en donde los cárteles del crimen organizado han sentado plaza y en donde el virus de la impunidad no hace distinción entre la oposición de izquierda y los contestatarios de la derecha.
El triunfalismo ha hecho su parte en este embrollo en el cual los ideólogos del PRI se tiran de los cabellos sin poderse sacudir a los demonios de esta década. El gesto victorioso de los triunfadores vueltos de la diáspora, en vez de  planificar y cuidar lo planificado, fueron motivados a celebrar  y festejar su colosal hazaña.  La izquierda, a su modo, perdedora de todas casi todas, se puso a subirse  al carro de los efímeros ganadores sin sembrar en beneficio propio.
Laboraron los de la izquierda afanosamente por mantenerse como oposición, sirviendo de bastón a los aprendices de la derecha, incapaces éstos para construir la obra negra de su eventual morada, cuyo desplome no fue más allá de un par de años.
Malas, pésimas, desastrosas cuentas entregan las “tribus” de Manuel López Obrador, el eterno suspirante por Los Pinos. En sus ansias de poder, las alianzas del PRD con el crimen organizado van emergiendo de la semioscuridad día tras día, ocasionándole  descrédito  y tropezones, más que las ilusiones suscitadas a lo largo de los veinte años de su fundación. El territorio de Guerrero es, por hoy, un vasto cementerio en donde el PRD ha sepultado sus últimas esperanzas de convalidación partidista.  
Los del PAN, por su parte, vuelven a sus viejas e inhóspitas veredas. Sus alianzas con los burgueses de “cuello blanco” están terminando por exhibirlos como los testaferros de siempre. El ejemplo más vívido es el de los Larrea en Cananea y sus cómplices en el poder local, que hace de la Minera un símbolo de la corrupción y un ejemplo craso de impunidad que contribuye en la derrota del federalismo político, jurídico y social.
Volviendo a la metáfora de Frank en “La Sociedad como Paciente”, habrá que precisar que si bien hay la impresión de que somos un paciente dentro de  una sociedad desorganizada, con el símil del juez Giovanni Falcone, esto no significa que el todo sustituya a las partes, suponiendo una culpabilidad que cubre y encubre a la comunidad nacional en su conjunto. Es decir, en donde no habría diversidad y multiplicidad de centros de imputación o referentes: las individualidades responsables.

De individuos y personas está constituida la Nación. Somos una sociedad en cuyo seno las terapias personalizadas comprenden a sujetos en lo educativo, en capacitación técnica y profesional; esto mismo implica responsabilidad compartida y convivencia en términos de cooperación y solidaridad. El antídoto está en la práctica de la libertad como experiencia y vivencia, cuyo origen deriva del civismo y de la responsabilidad individual, personificada.