De
viejo abolengo es la vocación cosmopolita de México. Se remonta a la época presidencial de don
Benito Juárez, cuyo apotegma “El respeto al derecho ajeno es la paz”, simboliza
ahora la aspiración de convivencia en armonía por parte de los pueblos
representados en el Parlamento mundial.
Un
mexiquense, don Adolfo López Mateos, Primer Mandatario en el sexenio 1958-1964,
ingresó a México en el mapa internacional, promoviendo principios de
solidaridad y cooperación, de paz y de igualdad entre los individuos y las naciones.
Y otro
coterráneo suyo, Enrique Peña Nieto, Presidente de la República, ha puesto a
México en la mirada de jefes de Estado y de Gobierno con motivo del Premio Ciudadano Global que lo acaba de distinguir como estadista innovador,
ecuménico, a partir de sus propuestas, proyectos y convenios favorables a la participación
creativa con sentido universal.
Nobleza obliga,
cabe decir a propósito del reciente galardón.
Los
mexicanos tenemos un Mandatario con arrestos para alzar la voz en el foro de
naciones y manifestar nuestros anhelos de universalidad relativa valores que
tienen que ver con la igualdad étnica o racial, con el respeto a los derechos
humanos que asisten a migrantes bajo acoso; asimismo, vinculados con el repudio
unánime al terrorismo que enluta a familias y conmina a los gobiernos, orillándolos
para que adopten resoluciones punitivas indiscriminadas.
Contamos
los mexicanos con un Ejecutivo que convoca a la defensa de los grupos indígenas
bajo amenaza de explotación y exterminio. Por su intermedio las etnias de
Oaxaca, Guerrero, Sonora y Chihuahua, al lado de los aborígenes del Perú, del
Uruguay, de Colombia y de toda Centroamérica, tendrían oídos y ojos para
vigilar el acato a sus derechos: de la salud, el empleo y la educación, entre
otros.
Igualmente,
los marginados del crecimiento y el desarrollo
tienen en el nuevo Premio Ciudadano Global al Ombudsman en quien pueden depositar fe, confianza y
solicitud con el fin de que sea portavoz de sus diversas y múltiples
desventuras.
El
Presidente Peña Nieto, como numerosos jefes de Estado y de Gobierno en
diferentes partes del planeta, es depositario de la voluntad de poderosos y de
menesterosos, de hombres sabios y de personas ignorantes; de industriales y
capitalistas como también de parias y migrantes abrumados éstos por el hambre y
la sed de justicia.
Nuestro
Mandatario, Premio Ciudadano Global, demuestra
sensibilidad a fin de promover iniciativas de reformas y para ejecutar sus
contenidos. Tiene en su haber un acervo de reformas convertidas en leyes de
observancia general en los planos de la enseñanza laica, del empleo equitativamente
remunerado, de participación electoral libre y responsable, de modernización
sin concesiones entreguistas.
Pero
debe afronta a la criminalidad de cuello
blanco, es objeto de provocación por parte de impostores bajo piel de
“emprendedores”, sufre a burladores de leyes protectoras del ambiente y de la
normalidad climática, quienes arremeten contra la legalidad laboral y alteran el
orden social. Y todo, con el contubernio de funcionarios predispuestos a dejarse corromper. ¿Ha de tolerar, hasta
cuándo, el nepotismo, el latrocinio, el autoritarismo disfrazado y las campañas
agresivas por parte de mafias y tenebrosas organizaciones?
No
cesa la euforia pro reaccionaria y provocativa. Hace de las suyas, encarcelando
a líderes de la Etnia Yaqui. Y en esa tesitura, en nombre del federalismo, ¿ha
de tolerar a mandatarios locales enfermos de poder ilegítimo, soportar amenazas
terroristas y a los advenedizos que
envenenan impunemente a la población?
Nuestro Premio
Ciudadano Global no está, por lo visto, en un lecho de rosas.