Bienvenido lector:

Federico Osorio Altúzar ha sido profesor de Filosofía en la UNAM y en la ENP (1964-1996) y Editor de la Gaceta de la ENP desde 2004.
Durante 15 años fue editorialista y articulista en el periódico NOVEDADES.
Es maestro en Filosofía. Tiene cursos de Inglés, Francés, Griego y Alemán.
Ha publicado en Novedades, el Heraldo de Chihuahua, El Sol de Cuervanaca, el Sol de Cuautla, Tribuna de Tlalpan, Tribuna del Yaqui, Despertar de Oaxaca y actualmente colabora en la versión en Línea de la Organización Editorial Mexicana (OEM).







miércoles, 18 de marzo de 2015

DE OVERSIGHT A BUENAVISTA: JUSTICIA POR MANO PROPIA

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A más de una centuria, casi 110 años, la Huelga de Cananea en la Mina Oversight suscita similares evocaciones: injusticia, humillación, vejaciones y altivo autoritarismo, al igual que lo ocurrido ahora en la Minera Buenavista, propiedad de Grupo México. ¡Pasta de Conchos no se olvida!
En aquel entonces, el conglomerado en protesta estaba formado por  rezagadores y carreros, barreteros y ademadores, todos ellos obreros en calidad de sobreexplotación que prorrumpían en gritos como el de “¡Cinco pesos y ocho horas de trabajo!”.
A nadie en la Entidad hacía estremecer aquella situación en donde la miseria y la explotación eran compañeras inseparables de los vilipendiados trabajadores, como ahora tampoco, incluyendo a funcionarios de la Federación, es capaz de atender los gritos de angustia como el de: “Si no hay agua para los habitantes del Río Sonora, tampoco habrá para los del Grupo México”.
La amenaza de huelga se cumplió tras el levantamiento de los mineros de Cananea. Y hoy, nadie dice lo que ocurrirá, si perdura la sordera y si el mutismo oficial continúa al paso de las horas y los días. La huelga dio paso a la encarnizada lucha contra los poderosos empresarios de la Oversight; así Cananea, a partir de la cruenta protesta, se volvió símbolo de la histórica lucha, la del débil frente al fuerte. Y, en el caso, sigue siendo punto de partida para batallas organizadas y referencia de imborrable memoria.
Llega la justicia por mano propia cuando los límites de la obediencia, el término de la prudencia y la disidencia dentro de los cauces de la legalidad, han sido violentados con lujo del desdén y la prepotencia. Surge, cuando menos se espera, y el reclamo verbal se convierte en hecho contundente. De ese modo, estalló en aquella Minera, dando pábulo a la violencia la cual de chispa distante y crepitante se haría hoguera incendiaria en todo el territorio nacional.
No se quería, mucho menos el dictador Díaz, que el torbellino se hiciese movimiento armado,. Y nadie quiere ahora, cuando todo indica que estamos en el umbral de reformas que podrían tener sentido social, que la paz y la armonía se quebrantaran por obra y gracia del abuso, los atropellos al Estado de Derecho, y por la absurda tolerancia de la autoridad frente al cinismo y el despojo en pleno día.
De John Locke a Luther King, pasando por H. D.Thoreau y Mahatma Gandhi, el derecho a la rebelión adquiere su propia versión en el sentido de práctica social, sin que por ello sea objeto de enfrentamiento propiciado por el Estado, más aún cuando el Estado se ostenta como organización respetuosa de los Derechos Humanos, garante de las libertades de libre tránsito y de libre expresión. Pertrechado, además, por ordenamientos de anticorrupción y de transparencia.
J. Rawls en su ensayo sobre Desobediencia Civil (1978) expone el tema en estos términos: “¿En qué punto deja de ser imperativo el deber de acatar las leyes promulgadas por una mayoría legislativa, en razón del derecho a defender las propias libertades y oponerse a la injusticia? Esta cuestión  entraña la de la naturaleza y los límites del régimen mayoritario”.  Prosigue: “Por este motivo, el problema de la desobediencia civil es una causa instrumental primordial para verificar cualquier teoría sobre el fundamento moral de la democracia”.
Hasta aquí la reflexión.  En el escenario de todos los días, nos percatamos que sube, cada vez más y más, el tono de las inconformidades: los derrames de tóxicos por la Minera del Grupo México suceden uno tras otro, en medio de pasmosa impunidad. Más de siete mil afectados por la contaminación siguen esperando la magra indemnización. Ni qué decir de la suerte de los presos políticos por la defensa del agua y en contra del Acueducto Independencia.

Y asoma, así, el monstruo de mil cabezas: el de la justicia por mano propia.