Concluyó
entre vítores y reconocimientos la primera parte del periplo de la Tribu Yaqui,
haciéndonos evocar la heroica lucha de Zapata y de Villa por los derechos
agrarios en los prolegómenos de la
Revolución. El triunfal recorrido desde Sonora hasta el Distrito Federal
pasando por los estados de Chihuahua, Coahuila, y Morelos indica el sentido de
la admonición de los descendientes de Cajeme y Tetabiate en el sentido de que
se dicten resoluciones a sus reclamos o bien esperar las consecuencias que esto
implica. Pasta de Conchos no se olvida.
Son
varios los años de lucha los que sobrellevan los indígenas de Sonora y de Chihuahua. Son ya innumerables los
vejámenes que han soportado sus líderes
y dirigentes, incluyendo las organizaciones cívicas que les dan apoyo, entre
otras las del Movimiento Ciudadano por el Agua y el de autoridades, por caso
las de Cajeme, así como de grupos al margen de compromisos políticos o
económicos.
Han
enarbolado con acendrado nacionalismo los legados que hacen de México una Nación con pasado, presente y un
futuro libre de ataduras políticas y
en plenitud autonómica fundada en sus
leyes, usos y costumbres.
Sin
dejar de reconocer las implicaciones ideológicas del levantamiento del EZLN, la
rebelión de la Tribu Yaqui expuesta ante treinta estados de la República y con
la presencia de sus representantes y líderes en setenta y cinco comunidades
marginadas, lo cierto es que ningún levantamiento social hasta ahora se
identifica con la gesta zapatista como la iniciada en el Sur de Sonora, apoyada
por ejidatarios y productores de la Entidad con la misma pasión, patriotismo y espontaneidad
como la encabezada por Zapata en Morelos y Villa en Chihuahua.
Un
país “teñido de sangre” encontraron en su recorrido los disidentes de la Tribu.
Un país víctima de la impunidad, de la voracidad de los pudientes y envenenadores
presa de la ambición de extranjeros y facinerosos al servicio de la depredación
de bienes y haberes de los mexicanos. Un país abrumado por la imposición de la
reacción más violenta de cuantas han asolado y saqueado a México desde tiempos
de la Reforma y del movimiento social de 1910.
Los
ideales de Zapata renacen en un clima distinto al de hace más de cien años,
pero se asemejan día a día a los suyos en este México abrumado por la
intromisión reaccionaria de principios de siglo, montada en el crimen
organizado y la devastación sistemática y criminal de los vende patrias de hoy,
de los criminales de cuello blanco, más temerarios y violentos que los de la
época de Santa Anna.
Tierra
y Libertad fue el lema de Emiliano Zapata.
Tierra para los desheredados por la invasión de los españoles. Tierra, aguas y
derecho a la vida reclaman los de la Tribu Yaqui para quienes, siendo legítimos
dueños del agua y de sus tierras, están siendo despojados de éstas por los actuales
depredadores. Castigo para quienes dieron inicio a la emigración más afrentosa,
que aún no se le ve fin, Lbertad para los sometidos y cárcel para hacendados y latifundistas,
invasores a secas, en un México con independencia política, pero sin libertades
en lo económico y en la toma de decisiones.
La
chispa de la disidencia está encendida. La caravana de los indios yaquis ha
cumplido su cometido dentro de los márgenes del derecho a la rebelión, tolerada
ciertamente por la administración actual del Presidente Peña Nieto. Pero está
en el aire el hacer la plena defensa de la reforma por medio de una
movilización que concurra en la defensa de las reformas constitucionales del
actual régimen. Entre tanto, se advierte con buenos ojos la guerra de los
yaquis: no está a la ventura. Coincide con la visión de un México en pie de
lucha: el México de la Posrevolución en vigente y responsable deuda.