A
la voz de “Ahora o nunca señor Presidente”, las etnias del País se alistan a
fin de dar su mejor batalla.
Tomás
Rojo Valencia en Sonora y Adelfo Regino Montes en Oaxaca simbolizan el principal
liderazgo del movimiento indígena, armados con los recursos de la negociación y
resueltos a llevar, hasta el final, la reivindicación de sus congéneres por la
vía del Estado de Derecho. Es decir, con arreglo a la constitucionalidad y la
legalidad.
En
el norte, la guerra de la Tribu Yaqui, sin lanzas ni disparos de armas por
parte de sus emplazantes, hace historia en la ancestral batalla por la defensa de
lo que les es propio, conforme a las leyes: la tierra y el agua. El rescate de
manos ajenas, avariciosas y usurpadoras, marca la indoblegable y férrea
disposición de los descendientes del indio Cajeme dispuestos a lograr que la
justicia brille con la resolución final en el actual conflicto. Que les haga posible vivir
del fruto de su trabajo con paz y armonía.
Tomás Rojo ha
repetido, una y otra vez, que no declinarán bajo amenazas, chantajes y presiones.
Están dispuestos a soportarlo todo con tal de alcanzar la victoria en lo que
podría ser su última guerra contra la injusticia y la arbitrariedad.
Por
su parte, desde el candente solar oaxaqueño, Adelfo Regino Montes, ayer
beligerante líder de los indígenas, hoy diligente y eficaz secretario de
Asuntos Indígenas en el Gobierno estatal, levanta vigorosa la voz con acento claro
y concluyente acerca de que es llegado el momento para asumir desde la cúpula
estatal y nacional la decisión responsable de acatar el respeto a la identidad
cultural, lingüística y racial, de los
más de cincuenta grupos que forman las
comunidades de mazatecos, mixes, triquis y zapotecos entre otros.
Político
experimentado que sabe, como diría A. D. Lindsay, dónde aprieta el zapato, sin dejarse
seducir por charlatanes que prometen “hacer los zapatos más bellos y al precio
más bajo posible”, Adelfo actúa con apego a las virtudes de probidad, rectitud
y demuestra capacidad para hacer la mejor defensa de los parias de su Entidad. El titular de
Asuntos Indígenas de Oaxaca pone el dedo donde debe ir: en la necesidad de
promover apremiantes reformas constitucionales a fin de evitar reyertas
agrarias entre pueblos hermanos, impedir la migración portadora de marginación
y confinamiento, pasto para la desnutrición y los abusos dentro del Estado y
fuera del País.
Pero
no todo es adverso sólo en el sur y en el sureste. En las zonas norte y
noroeste de México las cosas no son mejores para las vapuleadas y resignadas etnias
en Durango, Chihuahua y Sonora, donde decenas de miles sobreviven a la “buena
de Dios”. Padecen discriminación, abusos de autoridad, impunidad e indefensión.
Y todo, con el visto bueno de los aprendices de políticas públicas opresivas y
expoliadoras destinadas a marginar más y
más a los marginados, a marcar con letras indelebles a los vencidos por la
ignorancia, la enfermedad, la desnutrición y el despojo. Y todo esto en nombre
de la política de usos y costumbres, sistema urdido para dar manga ancha a
manipuladores, intermediarios y adalides de caciques poderosos y promotores de miseria y postración entre víctimas bajo
riesgo de extinción.
Bien
que en Oaxaca, Asuntos Indígenas aplique el criterio de reivindicar los
derechos de las etnias con iniciativas de ley para hacer valer la justicia
social, la equidad y el entendimiento.
Bien que sea el titular un líder que, por su origen y experiencia, conozca
dónde aprieta más el incómodo zapato. Y bien por Sonora, en donde hace patria
desde las filas de su comunidad un dirigente digno de ese nombre: tenaz, sin
dobleces y de palabra limpia de torceduras. En la era de la postmodernidad, los
Yaquis tienen, así, asegurada la paz y
la sobrevivencia.