En
tono coloquial, conmovido por la jubilosa ocasión y el vivaz auditorio al que dirigía
su mensaje, el rector de la UNAM, doctor José Narro Robles, llamó a los inquietos
adolescentes del plantel “Erasmo Castellanos Quinto” con la festiva expresión:
“a los más universitarios”. Daría enseguida la siguiente explicación: “…pues
tendrán más años de estadía en la UNAM”.
En
efecto, los alumnos de enseñanza media en la Universidad Nacional son
universitarios desde los once, doce y cuando mucho desde los trece años de
edad. Son ellos únicos secundarianos en los nueve planteles preparatorianos de
la UNAM, razón de más en cuanto a ser privilegiados
Y por el hecho de portar ya uniforme con los colores de la casa de estudios. En
fin, gozan de las instalaciones más recientes de la Universidad, la mediateca y
la biblioteca más jóvenes entre todas y las canchas deportivas con los recursos
adecuados a su edad.
El
director del plantel, el filósofo Antonio Meza, apenas cabía de entusiasmo por
la celebración que a muchos de nosotros atañe. La directora general de la ENP,
maestra Silvia E. Jurado Cuéllar, por su parte expresó el sentir universitario acerca
de que Iniciación Universitaria representa en la UNAM el comienzo en el
despertar de vocaciones. Es el primer escalón de muchos otros que llevan a la
cima que cada quien se propone y puede alcanzar.
Octogenaria
ya la Escuela de Iniciación transitó hasta llegar al seno del citado plantel de
la ENP, desde que en 1935 el rector Fernando Ocaranza promovió la incorporación
de los cursos equivalentes a los de Secundaria, en categórico respuesta a la
tendencia oficialista de “socializar” la educación con base en la reforma al
artículo Tercero Constitucional.
Volviendo
a la diáspora que experimentó Iniciación, habría que mencionar la trayectoria
desde Sadi Carnot en la colonia de San Rafael: su estancia en el Palacio de la
Autonomía hasta llegar, en 1978, a su
actual sede “sobre los ríos apresados de la Delegación Iztacalco”.
Todo
un brillante capítulo configura esta modalidad educativa dentro de la máxima
casa de estudios del país que, dicho sea de paso, describiría el camino institucional
que otorga a la autonomía dentro del quehacer de la docencia, la investigación
y la extensión cultural como palanca poderosa para la independencia de la
enseñanza superior por encima de la política y de cualquier razón sufieiente de
Estado.
Pero
regresando al festejo que hizo posible que se imbricase lo académico y lo
solemne junto con los murmullos incontenibles de voces que apenas maduran tras
haber salido de la niñez (los universitarios en ciernes), alumnos muy
distinguidos por su elevado rendimiento escolar, sus tiernos oídos percibieron
el generoso y elocuente mensaje rectoral: “Cuesta trabajo ingresar, les dijo,
pero es casi imposible salir”.
Valga
nuestra interpretación: Se entra a los recintos del palacio mayor de la
cultura, pero ya dentro de sus columnas, el espíritu que ahí se ha respirado
los aires del saber, no dejan abandonar el “habitat” y sus dilectas enseñanzas,
así como así.
Entramos
a la institución, tras culminar los estudios profesionales, con nombramiento de
profesor de Filosofía, en 1964; laboramos en el área donde se producen y
distribuyen las obras de los autores universitarios; egresamos como docente
jubilado en 1996. Pero dicha experiencia es incomparable con la de aquellos
días en que ingresaron, una tras otra, a Iniciación Universitaria nuestras
cuatro hijas y luego nuestros nietos.
Todos en la adolescencia.
Hoy
nos hace vibrar de emoción el relato de Aretí, nuestra nietecita que acaba de
mostrarnos su credencial de universitaria. Y con palabras del Rector de la UNAM,
queremos decirle: Perteneces al grupo de “los más universitarios”. En tus manos
queda el hacer realidad la venturosa meta.