En
el siglo XVI Francis Bacon sostuvo que los objetos de conocimiento no hablan
por sí mismos. Tenía razón. Es necesario, sugería el pensador inglés, llevarlos
al tribunal de las preguntas y las respuestas para saber qué son y qué no
son. Collingwood, asimismo inglés,
añadiría que esto es posible en la medida que
las preguntas se formulen con rigor y pertinencia.
Lo anterior
viene al caso con motivo de la nota informativa que publica GacetaUNAM (3 de agosto, 2015) con el rubro “El clima del
desierto de Chihuahua, hace 120 mil años”. Son indicadores valiosos, pues
permiten identificar periodos secos y de lluvias, sintetiza Patricia López en su
reportaje.
El
cambio climático es asunto que a todos atañe. Somos huéspedes del planeta cuyo
hábitat es presa de vientos y de lluvias, de ciclos de calentamiento y
enfriamiento, cuyos efectos derivan en condiciones propicias para la existencia
y sobrevivencia de la humanidad.
La
investigación de Priyadarsi Roy (Instituto de Geología de la UNAM) es una
indagación a fondo acerca de cómo era el clima del desierto chihuahuense hace
la increíble cifra de 120 mil años atrás. En este respecto, lo insólito del
tiempo a que se remonta la investigación es considerada “reciente”, si se toma
en cuenta que la zona explorada cuenta aproximadamente con la antigüedad, punto
menos que imaginable, de 30 millones de años.
Por
otra parte, los indicadores aluden a que se perforó el subsuelo con el fin de
obtener sedimento conservado en líneas de tiempo, los cuales son estudiados en
el Laboratorio de Paleoambientes para determinar periodos secos y lluviosos; es
decir, la precipitación de lluvias y, por tanto, la formación de arroyos. Las
épocas secas, por otra parte, se precisan por medio del análisis del viento que
mueve el polen, fenómeno que, a su vez, lleva a conocer la vegetación del
pasado. Los sedimentos estudiados conducen a las conclusiones que darían pie para
explorar lo relativo al cambio climático.
No
obstante lo escabroso de la investigación llevada a cabo por el audaz investigador universitario y su equipo de
estudiosos, el resultado permite entender que los vestigios del pasado remoto,
convertidos en un sistema de preguntas pertinentes, hace posible la
planificación en el presente y la del futuro en orden a prevenir efectos en los
ecosistemas, de importancia, por ejemplo, en la agricultura y como previsión
del acervo de recursos alimentarios. PESA (Proyecto Estratégico para la
Seguridad Alimentaria) de la ONU, bien podría asesorarse de estas investigaciones
auspiciadas por la UNAM para realizar, con buen éxito, su benemérita tarea.
“De
los desiertos nos falta mucho por
saber”, sostiene el maestro universitario. Así, los estudios de radiocarbono
llevan a saber la edad de los sedimentos bajo el subsuelo. ¿Cuándo hubo
vegetación y en dónde? El análisis de algas revela cuerpos lacustres. El
paleoclima tiene qué decir más de lo que pensamos sobre el tema, afirma el
maestro Roy, investigador universitario.
Volvamos
a la relevancia de los desiertos (ahí está el de Sonora) con miras a
determinar, relativamente, el presente y el futuro de nuestro hábitat y las
consecuencias alimentarias, por caso. Y habrá que tomar en cuenta que las
regiones áridas, como la referida, son de mayor complejidad que las húmedas.
Pero el caudal informativo, con todo y la complejidad cognoscitiva y lo
novedoso del programa, es de palpitante actualidad con miras a encarar el
desafiante asunto del calentamiento de la Tierra.
El
paleoclima, a juicio del experto en esta materia, es una especie de diario de
la Tierra. “Ahí se escriben las cosas importantes que nos pasan. De manera
semejante, los sedimentos, pólenes y algas diatomeas guardan información
ordenada y muchas veces bien conservada que nosotros queremos leer”.