Igual
que si fuese un festival, convertidos en centro de la atención de curiosos y
turistas de paso en la capital del país, bajo la mirada de cientos y miles de
transeúntes en la avenida Reforma, se efectúa la Exposición de los Pueblos Indígenas
2015 en la cual nuestras abnegadas y laboriosas mujeres indígenas, así como
hombres de diversas etnias originarias presentan los productos de su labor
cotidiana en las zonas silvestres de donde proceden.
Representantes
de pueblos y comunidades primitivas, vienen al corazón mismo de la civilización.
Y en forma por demás solícita, colocan ante el público muestras de su ingenio,
destrezas y habilidades plasmadas en figuras y múltiples artesanías en las que
palpita alma y pasión que a todos ellos identifica.
Provienen
del altiplano y las costas de México, de las altas serranías de Durango, Sonora
y de Chihuahua. De Oaxaca y aun de las regiones limítrofes con Guatemala. A
pesar de la multiplicidad de dialectos, lenguajes disímbolos o similares, como
podrían ser los de guarajíos, mayos y yaquis, hay en el fondo un mismo “ethos”
que permite la comunicación y el entendimiento entre sí, de modo que el
tránsito de los siglos y las drásticas mutaciones de la historia no hubiesen
calado en su sentir espiritual.
Viendo
detenidamente sus artesanías, observando los multiformes acabados de sus
textiles, escuchando el murmullo vivaz de sus voces, expresiones ininteligibles
para nosotros, todo ello lleva a evocar sus danzas y bailables mediante los que
expresan motivaciones recónditas, muchas de éstas desconocidas e ignoradas para
la mayoría de los visitantes.
A
sus vestimentas se asocia, por ejemplo, la Danza de Los Viejitos, la
Guelaguetza, la Danza del Venado. Y de poner alas al pensamiento, más allá de
las percepciones que varían de un instante a otro, nos remontamos a tiempos muy
lejanos hasta ir y venir de la Conquista y la Colonia al palpitante trasiego de
nuestros días.
Usos
y costumbres, expresiones traídas y llevadas actualmente sin reparar en su
sentido y alcance, bien podría guiarnos como de la mano a fin de reflexionar y
tomar acciones que lleven a reparar, modificar y subsanar todos los agravios
que se han ocasionado sobre las indefensas comunidades aborígenes.
Para
empezar, los términos antes referidos dan la impresión de que entre los
llamados grupos originarios y la sociedad civilizada hay una clara y fluida
relación. Es decir, una sana y positiva convivencia en términos de relativa
igualdad, de cooperación y mutuos
beneficios.
No
se dice, aunque sí se practica, que bajo
el velo de los hechos hay evidentes formas de sujeción y de racismo, así como
acciones de rapiña, depredación y abuso en sus propiedades y daño moral a sus
personas.
Usos
y costumbres, así, en lugar de ser un vínculo para el altruismo, a fin de
promover la tolerancia, en la experiencia es arma velada para segregar con lujo
de violencia y excesos de maltratos a los pueblos marginados. Entre el hambre,
la ignorancia y la insalubridad, los “yoremes” son objetivo represivo de los hombres
blancos al igual que hace quinientos años, en los albores del genocidio más dramático de nuestra Era.
El
convencionalismo lingüístico que alude a un “encuentro” entre dos culturas, no
hace sino sumar al daño la ofensa. ¿Cómo entender esa noción sino como un acto
o suceso entre iguales o similares, y no como lo que es en realidad:
sometimiento salvaje auspiciado por invasores poseedores de una logística
bélica y de poderosas armas explosivas y mortíferas?
No
acaba, ni acabó todo hasta ahí. Hoy en día las empresas depredadoras de las
transnacionales mineras hacen hasta lo imposible para dar el tiro de gracia,
confabulados con el crimen organizado y los explotadores criollos asentados en
valles y sierras, de nuestro empobrecido territorio. Son los modernos
usufructuarios de la tierra y el agua, eufemísticamente garantizada en la Carta
Magna como bienes y propiedades de los pueblos originarios.
Ciertamente,
la Exposición en la avenida Reforma trata de hacer pálida nuestra afrentosa y
dramática realidad social.