Cada
vez más las ferias del libro se convierten en aquello a lo cual alude su
denominación o nombre. Más que sitios de mercadeo o lugares exclusivos de
exposición de objetos, en el caso de libros, son verdaderos espacios de
recreación, propicios para el esparcimiento y la festividad del espíritu.
No
una sino varias se efectúan en las principales sedes de la República. A la de
Guadalajara y de la capital veracruzana o neolonesa, a la fecha se suceden dos
o más en una misma Entidad. Compiten las editoriales en formatos,
presentaciones y precios. Las empresas nacionales ponen al alcance, con similar
prestancia, sus anteriores y más recientes tirajes.
No
existe más discriminación de nacionalidad o por razones de abolengo. La equidad
permea en estos festivales como flamante invitado de honor al que todos los
asistentes reconocen.
Crear
lectores no es tarea fácil ni desdeñable. Los buscadores de libros, avezados en
el arte de hurgar en la ingente oferta de obras y autores, ya no son garbanzo
de a libra. Emergen por todas partes, siempre con la mirada relampagueante de
quienes saben buscar en los rincones y
encontrar lo que pretende.
Sin
embargo, formar hábitos de lectura y por lo mismo formar ávidos e insaciables
lectores continúa siendo labor incansable, aunque siempre impregnada de
satisfacción íntima.
Cierto
es que hay por muchos lados, los círculos de lectores en donde los que asisten
a sus periódicas reuniones no dejan de proseguir el antiguo uso o costumbre de
intercambiar obras y noticias sobre las mismas y sus autores, faltando en la
mayoría de los casos la crítica a fondo, implacable o no, pero motivadora de
diálogo y aun de discusión constructiva.
La
Feria del Libro inaugurada en Hermosillo tiene el singular mérito de incluir un
espacio al libro infantil, según mensaje de Mario Álvarez Beltrán, director del
Instituto Sonorense de Cultura.
Ahí
los pequeños buscadores de la página impresa pueden encontrar motivos
suficientes a fin de que su “filía” se manifieste en amor al relato de su
preferencia, a la lectura de su interés, con lo cual de la aproximación pasa a
la identificación con los temas y los autores en cuestión, hasta volverse un bibliófilo,
no bibliómano, de buena cepa.
Cumple
la feria en cuestión objetivos que, siendo en apariencia dobles, resultan uno y
el mismo. Crear buenos lectores no puede menos que significar que se contribuye
a recrearlos; es decir, a enseñarles a caminar para después darles libre y
responsable camino. Así, para ejercitarse sin andaderas como también a fin de
ensayar el arte de pensar, de repensar lo pensado y de escribir acerca de todo
ello. En suma, dar a conocer a los demás el fruto de su experiencia personal.
Ahí comienza y toma alas el oficio de lector.
Valga
la analogía con lo que ocurre al director de orquesta y también a los
ejecutantes en determinado concierto. Más que repetidor de la partitura que
interpreten uno y otros, son coautores en la medida que la obra adquiere, con
ellos, formas inusitadas, novedosas inclusive. De escucharlas el autor, tendría
impresión de no haber tenido la feliz ocasión de prever o suponer dicho
resultado. En este sentido, el buen lector contribuye a recrear el libro entre
sus manos. Colabora, queriéndolo o no, más bien lo primero que lo segundo, a
que la obra obtenga una dimensión insospechada por medio de repensar lo pensado
por su propio creador. Si se trata de una obra de gratuidad, por ejemplo, la
impresión abre múltiples posibilidades de retomar lo imaginado por el autor y
de ensayar la emisión de nuevas metáforas
Bienvenida,
por lo anterior, estas ferias bibliográficas en todas las zonas geográficas de
nuestra disímil geografía. La recientemente inaugurada por la mandataria
Claudia Pavlovich Arellano indica que el desarrollo social no se agota en lo
tecnológico y lo económico. Va al parejo
del progreso en todas sus expresiones, así como en lo regional, lo nacional y lo
ecuménico..