No
sólo en Guerrero y Michoacán, también en Sonora y Chihuahua, la disputa por el
poder ejemplifica el modo de cómo perder las elecciones: postulando no a los
mejores sino a los peores. Ahí está a punto de que los comicios del 2015 sean los
más violentos en el país.
Los
políticos en el poder, producto de la alternancia y la nula transición a la
democracia, dan enseñanzas deplorables, por una parte, sobre cómo no ha de
ejercerse el poder delegado por el pueblo y para el pueblo. Por otra parte, con su presencia en sedes consagradas a la
participación ciudadana hacen arenas pugilísticas, lo cual deja mucho que pedir
a quienes, confiados en el discurso falaz de no pocos hombres públicos, padecen
desencanto, confusión y desconcierto por el futuro inmediato de sus haberes, por
la inseguridad de sus familias y del destino de la sociedad acosada por el
crimen organizado y la voracidad de funcionarios de “cuello blanco”.
Contribuyen
al presente deterioro de las instituciones públicas, la mafia de políticos que,
en particular, hacen el papel de francotiradores de la política reformista del
jefe del Ejecutivo federal, poniendo oscuridad en vez de transparencia; corrupción e impunidad en lugar legalidad; hurto a manos
llenas en donde debiera existir honradez republicana. Así gratifican a sus
mecenas los líderes partidistas, los gobernantes y funcionarios encargados de
conducir a buen puerto la nave de la administración política delegada por voluntad
popular, a la cual pagan con traición y deslealtad.
La
crisis en los mandos públicos comienza desde el momento en que el llamado arte
de gobernar se transforma en arte de mentir, de engañar con lujo de cinismo
provocativo, haciendo del ejercicio del poder un trofeo según la máxima
convertida en principio de acción: que el mejor es aquel que miente,
persuadiendo y mintiendo más.
Derechas,
izquierdas y representantes de la tercera vía a la mexicana, aliados en gran
medida de la corrupción, hacen del método de la mentira propagandística su
principal y eficaz arma. De ese modo, la gobernabilidad se vuelve asunto de mercado, de compra-venta y
forcejeo en un expendio presidido por la
demagogia y la falsedad.
Las
cosas van de mal en peor. Lo de Tlatlaya y Ayotzinapa es secuencia de la veloz carrera
del poder por el poder. Es capítulo principal de lo que ocurre en Sonora y
Chihuahua, para citar casos ejemplares. Los llamados vacíos de poder, el
triunfo de la impunidad, las alianzas y el contubernio de los enfermos por
dinero ajeno (de la población), dan pábulo al saqueo en todos los niveles de la
organización política federal.
No
hay sede nacional, estatal o municipal a salvo de actores que olvidan que hay
espacios a los cuales acudir a fin de dirimir asuntos personales, y órganos
encargados de establecer justicia dando a cada quien lo suyo, conforme a
Derecho. Hace ahí olas la frivolidad.
El
sentir ciudadano deja asomos evidentes: uno de ellos, el desprecio a quienes
hacen de la falsedad un modo vergonzante de argumentar. Es decir, el desdén hacia
aquellos que utilizan la retórica como el arte de mentir a sabiendas que el
clientelismo electoral tiene reglas que, una vez rotas, las consecuencias son
de alto costo. Así, pues, el abstencionismo es arma de varios filos: daña al
civismo nacional, pone en su lugar a los negociantes del poder; hace retroceder
la participación ciudadana y el compromiso popular.
“Entre
políticos te veas” es, quizá, la expresión directa de la repulsa ante los más
recientes sucesos de exhibicionismo por parte de los cárteles políticos,
disputando lo que consideran el más apetitoso placer: el enriquecimiento
ilícito. La plutocracia es, sin duda, monstruo de mil cabezas y ¡ay! de quienes
son víctimas del canto de sus encantadoras sirenas.