Suelen ir de la mano violencia física y
ofensiva verbal. La primera consiste en la agresión violenta y organizada; la
segunda es contra la dignidad y la solvencia moral de las personas. Unas y
otras tienen objetivos similares: derrotar al adversario, por medios
contundentes, aunque con recursos distintos.
Los días que corren están pletóricos de
violencia y cargados de maledicencia.
Aquello que los malhechores no logran por
intermedio de la aniquilación física del contrario, sus compinches de campaña tratan
de obtenerlo con base en la difamación y la calumnia.
Dos casos ejemplifican lo relativo a la
práctica de ofender, calumniar y denostar.
Uno, el que ocupa los titulares de todos
los medios de la prensa y los noticieros de la Televisión: el relacionado con
presunto ilícito atribuible a la señora Angélica Rivera de Peña Nieto, por la
adquisición de un inmueble en el poniente de la Ciudad.
Dos, el traído y llevado asunto relativo
a malversación de fondos por parte del Gobernador de Chihuahua, César Duarte, a
causa de la compra fraudulenta de un banco por el Mandatario, quien accedería a
la institución crediticia con dinero del erario estatal.
De manera inusual y con igual rapidez a
la de sus acusadores, la Primera Dama salió en defensa propia, de su familia y
de su esposo, el jefe del Ejecutivo nacional y describió, con lujo de
pormenores, el origen legítimo, prueba en contrario, del patrimonio a que
hicieron alusión los difamadores. Más aún, mencionó otros inmuebles a los que los
ocultos denunciantes no habían hecho referencia. Actuó como la cónyuge de quien
es: sin ser funcionaria mostró, con ejemplar resolución, la debida solidaridad
con el Presidente, manifestando honestidad a los ojos de todos.
Por lo que se refiere a quien es el
funcionario público de más alta jerarquía en Chihuahua, el Gobernador César
Duarte, la denuncia para así llamarla tiene el valor, o disvalor en el caso, de
la osadía. O, francamente, el de la ridiculez, que produce la sensación de murmurio
e incluso de chisme.
Decimos lo anterior después de haber
leído la atinente y lúcida entrevista al político chihuahuense, por el director
general del “Heraldo de Chihuahua”, Dr. Javier H. Contreras y sus colaboradores
D. Piñón y C. Ibarra. Ahí, Duarte Jáquez emerge de las preguntas y respuestas
con el perfil de lo que ha sido desde tiempos lejanos; es decir, surge de sus
orígenes familiares: ganadero, comerciante, hombre de empresa hasta llegar al
cargo que lo convierte en Mandatario de los chihuahuenses, titular del Poder
Ejecutivo en su Entidad.
Una trayectoria así, labrada con
honestidad, disciplina y laboriosidad, habrá de estar lejos de la maledicencia,
blindada frente a todos los dardos de la difamación.
Pero en política lo inesperado es regla
y lo inédito pan de todos los días.
Sobre la humanidad de César Duarte han
caído todos los improperios habidos y por haber, incluyendo el de ser
comprador, dueño y usufructuario de un Banco que no existe, que no tiene
ubicación domiciliaria ni fecha de fundación. Es decir, el Banco de mentiras,
de “mentiritas” diríamos, a fin de darle su correcta dimensión. Pero que sus
detractores se lo adjudican con timbres de solemnidad al lado de posesiones
bursátiles de anónimo e inconfesable
origen.
Se queja de la andanada de infundios, y
con justa razón. Se duele de ver cómo hace a un lado su obra reconstructiva al
frente del Ejecutivo de la Entidad. ¿Y la tenaz labor de limpieza en los
cerezos? ¿Y la política de sanidad en el área preventiva, hospitalaria y de
dotación de fármacos en los centros de atención de la Tarahumara? ¿Y los
esfuerzos en materia educativa a fin de que no haya en el Estado un alumno sin
escuela y para que los “ninis” desaparezcan como los Cárteles de la droga y la criminalidad?