Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







sábado, 22 de agosto de 2015

EL REGRESO A CLASES: AYER Y AHORA

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Ingresar a la escuela y volver a clases tienen significado diferente. El pequeño que entra por vez primera al edificio escolar, es sujeto de percepciones distintas a los que regresan, tras el descanso, a su casa de estudios después de un par de meses de ausencia. Parece obvio.
La edad determina el grado de asentimiento, y en términos generales de lo intenso del  regocijo experimentado.
A quienes gozamos del privilegio de convivir y de vivir esta etapa en la que repasar lo vivido ayer es más que un ejercicio que no se agota en mero recordatorio personal, vemos en ese ir y venir de nuestros hijos y nietos, de la escuela al hogar, con una visión apacible, distinta a cuando había que realizar la búsqueda afanosa de los materiales escolares.
Ahora nos corresponde hacer sosegadamente el recuento visual de los haberes propios de obras y autores que fueron, son y serán, la base informativa y formativa de quienes están a punto de ser profesionales en los diversos espacios del quehacer cotidiano.
Viene a propósito lo anterior después de habernos enterado de la nota informativa de “La Jornada”, del jueves anterior, día 20 de este mes, titulada “Un niño genio en la UNAM.
Ciertamente,  es la crónica en la cual se relata un caso excepcional, de suyo inaudito, que no ocurre todos los años y por lo tanto no se da a conocer en estas fechas de ingreso y regreso a clases.
No deja, sin embargo, de estimular y a motivar a padres e hijos, a maestros y directivos de instituciones de los primeros grados hasta los de nivel medio superior y superior. Vienen a la memoria casos extremos: de Mozart, el genio compositor de música a muy temprana edad, y  de Einstein en contrapartida, con dificultades él, para seguir con normalidad los cursos básicos de matemáticas o de física, campos en donde brillaría el autor de la teoría de la relatividad con singular genialidad su capacidad inventiva y revolucionaria.
Dice la nota que Carlos Santamaría Díaz, el niño genio, es a sus nueve años en la antesala de la adolescencia, el alumno más joven de la Universidad Nacional.  Diríamos que es el universitario que, sin  haber experimentado como a la fecha, la zozobra que produce el saber si se ha alcanzado el puntaje de rigor, si se tiene derecho al pase automático o bien si se aprobó el examen de admisión, él, Carlos Santamaría Díaz, cursa ya, con el aire propio de la digna espontaneidad, módulos del diplomado en bioquímica y biología; en industria farmacéutica y biotecnología, en escenarios del campus de CU.
Finalmente, un par de comentarios. La UNAM, toda institución de enseñanza, pública o privada, tiene por misión educar, enseñando a crear. No hace, no debe hacer, excepción de personas por razones de origen social o económico. Se multiplican los casos de talentos excepcionales en instituciones que informan y forman ciudadanos libres y responsables, provenientes de situaciones marcadas por la marginación y que revelan, no obstante, capacidades idóneas para servir a sus comunidades de origen y a la sociedad en general.

El retorno a clases, así como el ingreso y el reingreso a las casas de estudio, hacen pensar en que la excepción y la normalidad son parte, asimismo, de la educación en el hogar y en la escuela. Conjuntamente.