Ciudad
Obregón, cabecera del otrora ejemplar municipio sonorense, paradigma de
seguridad a toda prueba, vuelve afortunadamente a sus mejores tiempos.
Faustino
Félix Chávez, su afanoso y promisorio alcalde, lidera el retorno a la paz
social y a la armónica convivencia, de acuerdo con sus más recientes
pronunciamientos. Enuncia las buenas nuevas que todos esperaban en pro de lo que
bien podría denominarse “en busca del tiempo perdido” (tomando en préstamo el
título de la afamada obra de Proust).
Para
empezar, una jurisdicción incomunicada, con vías terrestres lastradas de baches
y en permanente descuido, es una zona inhóspita en la cual se producen y
reproducen los peores riesgos para la población y para quienes, ocasionalmente,
transitan por dicha geografía.
Lo mismo podría
decirse de una urbe abandonada a la suerte de la suciedad, con sus calles y
avenidas en calamitoso, pésimo estado.
La
limpieza y el orden son a la seguridad y a la paz social como el descuido y la
alteración del orden, son a las acciones ilícitas: entre otras, el robo, el
secuestro y los asaltos domiciliarios. En suma, a la criminalidad organizada o desorganizada.
En
cambio, la experiencia muestra y
demuestra que las ciudades por más población que tenga en sus barrios y zonas
residenciales resultan con los más altos índices de seguridad y productividad
en la medida que sus autoridades son capaces de planificar su entorno urbano,
hacer los seguimientos de rigor y corregir a tiempo las desviaciones que suelen
surgir ante el menor descuido. Y actuar con ejemplaridad.
Sobra
mencionar aquí los tiempos idos en que, durante la placidez de las noches
veraniegas y otoñales, en las colonias de condición humilde, era posible ver a
las familias reunirse con la idea de gozar las horas del ocaso, y aún los
momentos de la ya entrada la oscuridad.
Y todo
en paz y armonía, sin zozobra ni temor alguno de ser sorprendidos por agentes
del crimen predispuestos a las peores agresiones.
Ciertamente
hay razones que explican los cambios hacia lo peor, hoy en día.
La impunidad
hace sus efectos cruentos y dolorosos. Los crímenes sin castigo son rémora que
se cobra y se paga sumamente caro, más temprano que tarde.
El
ver a hombres de negocios que eluden sus obligaciones en materia de impuestos,
por ejemplo, y deambulan orondamente por calles y sitios públicos, no es sino
llana provocación para que maleantes de toda laya hagan de las suyas. Pues,
dicen entre ellos, si fulano hace lo que hace y no le pasa nada entonces
probaremos a fin de saber si corremos igual suerte.
Los
hombres públicos, de la alta o mediana burocracia, están por lo mismo como en
urna de cristal. Los ciudadanos los tienen, aunque ellos no lo crean, en la
mira. Son ejemplo, así se trate de los buenos ejemplos como de los malos y los
execrables. Es claro que cada quien sigue aquellos que podrán edificarlo o
derruirlo de una vez y para siempre.
El
alcalde cajemense, Félix Chávez, sale al frente. Se compromete a encabezar una exhaustiva
campaña de limpieza, ya en acción, como también asume la oferta de emprender un
eficiente trazo urbanístico con el fin de subsanar las fallas en casos como el del
alumbrado, la pavimentación y muchos otros pendientes. Estas, es obvio, son
aprovechadas por los maleantes para delinquir a sus anchas, con la creencia de
que el imperio de la impunidad sigue incólume.
El
déficit presupuestario, en efecto, hizo de las suyas. La retención de los
recursos con destino a obra pública se ventila, de manera que no es necesario
invocarlo como tema en estas circunstancias deploradas y deplorables.
Se da cumplido
saneamiento a la deuda pública, tema que es parte del debate actual.
Cabe,
por encima de la controversia, contribuir a esta tarea renovadora, de
rehabilitación total, desde el sitio que corresponda.
Echar
gasolina a la hoguera a nadie favorece, menos a la ciudadanía en estos tiempos
de recuperación y compromiso. Queda pendiente, aparte, el capítulo de la
productividad, meta y objetivo del desarrollo y el crecimiento.