El nombre de Pericles llena todo un siglo: la centuria de la primera Ilustración
de la Humanidad.
Creador
de la democracia, durante su régimen se produjo la más grande explosión
cultural en los diversos dominios de la creatividad, cuyo paralelo tardará más
de dos mil años a fin de producirse otro movimiento, con similar grandeza.
La
historia, lo mismo que la medicina, son deudores a la generación del siglo V
antes de nuestra Era. Con parecida iluminación brilló la tragedia y la comedia,
la ciencia, el arte y la filosofía.
Heródoto
y Tucídides dejaron bases permanentes a la actividad de quienes crean y recrean
el pasado. Hipócrates traza nuevas formas de indagar el origen de las
enfermedades y su consiguiente forma de diagnosticar y encontrar la superación
de los males orgánicos. Anaxágoras proseguirá la obra de los jonios,
investigadores del origen de la naturaleza.
En
suma, Jenófanes hará de la comedia un recurso expresivo y expositivo de la vida
ateniense, utilizando la ironía para dar nuevo sentido a las vicisitudes
humanas.
La
gloria del Partenón no sería duradera como lo fue y lo ha sido sin la obra de
Polignoto, Praxiteles y Fidias. Más aún, el Siglo de Pericles jamás hubiese
trascendido con la firmeza y ufanía que le son propias, sin el concurso de los
líderes del pensamiento que jamás haya sido conocido en la antigüedad; es
decir, sin la aportación novedosa de Gorgias, Protágoras, Isócrates y tantos
más que dieron nueva dimensión al diálogo, a la discusión, a la retórica y a la
argumentación.
Los
sofistas, con todo y la caricaturización que de ellos hicieron Platón y
Aristóteles, fueron los genuinos revolucionarios de las ideas en aquel glorioso
siglo en que se renovaron las artes, la ciencia, la política y la literatura.
La
vida y muerte de Sócrates, inclusive, se comprende cabalmente, a nuestro
juicio, como un capítulo, sin duda
sobresaliente, de aquella generación
primigenia de la cultura universal. Vivió y murió como la máxima
manifestación ética, moral e institucional del siglo de las libertades de
expresión y de la responsabilidad personal, individual y social. El maestro de
Atenas selló, con su ejemplar conducta, que se piensa como se quiere, pero ha
de quererse, objetivamente, lo que se piensa.
Las
“Vidas Paralelas” de Plutarco se suman, dentro de ese contexto, a título de
posterior testamento del legado del siglo de Pericles aunado al que se gestaba
en el seno de la cultura romana, haciendo posible lo que se da por llamar la
civilización grecorromana.
Por
demás estaría el tratar de poner de relieve el parangón que describe Plutarco
con el propósito de enaltecer las figuras entre helenos y romanos, teniendo
como puente de unión las hazañas de expansión, no sólo bélicas, de Alejandro
Magno.
Portentosa
la obra de Plutarco, el medio centenar de biografías y su correspondiente
comparación, lo que da sentido a su denominación, da feliz oportunidad a
fin de penetrar en los laberintos de la historia: su
continuidad y enriquecimiento.
Así,
entre Teseo y Rómulo, Pericles y Manlio Fabio, Arístides y Catón, Alejandro
y César, Demóstenes y Cicerón, hay un hilo que da a entender que no
todos los hombres son mortales. Las comparaciones refrendan dicha hipótesis y
muestran que lo humano tiene historia, continuidad y permanencia.
Pericles
es el inspirador, asimismo, de la noción de universalidad, cuyo cosmopolitismo
puso en alto Isócrates.
La
cercanía de Aspasia con él, su generosa consejera, así lo demuestra. Era ella
oriunda de Jonia.