Entre
los términos más socorridos previamente a los comicios del 7 de junio están los
de competitividad, diálogo y controversia, así como los de propuestas y
compromisos en labios de los candidatos. Con diferente énfasis, por supuesto.
El debate
efectuado el pasado martes en Ciudad Obregón, deja un sabor agridulce en el
ánimo de los sonorenses.
Para
empezar fue el segundo encuentro organizado a fin de que los ciudadanos se
enteren, de viva voz, acerca de los compromisos de los representantes que
militan en diversas agrupaciones
partidistas. No obstante, los destinatarios han quedado al final de cuentas con
la impresión de que la mayoría de los contendientes salieron con la disposición
de refrendar, por no decir repetir al pie de las letras, las mismas consignas
doctrinarias.
Y
esto, a decir verdad, hace que desmerezca la competencia a los ojos de una
ciudadanía ávida de conocimientos para normar el criterio y definir sus
preferencias hacia quienes serán los futuros delegados y ejecutores de su
voluntad. Como pocas veces, el horno de la política local y estatal, incluyendo
el nacional, no está para hacer falsas presentaciones, equívocas ofertas y
ambiguas promesas. Hay saciedad de todo esto.
Mucho
menos, las cosas están como para sacar el bulto ante las inquietudes legítimas
de la población, la cual exige que la transparencia, la anticorrupción, la
impunidad y la ilegalidad sean llamadas por su nombre propio. Es decir, que se ponga punto final a la
simulación, la cual es la peor de las plagas para la convivencia democrática y
cuyo virus merece ser enfrentado con todas las de la ley.
Volviendo
al debate pasado, el denominador común muestra que fue dominado por la
argumentación “ad hominem”, recurso utilizado para atacar al oponente o bien a
los oponentes en su individualidad o en su carácter subjetivo de adversario.
Suele llamarse a este género de disputas como el de “dimes y diretes”, en donde
el desenfado más que la franqueza y el rigor favorece a todo aquel que tiene
más información o sabe manipularla para lograr efectos de persuasión y relativo
convencimiento.
Viene
al caso el relato de Plutarco en sus “Vidas Paralelas” sobre el estilo oratorio
de Demóstenes, el célebre tribuno ateniense. Cuestionado acerca de su forma de
argumentar contra su oponente, la cual dejaba mucho que desear dado que era un
radical opositor a sus convicciones respondía que el hombre ante él podía ser
su enemigo, pero en todo caso debía prevalecer el interés de la ciudad”.
En
política como en tantos otros avatares de la vida, nada hay prescrito.
Personajes de condición social desahogada y de origen incluso aristocrático
suelen ser, a la postre, quienes han demostrado acompasar los latidos de su
comprensión con las reales carencias de las mayorías; al contrario, a menudo
individuos cuya cuna no se meció entre pañales finos actúan y proceden como si
fuesen caudillos encumbrados que, al ejercer el poder a su cargo, humillan y
escarnecen a los marginados; es decir, a los de su propia condición social y
económica.
La
argumentación “ad hominem”, así, deja mucho que desear. Antepone lo subjetivo a
lo objetivo, lo trascedente a lo efímero, lo real a lo ilusorio de la
ideología,
El
tercer debate, en caso de haberlo (el segundo fue una réplica del primero) bien
podría ser organizado con el objeto que sea una fehaciente demostración de que
los aspirantes tienen qué ofrecer, que sus propuestas son viables y que la
planeación de obras públicas en ningún momento estará inspirada en caprichos
personales de los futuros delegados de la voluntad popular. En suma, que a los
debates se dará el sentido de búsqueda de los mejores. Y los mejores son
aquellos que anteponen la voluntad ciudadana a los impulsos egoístas y
vituperables.