Conmemoró
Israel, el 17 de este mes, un aniversario más de la reunificación de su capital
histórica: Jerusalén. Al cabo de la Guerra de los Seis Días, y de la pesadilla
fraguada por los émulos de Arafat, los israelíes determinaron consagrar su
victoria sobre los países árabes dispuestos a “echarlos al mar”, devolviendo a
Jerusalén su majestad como sede milenaria que le corresponde desde los tiempos
bíblicos en que David reinó en relativa paz y concordia.
Una
semana después, el 24 de este mes, se efectuó una ceremonia en la que se dio
lectura a una de los libros emblemáticos de la experiencia hebrea, el libro de “Ruth”,
como parte de las festividades de Peregrinaje que relata la decisión de la
moabita para acompañar a su suegra, Noemí, tras su retorno de tierra de Moab y
tras haber perdido a sus dos hijos, quienes perecieron después de haberse unido
a dos mujeres de aquella comunidad.
La
decisión de Ruth, la moabita, de acompañar a su suegra viuda a tierras de
Israel en Belén, adquiere su principal sentido al subrayar su gesto con las
palabras: “…A donde quiera que tú fueres, iré yo, y donde quiera que vivieres,
viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios…Sólo la muerte hará separación de nosotras dos.”
Llegadas
a Belén, Noemí nunca más aceptaría que la llamaran por su nombre, sino con el
nombre de Mara.
Con
la historia de Ruth se evoca el valor de una decisión, la trascendencia de una
elección asumida con determinación, plena libertad, responsabilidad; con fe y fidelidad,
de la cual derivan sucesos y hechos singulares.
Sabido
es que a raíz de este acontecimiento tendría origen la rama genealógica en
donde se ubica David, la figura regia de mayor abolengo en Israel. Del hijo de
Ruth y de su nuevo esposo, Booz, nacería Obed y de éste Isaí padre, nada menos,
que del rey de los judíos.
Hasta ahí el
relato bíblico.
Proviene de esa historia
la importancia antes aludida acerca del valor de asumir, libre
y
responsablemente, una decisión. Es decir, de lo relevante que es elegir un
cierto rumbo motivado por la convicción de que ello es lo mejor, lo idóneo,
queriéndolo, así, subjetiva y objetivamente.
Con ese efecto,
el pueblo hebreo conmemora una de las tres festividades a las que da
significado político, religioso y social.
Toma la decisión de Ruth, la
moabita, como un eco de identidad que repercute en el corazón de su suegra,
Noemí, y da lugar a sucesos que dan contenido a su ejemplar nacionalismo.
La
filosofía clásica griega y en particular la sustentada con sentido crítico por
los sofistas del siglo V de Pericles, utilizaban el término “kairós” para
significar la oportunidad, la atingencia y la idoneidad de la toma de
decisiones por parte del sujeto moral, por la persona éticamente considerada.
José
Solana Dueso en su libro “El camino del ágora” (Prensas Universitarias de
Zaragoza, 2000) afirma sobre el relativismo sustentado por el filósofo de
Abdera, Protágoras, respecto del término “kairós”: “…Constituye el marco
teórico y conceptual que puede acoger sin distorsiones la constelación de
significados que dicho término contiene…Remite a un campo en el que se pone de
relieve lo crucial y crítico, el instante oportuno, la respuesta adecuada a una
situación”.
Cabría
reflexionar aquí sobre un tema de suyo relegado: la desvinculación de la
filosofía griega con el pensamiento hebreo, la teoría antropocéntrica de los
sofistas y la experiencia cultural judaica, dado que hay, por otra parte, eruditas
comparaciones y estudios profundos en donde se destacan los vínculos, por
ejemplo, del pensamiento helénico con el de los persas, los hindúes, los egipcios,
por citar algunos.
Sócrates
y el pensamiento hindú, por un lado, y el pensamiento hebreo con el de los
diálogos de Platón, resultarían así, en cierto modo, correlativos.