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Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







lunes, 10 de agosto de 2015

EL DESIERTO DE CHIHUAHUA: PASADO Y FUTURO

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En el siglo XVI Francis Bacon sostuvo que los objetos de conocimiento no hablan por sí mismos. Tenía razón. Es necesario, sugería el pensador inglés, llevarlos al tribunal de las preguntas y las respuestas para saber qué son y qué no son.  Collingwood, asimismo inglés, añadiría que esto es posible en la medida que  las preguntas se formulen con rigor y pertinencia.
Lo anterior viene al caso con motivo de la nota informativa que publica GacetaUNAM  (3 de agosto, 2015) con el rubro “El clima del desierto de Chihuahua, hace 120 mil años”. Son indicadores valiosos, pues permiten identificar periodos secos y de lluvias, sintetiza Patricia López en su reportaje.
El cambio climático es asunto que a todos atañe. Somos huéspedes del planeta cuyo hábitat es presa de vientos y de lluvias, de ciclos de calentamiento y enfriamiento, cuyos efectos derivan en condiciones propicias para la existencia y sobrevivencia de la humanidad.
La investigación de Priyadarsi Roy (Instituto de Geología de la UNAM) es una indagación a fondo acerca de cómo era el clima del desierto chihuahuense hace la increíble cifra de 120 mil años atrás. En este respecto, lo insólito del tiempo a que se remonta la investigación es considerada “reciente”, si se toma en cuenta que la zona explorada cuenta aproximadamente con la antigüedad, punto menos que imaginable, de 30 millones de años.
Por otra parte, los indicadores aluden a que se perforó el subsuelo con el fin de obtener sedimento conservado en líneas de tiempo, los cuales son estudiados en el Laboratorio de Paleoambientes para determinar periodos secos y lluviosos; es decir, la precipitación de lluvias y, por tanto, la formación de arroyos. Las épocas secas, por otra parte, se precisan por medio del análisis del viento que mueve el polen, fenómeno que, a su vez, lleva a conocer la vegetación del pasado. Los sedimentos estudiados conducen a las conclusiones que darían pie para explorar lo relativo al cambio climático.
No obstante lo escabroso de la investigación llevada a cabo por el audaz  investigador universitario y su equipo de estudiosos, el resultado permite entender que los vestigios del pasado remoto, convertidos en un sistema de preguntas pertinentes, hace posible la planificación en el presente y la del futuro en orden a prevenir efectos en los ecosistemas, de importancia, por ejemplo, en la agricultura y como previsión del acervo de recursos alimentarios. PESA (Proyecto Estratégico para la Seguridad Alimentaria) de la ONU, bien podría asesorarse de estas investigaciones auspiciadas por la UNAM para realizar, con buen éxito, su benemérita tarea.        
“De los desiertos nos falta mucho  por saber”, sostiene el maestro universitario. Así, los estudios de radiocarbono llevan a saber la edad de los sedimentos bajo el subsuelo. ¿Cuándo hubo vegetación y en dónde? El análisis de algas revela cuerpos lacustres. El paleoclima tiene qué decir más de lo que pensamos sobre el tema, afirma el maestro Roy, investigador universitario.
Volvamos a la relevancia de los desiertos (ahí está el de Sonora) con miras a determinar, relativamente, el presente y el futuro de nuestro hábitat y las consecuencias alimentarias, por caso. Y habrá que tomar en cuenta que las regiones áridas, como la referida, son de mayor complejidad que las húmedas. Pero el caudal informativo, con todo y la complejidad cognoscitiva y lo novedoso del programa, es de palpitante actualidad con miras a encarar el desafiante asunto del calentamiento de la Tierra.

El paleoclima, a juicio del experto en esta materia, es una especie de diario de la Tierra. “Ahí se escriben las cosas importantes que nos pasan. De manera semejante, los sedimentos, pólenes y algas diatomeas guardan información ordenada y muchas veces bien conservada que nosotros queremos leer”.