Ingresar
a la escuela y volver a clases tienen significado diferente. El pequeño que entra
por vez primera al edificio escolar, es sujeto de percepciones distintas a los
que regresan, tras el descanso, a su casa de estudios después de un par de
meses de ausencia. Parece obvio.
La
edad determina el grado de asentimiento, y en términos generales de lo intenso
del regocijo experimentado.
A
quienes gozamos del privilegio de convivir y de vivir esta etapa en la que
repasar lo vivido ayer es más que un ejercicio que no se agota en mero
recordatorio personal, vemos en ese ir y venir de nuestros hijos y nietos, de
la escuela al hogar, con una visión apacible, distinta a cuando había que
realizar la búsqueda afanosa de los materiales escolares.
Ahora
nos corresponde hacer sosegadamente el recuento visual de los haberes propios
de obras y autores que fueron, son y serán, la base informativa y formativa de quienes
están a punto de ser profesionales en los diversos espacios del quehacer
cotidiano.
Viene a
propósito lo anterior después de habernos enterado de la nota informativa de
“La Jornada”, del jueves anterior, día 20 de este mes, titulada “Un niño genio
en la UNAM.
Ciertamente,
es la crónica en la cual se relata un
caso excepcional, de suyo inaudito, que no ocurre todos los años y por lo tanto
no se da a conocer en estas fechas de ingreso y regreso a clases.
No
deja, sin embargo, de estimular y a motivar a padres e hijos, a maestros y
directivos de instituciones de los primeros grados hasta los de nivel medio
superior y superior. Vienen a la memoria casos extremos: de Mozart, el genio
compositor de música a muy temprana edad, y
de Einstein en contrapartida, con dificultades él, para seguir con
normalidad los cursos básicos de matemáticas o de física, campos en donde
brillaría el autor de la teoría de la relatividad con singular genialidad su
capacidad inventiva y revolucionaria.
Dice
la nota que Carlos Santamaría Díaz, el niño genio, es a sus nueve años en la
antesala de la adolescencia, el alumno más joven de la Universidad
Nacional. Diríamos que es el
universitario que, sin haber experimentado
como a la fecha, la zozobra que produce el saber si se ha alcanzado el puntaje
de rigor, si se tiene derecho al pase automático o bien si se aprobó el examen
de admisión, él, Carlos Santamaría Díaz, cursa ya, con el aire propio de la
digna espontaneidad, módulos del diplomado en bioquímica y biología; en
industria farmacéutica y biotecnología, en escenarios del campus de CU.
Finalmente,
un par de comentarios. La UNAM, toda institución de enseñanza, pública o
privada, tiene por misión educar, enseñando a crear. No hace, no debe hacer,
excepción de personas por razones de origen social o económico. Se multiplican
los casos de talentos excepcionales en instituciones que informan y forman
ciudadanos libres y responsables, provenientes de situaciones marcadas por la
marginación y que revelan, no obstante, capacidades idóneas para servir a sus
comunidades de origen y a la sociedad en general.
El
retorno a clases, así como el ingreso y el reingreso a las casas de estudio,
hacen pensar en que la excepción y la normalidad son parte, asimismo, de la
educación en el hogar y en la escuela. Conjuntamente.