(Al colega Amadeo Peralta Adame, brillante intérprete de la filosofía de Kant)
El
4 de mayo de 1988 murió el maestro
Guillermo Héctor Rodríguez en el Puerto de Veracruz. Sin embargo, vive en
nuestras mentes y corazones: en las de aquellos que recibimos sus enseñanzas. en
quienes alienta el “eros” pedagógico que prodigó sin límites.
En
lo personal, evoco con suma gratitud su figura, el eco de su voz, sus ademanes
en la cátedra y su bonhomía dentro y fuera del aula.
Durante
tres décadas tuve la fortuna de contar con su orientación y con su estímulo
para continuar abrevando en las límpidas fuentes de la filosofía clásica y
moderna, desde Protágoras y Gorgias hasta Kant y Hans Kelsen.
La
mejor forma de respetar a Platón y sus discípulos, sostuvo, es leerlo y estar o
no de acuerdo: discutirlo y poner en el tapete de la polémica su pensamiento a
la luz de la revolución cultural que representó en todo su esplendor el siglo V
de Pericles.
“Conocer
es crear y no reproducir”, fue el enigmático enunciado para mí en el tablero de
materias contiguo a la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM),
lo cual motivó el haberme inscrito en su cátedra de Filosofía de los Siglos XIX
y XX”.
Si conocer es
crear y no reproducir, entonces habría que echar por la borda, con todo y el
respeto que merecería Platón y la Escolástica, pasando por el “rabioso
presente” (como él solía decir) existencialismo, el marxismo e incluso el
Positivismo Lógico en portentoso auge por ese tiempo.
Si
conocer es crear y no reproducir, entonces las verdades absolutas y eternas
carecerían de razón de ser y por lo tanto
de sustento lógico y epistemológico. Son, así, inconsistentes las teorías de
Fichte, Heidegger, Marx y Sartre. Asimismo, las filosofías de Hartmann y de sus
seguidores.
Si
conocer es crear y no reproducir, entonces habría que revalorar y estudiar a fondo a los
sofistas y a los estoicos, a Sócrates sin los devaneos de la Academia y del
Liceo; a los empiristas ingleses, a los maestros de la Escuela de Marburgo
(Cohen, Natorp, Cassirer), a Karl. R. Popper, a Hans Kelsen. Sin dejar de hacer
largas y exhaustivas estancias con el pensador de Könisberg, Emmanuel Kant.
Si
conocer es crear y no reproducir, entonces
la verdad es una tarea abierta, infinita, ilimitada como proponía el
viejo y siempre joven Anaximandro. Si es así, entonces la voluntad es la voluntad
jurídica creadora de instituciones sociales y libres de ataduras ideológicas de
la derecha o de la izquierda, de cualquier signo o conjunto de dogmas.
Finalmente
si conocer es crear y no reproducir, entonces el arte es el arte del genio. Por
lo mismo, la belleza del arte no está en función de las propensiones políticas
o religiosas, sino de su objetividad en cuanto a las innovaciones técnicas y de
estilo.
Así,
como los fieles en el umbral del templo, había que despojarse entonces de
prejuicios y atavíos que no son compatibles con los sanos afanes del culto
desinteresado.
No pocos
desertaron en el arduo camino hacia el conocimiento sin compromisos con la
verdad, la justicia y la belleza en sentido absoluto.
Del maestro
Rodríguez es la anécdota del “gato negro” dentro de un cuarto oscuro. El
metafísico dice haberlo visto y da santo y seña, mientras que el teólogo jura y
perjura que lo tiene entre sus manos, aludiendo con ello a que posee ya la
Verdad, así con mayúscula. Y esto, no deja ser divertido. Pues, al fin de
cuentas, lo del gato negro no es sino mera conjetura, con todo y los dichos del
metafísico y del religioso. Resulta que no había, en efecto, ningún gato negro en
aquel cuarto oscuro.
Herederos de su
enseñanza, hoy evocamos al maestro kantiano y kelseniano en toda su humana universalidad. Y cabe
expresar de él lo que él dijo en la tumba de don Antonio Caso: “No todos los
hombres son mortales”.