Del
profesor D. A. Brading (Universidad de California), el Fondo de Cultura
Económica reimprimió, en 1985, la obra traducida por Roberto Gómez Ciriza, “Mineros y Comerciantes en el México Borbónico
(1763-1810”).
Desde
las primeras páginas, el crudo relato pone de relieve la manera que el sistema
de las encomiendas fue utilizado por los
invasores españoles quienes fortalecieron el Imperio por medio de la
explotación del subsuelo. No satisfizo a Hernán Cortes, dice Brading, la
organización aborigen basada en los cultivos de maíz y de algodón. “Y así dio
principio una búsqueda frenética no sólo de metales preciosos, sino de
cualesquiera productos de valor comercial”.
Dicha
búsqueda se hizo obsesión hasta convertirse en atroz depredación, que dura
hasta nuestros días. Extranjeros, criollos y mestizos prosiguen, ahora, la
inicua explotación de placeres de oro, en minas de plata, cobre, hierro y
carbón.
El
desastre en Pasta de Conchos, en los rincones sombríos, son vivo testimonio de
lo anterior. El saqueo en los enclaves mineros se ha
institucionalizado a pesar del dicho convertido en mentira cruel, de que el
subsuelo (el petróleo, el gas, el agua y los metales) son patrimonio de todos los
mexicanos.
La
Revolución sigue en deuda ingente al paso de los años, con los mexicanos
pauperizados por obra y desgracia de los nuevos encomenderos que trafican con
la vida humana, las tierras de los ejidatarios; con el trabajo forzado de los
trabajadores que viven y mueren con silicosis, arrojados de sus tierras vía el
envenenamiento de ríos y arroyos, sin que nadie los contenga.
El siniestro,
provocado o no, en los pueblos ribereños de los ríos Sonora y Bacanuchi, es por
sí mismo una impresionante denuncia, un fulminante “Yo Acuso” lanzado por las
víctimas de la maldad organizada, fríamente solapada por las autoridades. Estás
tienen ojos pero no ven y oídos sordos que no escuchan.
Heredero
de los voraces saqueadores de la Colonia, proceden de manera idéntica a los
descendientes de la casta borbónica que sostuvo, enriqueció y dio continuidad al
imperio hispano. Y dio origen a los modernos salteadores de soberanía, a los esbirros de indígenas yaquis, mayos,
guarajíos y tarahumaras y de todos los empobrecidas del país.
Y otra vez: “No
hay mal que por bien no venga”.
Corta,
muy corta queda, a nuestro modo de ver, la Comisión Presidencial que investiga
los efectos devastadores en la Mina de Cananea. Corta, en la medida que a unas
horas del desastre se pueden ver y sufrir los efectos deplorables, día a día,
en los caminos vecinales de las inmediaciones de Tesopaco, escenario del saqueo
que realiza la compañía extranjera usufructuaria de metal que, con lujo de
impunidad, incumple las normas ambientales y laborales, al igual que en la
minera del emporio México de los Larrea. Y todo, con exceso de impunidad.
Por
otra parte, avala el Pleno de la Cámara de Diputados los términos de la
indagación por parte de la Comisión integrada por orden presidencial. Ponen los
legisladores federales en manos de la PGR la evaluación realizada y ésta da trámite
al proceso para fincar los castigos a que haya lugar.
¿Estamos
al principio del fin, como en tiempos de Cárdenas, para que se lleve a efecto
una tercera expropiación, el cierre de compañías depredadoras, la expropiación
y nacionalización de la minería que actúa a salto de mata? La Reforma
Energética, ¿es un detonador de nacionalismo autónomo, soberano, sin fobias,
que no teme a la modernización del Estado, al margen de ataduras y entreguismos?
La
Mina de Cananea da lugar a una lucha sin cuartel en contra de los actuales
salteadores. Permite revivir ancestrales y postergados ideales a la luz de los
Derechos Humanos, de reivindicación laboral y de garantías de autodeterminación
política, jurídica y social.