Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







domingo, 30 de agosto de 2015

GENIO Y FIGURA: JACOBO ZABLUDOVSKY

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A dos meses de su muerte, el cronista, editorialista, autor de libros y maestro universitario, mantiene en vilo a la opinión pública, a cuyo servicio por medio de la palabra hablada y escrita dedicó su vida con pasión ejemplar.
Era fiel a sí mismo en el sentido de querer lo que se dice y decir lo que se quiere.
No rehuyó la polémica; tampoco la buscó sólo por el prurito de buscarla. Cultivó un estilo propio de emitir sus opiniones y juicios. El denominador común de dicho estilo fue el de la espontaneidad.
Sin proponérselo formó, o dio pábulo, para afirmar que él, el infatigable Jacobo Zabludovsky, hacía escuela. A menos que el hacer o crear escuela sea sinónimo de suscitar emuladores, imitadores o copistas de una personalidad destacada en alguna  actividad humana.
La izquierda lo denostó una y otra vez. La derecha solía enaltecerlo, cuando no aclamarlo.
Una y otra corriente ideológica, sin embargo, encontraban “peros” referente a su desarrollo laboral. No sin razón, una y otra, harían objeto de crítica por su peculiar manera de ejercer el oficio de escritor y de cronista.
Sabía, no obstante, dominar el uso de la palabra hablada o escrita.
Entrevistaba,  con igual donaire, a un miembro de la oligarquía como a un líder de la talla de Fidel Castro. En esto, jamás olvidó que el oficio periodístico no tiene por qué discriminar entre supuestos revolucionarios y conservaduristas a ultranza.
Por otra parte, y acaso el tema implícito en torno al polémico y afamado comunicador está en lo que podría llamarse el “tapete de la verdad”. O si se quiere del remedo o francamente de la falsedad.
Nos referimos al tema de la verdad, o de la Verdad absoluta,  que está por encima de la experiencia; en fin, la Verdad, así, con mayúsculas. Se supone y se cree firmemente que un comunicador es mucho más que un opinador o propiciador de opiniones.
En efecto, hay la impresión de que el comunicador, por el el hecho de serlo, es emisor de verdades hechas de antemano. A su autoría se atribuye, de modo definitivo,  la factura íntegra y se le otorga el carácter de mero transmisor, de conducto, para persuadir, convencer o disuadir, a sus oyentes o lectores.
Por cierto, a los inventores de la Retórica, (Tisias y Córax) y a quienes pasan por ser sus continuadores en la Atenas de Pericles (Gorgias y Protágoras), se les tuvo, y aún hay resabios de ello, como falsificadores y hasta comerciantes de la verdad y del método para acceder a sus dominios. Así, nada hay de extraño que, con ese patrón, se mida a quienes realizan la actividad que nos ocupa.
El caso es que hay figuras notables como el protagonista, por décadas, del programa “24 Horas” que son reclamadas y demandadas, en vida,  a fin de que expliquen su papel de exponentes de una verdad que no acomoda al parecer de todos. Inclusive, se llega al caso de señalar que el comunicador tiene un precio y que éste se relaciona con los contenidos de lo que informa y da a conocer a los demás.
Quede para la reflexión esto: que el ejercicio de formar opinión es eso, un ejercicio en donde el receptor juega una función crítica, activa y no pasiva. Es, en otras palabras, un interlocutor con razón propia, con capacidad para tomar partido, para decir “sí”  o “no” respecto de lo que se le comunica, entera o informa. No equivale a poner en la mesa algo ya hecho de una vez y para siempre. Y así aceptarlo.

Mucho queda entre los contemporáneos de aquel comunicador que nos ha dejado, marcando a su paso por el mundo huellas imborrables que no se cubrirán del todo, fácilmente, al paso del tiempo. Maestro en el arte de emitir opiniones, está claro que no se propuso comunicar verdades absolutas. El filósofo de Leontini, Gorgias, diría que si existen no pueden ser conocidas. Y en el caso de que pudiesen ser conocidas, no sería posible comunicarlas a los demás.