Hace
un año, por estos días, se conmemoró el centenario del natalicio de uno de los
hombres con mayor celebridad en el mundo: Norman Borlaug, científico,
filántropo en el más profundo significado del término, personalidad radiante de
pasión por la biotecnología vegetal, benefactor número uno en un mundo de
famélicos sin esperanza de vida en la remota India y en el lejano Pakistán.
Nació
en una granja de los Estados Unidos de América, pero vivió largos y productivos
años en Cajeme, haciendo del Valle del Yaqui su segunda patria, su hábitat
propicio para su espíritu de investigador y de inventor de una realidad
espléndida: la multiplicación de los panes en
una época de voraz hambruna en la patria de Gandhi y de la hoy
mundialmente reconocida activista, Nobel de la Paz, 2014: Malala Youzafzai.
En
la ceremonia conmemorativa del doctor Borlaug, Premio Nobel de la Paz, hace un
año, el alcalde de Cajeme, Rogelio Díaz Brown, expresó: “Por nuestra vocación
agrícola, los habitantes de Cajeme cuidamos, valoramos y defendemos el
agua como el recurso indispensable para
la construcción de un futuro de progreso y bienestar, pues representa un
elemento potencial para nuestro crecimiento económico”.
Antes,
el munícipe ampliamente conocido por su lealtad en la defensa del recurso vital,
el agua, para la producción de satisfactores alimentarios, había encomiado el
alto nivel productivo del Valle del Yaqui y aludido al honroso título de
“Granero de México”, alcanzado por disposición de sus empresarios, ejidatarios,
comuneros y su población indígena.
En
la persona del Dr. Borlaug, el alcalde Díaz Brown había rendido generoso
tributo a los héroes del pensamiento, a los adalides de la ciencia y la
tecnología referidas a la actividad agroindustrial. Hizo notar entonces que las
bondades de la Revolución Verde eran hechos documentados en las páginas de la
Historia Universal. Y dio a la hazaña de la ingeniería genética su debida
proporción: obra del conocimiento y de la paciente dedicación; de la
experimentación planificada y de la organización al servicio de la sociedad,
más allá de las barreras políticas y por encima de fronteras concebidas para
ser franjas inexpugnables y no puertas y ventanas de comunicación y de
intercambio de bienes para el bienestar y la paz universal.
A
doce meses del centenario, el panorama sociopolítico y jurídico en Sonora es
muy otro. Aunque entonces se dejaba sentir tensión y zozobra con motivo de la
operación del Acueducto Independencia había, no obstante, grandes esperanzas y
razonable optimismo sobre rectificación de ilegalidades. El cambio en las
alturas del máximo poder político dejaba incubar confianza en torno a la
rectificación de la justicia jurídica, sobre cómo restituir el deteriorado
Estado democrático de Derecho. Rondaba la fe en las instituciones para resolver
el diferendo en tribunales del Poder Judicial y se confiaba en la sabia
interpretación de los custodios de la Constitución tocante a los derechos del
agua, sobre su uso y usufructo; en torno a la consulta entre los usuarios y sus
legítimos beneficiarios. En suma, crecía la certidumbre en que una consulta
digna de ese nombre merecía del aval de autoridades en la materia, de
científicos y expertos, planificadores y conocedores de riesgos y posibles
daños, mediatos e inmediatos sobre el entorno ambiental.
Hoy
las cosas han cambiado. En el banquillo están autoridades políticas y
administrativas. El gobernador Padrés no está solo entre los inculpados. Ahí
figuran los titulares de Semarnat, Profepa y de Conagua.
Por
si esto fuera poco, se sabe de los derrames de tóxicos sobre ríos y arroyos de
la Entidad. Los remedos de castigo: multas ínfimas ante daños colosales.
Así,
el aniversario del Dr. Borlaug ocurre entre augurios sombríos y grandes
desesperanzas.