La
veda electoral no intimida, tampoco inhibe, a los contaminadores del país. Para
ellos, como para los líderes de los cárteles de estupefacientes no hay leyes ni
ordenamiento alguno capaz de controlar sus acciones criminales destinadas a
envenenar, por igual, el cuerpo y el alma.
De
Norte a Sur y del Golfo de México al Pacífico, el deterioro ambiental y moral
de la población está a la orden del día.
Los
derrames de tóxicos ocurren, día tras día. Suceden como si no existiesen Profepa,
Semarnat y Conagua. David Korenfeld, titular de esta última dependencia
gubernamental, cayó no por el uso indebido del helicóptero sino por dar pábulo
al descontento colectivo de munícipes y
ciudadanos hastiados al no impedir y evitar el tsunami que se abate implacable
contra la salud y la seguridad de los mexicanos.
Chihuahua,
la ciudad más limpia de América Latina, así declarada en los albores de este
siglo, es ahora un auténtico “río de basura”, con desechos de comida y toda
clase de desperdicios. La energía solar resulta desaprovechable por lo visto.
Desde la huasteca potosina llegan noticias similares: se ingiere agua
contaminada con heces fecales. Los estudios bacteriológicos revelan que hay
contaminación generalizada en mantos acuíferos.
Habitantes
de comunidades aledañas al río Sonora bloquean la autopista que va de
Hermosillo a Ures en protesta por la suspensión del pago por daños en sus
bienes y personas, con el pretexto de la llamada veda electoral, especie de
coraza para impedir el ejercicio de la legalidad y dar rienda suelta a la
comisión de delitos encubiertos bajo el denso velo de la impunidad.
El
reclamo de incumplimiento es debido a falta de pagos de compensaciones por
parte de la minera de Cananea causante de daños ocasionados con motivo del
derrame criminal de tóxicos al cauce del río que abastece del insumo a siete
pueblos de la región.
Padecen
enfermedad a diario personas al par que animales de granja y cunden afecciones
gástricas entre niños y ancianos de la localidad. El ecocidio pende sobre la
cabeza de miles y miles de habitantes dejados en palmaria indefensión.
Lo
de Pasta de Conchos, jamás habrá de olvidarse Y ahora vuelve en aquella
jurisdicción a ensañarse la mafia de burócratas coludidos con delincuentes
amparados mediante concesiones falsas para cometer abusos y tropelías,
explotando de manera ilegal yacimientos carboníferos y dañando, por enésima
ocasión, el ecosistema. Tras el pasado holocausto de obreros en las entrañas de
las minas, la red delictiva actúa prepotente en contra de bienes propiedad de
la nación y en perjuicio de los propietarios de predios particulares.
La
voz de los afectados es similar al clamor de las víctimas por la contaminación
del agua en la huasteca potosina; se suma a la protesta masiva de familias
chihuahuenses cuya urbe llegó a ser la más limpia del Continente cuando había
políticos cumplidores con la Ley y con la sociedad.
Casos
paralelos abundan al amparo de la inmunidad. Entre Pasta de Conchos y lo que
ocurre en Sonora hay un particular similitud que los hace comparables en cuanto
a contubernio de políticos y aventureros; entre mafiosos y titulares del poder
entendido como antesala de enriquecimiento ilícito; entre líderes con patente
de Corzo y dirigentes de cárteles que enferman por igual el alma y el cuerpo.
Cincuenta
por ciento, o más, el subsuelo mexicano está concesionado a empresas mineras,
nativas y foráneas, desde tiempos de los presidentes desnacionalizadores: de Salinas
de Gortari a Calderón Hinojosa.
Esto
no es un secreto. Lo verdaderamente relevante será el darnos cuenta de que Semarnat,
Profepa y Conagua sirven para algo: contener abusos, evitar enfermedades y
empobrecimiento a causa de la voracidad y la impunidad con la que actúan poderosos
embozados, enemigos encubiertos de México y los mexicanos.