Tiempos
difíciles, contrarios y contradictorios son los que soplan en nuestra agobiada
geografía física, política y social. De norte a sur azotan, implacables, los
vendavales de la naturaleza a los que suma su fuerza irracional la de no pocos
detentadores del poder público para quienes las mentiras propagandísticas
suplantan, paladinamente, la obligación de informar.
Frente
a la técnica personal de mandar se impone el estilo institucional, democrático,
de gobernar. Consiste el primero en actuar de acuerdo con los dictados del
temperamento y no con arreglo a la voluntad social jurídicamente entendida. El
segundo, en cambio, se define por el consenso ciudadano que da a las acciones
del funcionario legitimidad y certidumbre.
El
fin de la semana anterior, el alcalde de Cajeme, Rogelio Díaz Brown, rindió el
penúltimo Informe de Gobierno Municipal.
Se trató de un
Informe de compromisos cumplidos, de
principio a fin. Un Informe de realizaciones en el que las promesas revisten el
ropaje de la realidad. Careció de suplantaciones.
Fue
el relato de hechos basados en obras. La reseña de resultados logrados con la
participación ciudadana, con el aval de la población y el visto bueno del
cuerpo colegiado en torno a la autoridad municipal.
Si
hubiese que calificar, días después,
durante los cuales la voz del pueblo se convierte en “Vox Dei”, puede decirse que
el Informe del alcalde Díaz Brown tiene el sello de un documento en el que los
cajemenses pueden verse reflejados en la medida que pueden cotejar las palabras
con los hechos, la terminología con las acciones concretas, la obra documentada con la obra tangible a la
vista.
Predomina
en estos días de retórica oficialista, el estilo personalista, subjetivo,
emotivo y temperamental, de gobernar. En
vez del principio según el cual el Estado somos todos, se impone la pretensión
egocéntrica, solipsista, en el sentido autocrático de: “El Estado soy yo”.
Andan
sueltos los demonios del personalismo autoritario, haciendo del oficio de
gobernar un arte predispuesto a todo. Es decir, la técnica de mentir con lujo
de cinismo, acopiar para sí los recursos del erario a su antojo y placer,
enajenar con los dineros públicos bienes materiales para uso y usufructo
individual.
Ante
el dantesco escenario, la rendición de cuentas adquiere un significado de
ejemplaridad a toda prueba. Y la
principal de éstas es el juicio popular, la voz ciudadana, la calificación de
todos los sectores sin distinción social.
Díaz
Brown refrenda el estilo institucional de gobernar, aludiendo a su compromiso
de encabezar las causas que atañen a los marginados, entre muchas otras, la que
sostienen de manera viril ejidatarios, productores y yoremes de la Tribu Yaqui,
con todo y amenazas y a pesar del acoso
judicial y de la feroz persecución personificada con el arbitrario, vengativo a
todas luces ijusto, encarcelamiento de Mario Luna.
El
alcalde de Cajeme coloca a toda asta la bandera del federalismo en horas por
demás difíciles de ingobernabilidad alentada por el Ejecutivo estatal, cuando
se acentúa la retención de recursos para la continuación de obras urbanas y
suburbanas. Y da fe públicamente del acato a la legalidad y a la transparencia
en la administración del erario municipal.
Da
su palabra en prenda el alcalde municipal en el umbral de la renovación de poderes,
cuando la selección de los mejores se convierte en la búsqueda ávida de mujeres
y hombres públicos con visión de presente y de futuro.
Suena
la hora de la renovación no sólo de funcionarios, sino el fortalecimiento de
ideales y de esperanzas.
En
Sonora está en el tapete de las controversias el destino de su población. Está
en disputa la gobernabilidad y el Estado democrático de Derecho. La suerte y el
futuro de la convivencia social en paz y armonía.