La patria mundial de los Derechos del
Hombre, Francia, está inmersa en indecible tragedia y dolor inexpresable. La
Humanidad comparte la tragedia que se abate sobre las familias de sus
indefensos seres amados, cobardemente acribillados. Las palabras y los
conceptos son insuficientes para expresar la solidaridad, la compasión y la fraternidad
que nos identifican con la nación de cuyo seno advinieron al mundo espíritus
luminosos e iluminadores de la talla de Voltaire y Diderot.
En honor a la hazaña política del siglo
XVIII, la Revolución Francesa, el príncipe de la filosofía perenne, el renovador
de la filosofía de todos los tiempos, Immanuel Kant, incumplió, por única vez,
su habitual paseo ante el portentoso suceso que hoy invocamos ante la agresión
del fanatismo islámico.
La vuelta al oscurantismo, ciertamente,
no hace sino reafirmar la convicción de que nada puede asegurar que el
primitivismo tenga presencia aún en sociedades avanzadas como la de la República
en la cual ondean los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad. La Edad Media de la
intolerancia, la estulticia dogmática de la ignorancia beligerante acecha en
todos los rincones del planeta, pertrechada con todos los recursos de la osadía
mal entendida, de intrepidez y sobre todo de crueldad para aniquilar a sus
adversarios.
La Jihad revive sus infernales tácticas
de atacar a lo más sensibles de la sociedad, a saber, los valores humanos que
hacen posible el triunfo sobre los resabios instintivos que anidan en lo recóndito
del ser humano. Resurge de sus nefandas cenizas con la grotesca finalidad de
hacer sucumbir los sentimientos de las personas, justamente los ideales que han
propiciado y fortalecen la superación del hombre venciendo las ataduras y las
férreas cadenas que tienen del pasado milenario acerca del que da cuenta y
razón la teoría evolucionista.
Egipto primero, después Israel han sido
objetivos de esta forma de primitivismo. El saldo cruento está ahora a la vista
y representa, sin duda, la forma más violenta y vituperable de actuar. No hay
límite alguno para la felonía de esta cruzada de asesinos organizados que
acechan desde el anonimato cobarde, ocasionando muerte y destrucción en nombre
de mitos, creencias e ingenuas motivaciones.
Hoy es Francia el escenario escogido por esta satánica
Jihad, incapaz de soportar la crítica contra su más deleznable pero voraz y
enfermizo fanatismo en nuestro tiempo. Hoy es la patria del universalismo el
corazón escogido para herir y de ser posible
aniquilar el principal reducto de la Ilustración
y el progreso de las libertades: el de expresión de las ideas, sin cortapisas y
obstáculos de ninguna clase.
Pero, ¿qué nación sigue en la nómina de
esta Jihad que no tiene nada de santa, pero sí de violenta y trastornada? ¿Qué sociedad
está en la agenda perversa de estos descendientes del fanatismo religioso
envuelto en ropajes tomados, precisamente, en préstamo del mundo que pretende
socavar?
Mal entiende esta Jihad islámica los
ideales de igualdad y de libertad, valores que hacen viable la posibilidad de
disentir, el no estar de acuerdo con toda imposición, y con la vía para el
acuerdo de voluntades. Mal entiende el terrorismo y el fanatismo islámicos
aquellos principios como los de tolerancia hacia las creencias de los demás,
sin inquisición persecutoria de las ideas y sin la imposición de prejuicios en
un más allá desconocido, pero capaz de fomentar temores, amenazas y ataques a la integridad de las
personas.
Hoy es Francia el objetivo elegido. Con
la nación del universalismo de las ideas compartimos con el luto y el dolor que
ensombrece a la Ciudad Luz.
Sin embargo, nos queda el optimismo y la esperanza en
el triunfo de la tolerancia y la libertad de expresión, frente a frente de toda
amenaza latente y real.