Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 26 de enero de 2015

CÓMO PERDER LAS ELECCIONES: “ENTRE POLÍTICOS TE VEAS”



No sólo en Guerrero y Michoacán, también en Sonora y Chihuahua, la disputa por el poder ejemplifica el modo de cómo perder las elecciones: postulando no a los mejores sino a los peores. Ahí está a punto de que los comicios del 2015 sean los más violentos  en el país.
Los políticos en el poder, producto de la alternancia y la nula transición a la democracia, dan enseñanzas deplorables, por una parte, sobre cómo no ha de ejercerse el poder delegado por el pueblo y para el pueblo. Por otra parte,  con su presencia en sedes consagradas a la participación ciudadana hacen arenas pugilísticas, lo cual deja mucho que pedir a quienes, confiados en el discurso falaz de no pocos hombres públicos, padecen desencanto, confusión y desconcierto por el futuro inmediato de sus haberes, por la inseguridad de sus familias y del destino de la sociedad acosada por el crimen organizado y la voracidad de funcionarios de “cuello blanco”.
Contribuyen al presente deterioro de las instituciones públicas, la mafia de políticos que, en particular, hacen el papel de francotiradores de la política reformista del jefe del Ejecutivo federal, poniendo oscuridad en vez de transparencia; corrupción  e impunidad en lugar legalidad; hurto a manos llenas en donde debiera existir   honradez republicana. Así gratifican a sus mecenas los líderes partidistas, los gobernantes y funcionarios encargados de conducir a buen puerto la nave de la administración política delegada por voluntad popular, a la cual pagan con traición y deslealtad.
La crisis en los mandos públicos comienza desde el momento en que el llamado arte de gobernar se transforma en arte de mentir, de engañar con lujo de cinismo provocativo, haciendo del ejercicio del poder un trofeo según la máxima convertida en principio de acción: que el mejor es aquel que miente, persuadiendo y mintiendo más.
Derechas, izquierdas y representantes de la tercera vía a la mexicana, aliados en gran medida de la corrupción, hacen del método de la mentira propagandística su principal y eficaz arma. De ese modo, la gobernabilidad  se vuelve asunto de mercado, de compra-venta y forcejeo en un  expendio presidido por la demagogia y la falsedad. 
Las cosas van de mal en peor. Lo de Tlatlaya y Ayotzinapa es secuencia de la veloz carrera del poder por el poder. Es capítulo principal de lo que ocurre en Sonora y Chihuahua, para citar casos ejemplares. Los llamados vacíos de poder, el triunfo de la impunidad, las alianzas y el contubernio de los enfermos por dinero ajeno (de la población), dan pábulo al saqueo en todos los niveles de la organización política federal.
No hay sede nacional, estatal o municipal a salvo de actores que olvidan que hay espacios a los cuales acudir a fin de dirimir asuntos personales, y órganos encargados de establecer justicia dando a cada quien lo suyo, conforme a Derecho. Hace ahí olas la frivolidad.
El sentir ciudadano deja asomos evidentes: uno de ellos, el desprecio a quienes hacen de la falsedad un modo vergonzante de argumentar. Es decir, el desdén hacia aquellos que utilizan la retórica como el arte de mentir a sabiendas que el clientelismo electoral tiene reglas que, una vez rotas, las consecuencias son de alto costo. Así, pues, el abstencionismo es arma de varios filos: daña al civismo nacional, pone en su lugar a los negociantes del poder; hace retroceder la participación ciudadana y el compromiso popular.

“Entre políticos te veas” es, quizá, la expresión directa de la repulsa ante los más recientes sucesos de exhibicionismo por parte de los cárteles políticos, disputando lo que consideran el más apetitoso placer: el enriquecimiento ilícito. La plutocracia es, sin duda, monstruo de mil cabezas y ¡ay! de quienes son víctimas del canto de sus encantadoras sirenas.